El pasado miércoles 18 de septiembre la periodista Gabriela Laschera entrevistó al padre Gustavo Gil en el programa Poliedro emitido por el canal Orbe 21. Allí dialogaron sobre la Peregrinación al Señor y la Virgen de los Milagros en Salta. A la entrevista también se sumó vía telefónica Mons. Jorge García Cuerva quien también realizó la peregrinación.
El padre Gustavo Gil, párroco de San Cristóbal, conversó sobre cómo se prepararon para la caminata, qué fue lo que vