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Homilía Mons. Jorge García Cuerva – XIV Domingo Tiempo Ordinario

por prensa_admin

EVANGELIO

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     6, 1-6

    Jesús se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
    Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa.» Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y Él se asombraba de su falta de fe.

Palabra del Señor.


Homilía Mons. Jorge Ignacio García Cuerva – XIV Domingo Tiempo Ordinario 

Podríamos preguntarle a la gente del Pueblo de Jesús de Nazaret ¿Qué les pasa? ¿Qué le pasa a la gente de Nazaret que no fue capaz de reconocer a Jesús como el hijo de Dios? Y creo que en realidad le pasa lo que también nos pueda pasar a nosotros. 

En primer lugar, como si Jesús fuese una carta, lo que hacen es mirar el remitente. ¿De dónde viene? ¿De dónde saca todo esto? ¿No es acaso el carpintero? ¿No es acaso su madre María? ¿No viven sus hermanos entre nosotros? Miran el remitente, me parece que esa es la primera causa por la cuál no pueden descubrir que Jesús es el hijo de Dios. 

¿Cuántas veces nosotros miramos el remitente de las personas? ¿De dónde viene este? ¿De dónde salió? Anda a mirar sus antecedentes. Y miramos la historia de la gente como si fuera un prontuario. Lo que buscamos son delitos, no buscamos conocer su historia. Ese fue el problema que tuvieron los de Nazaret, miraron a Jesús como si fuera una carta y buscaban el remitente. ¿De dónde salió este? 

El segundo problema que tenían es que lo llenan de etiquetas. Llenan a Jesús de cartelitos. Le dicen: “Es el carpintero, es el hijo de María, es el hermano de Santiago, José, de Judas y de Simón”. Me llama la atención que en ningún momento lo llaman por su nombre. Nunca le dicen “Jesús”. Le pusieron cartelitos y etiquetas. Una cuestión que también nos pasa a nosotros. ¿Cuántas veces, no nos llamamos por nuestro nombre por que a veces ni siquiera lo conocemos y le ponemos a la gente etiquetas? Le ponemos a la gente un cartelito. 

Le ponemos a la gente cartelitos. Algunos, extremadamente discriminatorios y muy violentos. “Tarado, inutil” digo esos dos ejemplos pero la vulgaridad y las malas palabras pueden ser infinitas en esto de ponerle etiquetas a la gente. Es lo que hacen con Jesús, es el hijo del carpintero, es el hijo de María, es el hermano de Judas, de Simón, de Santiago. Nunca lo llaman por su nombre, nunca le dicen Jesús. 

Lo tercero que le pasa a la gente de Nazaret lo dice al final del evangelio. Dice: “ Les falta Fe”. No pueden creer que Dios se manifieste en lo sencillo, en lo humilde. En definitiva, lo que no pueden creer es en la encarnación. No pueden creer que Dios se haga uno de nosotros. Que comparta nuestro lenguaje, nuestra cultura, que comparta nuestro modo de vivir, que comparta todo menos el pecado. No lo pueden comprender, no tienen fe para descubrir ese hermoso misterio de la encarnación. Entonces, cómo les falta fe, también se quedan con la duda de “¿Quién es este?”. 

Creo que a nosotros también nos puede faltar fe. Nos puede faltar fe para descubrir a Dios en las cosas sencillas de todos los días y casi que lo tentamos a Dios queriendo que se nos demuestre y se nos muestre de manera extraordinaria. Queremos que Dios aparezca en una imagen luminosa, queremos que Dios aparezca haciendo enormes y grandes milagros. Y nos atraen todo tipo de apariciones extrañas, cuando en realidad tenemos que aprender a descubrirlo con la mirada y los ojos del corazón en las cosas cotidianas. 

Se decían en el sínodo de Buenos Aires que se trabajó durante los últimos años que “Dios vive en la ciudad”. Si efectivamente Dios vive en la ciudad quiere decir que en las calles, en la gente con la que nos cruzamos, en la vida cotidiana de Buenos Aires Dios está. Tendremos que tener los ojos del corazón bien abiertos y bien atentos para descubrirlo. 

Por eso, me gustaría como primera idea que podamos preguntarnos; que así como le pasan estas cosas a la gente de Nazaret también nos pueden pasar a nosotros. A veces miramos de la gente el remitente: “¿De dónde viene este?”. A veces, le ponemos etiquetas y cartelitos a todo el mundo y discriminamos y agredimos con la manera que tenemos de nombrar a los demás. Quizás ni siquiera los llamamos por su propio nombre. Y a veces nos falta fe, para descubrir a Dios en las cosas pequeñas y sencillas que todos los días y esperamos grandes manifestaciones para creer en el Dios de la vida. 

Creo que la presencia de Jesús en Nazaret los desinstala porque en definitiva rompe con lo que habían aprendido los judios de ese momento. Rompe con lo esperado, rompe con lo conocido, no pueden venir a ver a Dios, no lo pueden ver. No pueden salir de su esquema. La pregunta sería entonces: “¿Somos capaces de salir de nuestros propios esquemas para dejarnos sorprender por Dios?”. 

Cuántas veces nos habla el Papa Francisco nos habla del Dios de las sorpresas. ¿Seremos capaces de dejarnos sorprender por Dios? Y darnos cuenta que quizás, aquello que pensamos, aquello que esperamos, aquello que conocemos no es como en realidad pensábamos. Tendremos la humildad de decir: “¿No tengo toda la verdad?”. Tendré la humildad de decir: “¿Quiero que Dios me sorprenda y me enseñe porque tengo que tener capacidad de aprender o me siento el dueño de la verdad y eso me hace terriblemente intolerante y soberbio? 

En realidad, Jesús no es un intelectual en Nazaret. No es de una familia importante. No pertenece a ninguna escuela rabínica importante y entonces, como no entra en los esquemas de los judios del pueblo de Nazaret tiene que mostrarle su certificado de buena conducta. En definitiva es eso lo que les pasa a los judios de Nazaret. Le están pidiendo a Jesús el certificado de buena conducta. “A ver vos, que no sos intelectual, a ver vos que no perteneces a una familia importante, a ver vos que no sos de ninguna escuela rabínica; demostrarnos realmente quién sos”. 

¿Cuántas veces nosotros le pedimos con nuestras palabras y nuestro modo de actuar a los demás que nos muestren su certificado de buena conducta? Primero lo condenamos, primero lo descalificamos, primero lo calumniamos; “Bueno ahora demostrarnos que sos buena persona”. Creo que de eso tenemos mucho que aprender, especialmente en nuestro país. 

La segunda lectura nos habla Pablo. Pablo le habla a los cristianos de Corinto; Pablo es un Apóstol que tiene tan clara su debilidad, tiene tan clara toda su fragilidad. Él mismo dice, que tiene “Una espina clavada en su carne”. No sabemos bien que es pero tiene en claro que no es perfecto. Tiene claro que tiene debilidades, que tiene privaciones, que tiene angustias. En algún otro lugar dirá: “Soy el último de los Apóstoles”. Pablo tiene tan clara su debilidad y fragilidad y sabe que cuando él se muestra verdaderamente débil triunfa Dios. Porque justamente dice que cuando él le decía a Dios: “Libérame de mis debilidades” Dios le respondió: “Te basta mi gracia porque mi poder triunfa en la debilidad”. 

Ojalá nos podamos hacer conscientes que el poder de Dios triunfa en la debilidad de los seres humanos. Que podamos descubrirlo de verdad en las cosas sencillas de todos los días. Que podamos de verdad descubrir que Dios está entre nosotros, en cada hermano con el que nos cruzamos. Que quizás, igual que Jesús, no es de una familia importante, no es de ninguna escuela rabínica, no tienen ningún título pero Dios nos quiere a nosotros sorprender. No le pongamos títulos a la gente,  cartelitos. No miremos su remitente desconfiando de donde vienen. No les hagamos pagar derecho de piso y que nos muestren su certificado de buena conducta. Tengamos un corazón bueno que sea capaz, como el corazón de Dios, de descubrir en la debilidad la fortaleza. 

Termino con una poesía que se llama “El señor de la cercanía” y que nos hace descubrir la presencia de Dios en las cosas sencillas y pequeñas de todas los días. Esa presencia de Dios que se perdieron en Nazaret porque buscaban cosas extraordinarias y aquel carpintero, aquel hijo de Maria, era ni más ni menos, el hijo de Dios. 

Acercarte salvando el abismo de lo infinito y lo limitado. Salir de la eternidad para adentrarse en el tiempo. Hacerte uno de los nuestros para hacernos uno contigo. Y así, de carne y hueso, empezar a mostrarnos en qué consiste la humanidad. Eres el Dios de la cercanía, de los incluidos, de los encontrados, porque para ti nadie se pierde, de los reconciliados, de los equivocados, de los avergonzados, de los heridos, de los sanados. Eres el Dios de los desahuciados, de los agobiados, de los visitados, de los intimidados, de los amenazados, de los desconsolados, de los recordados, pues para ti nadie se olvida. Tan cerca ya, tan con nosotros Dios. 

Que el Señor nos conceda un corazón capaz de descubrirlo mucho más cerca de lo que nosotros nos podemos imaginar. En la sencillez, en la pobreza, en los hermanos que están cerca. Porque así como Jesús recorría Nazaret también hoy, recorre nuestras ciudades y nuestras calles. Amén. 

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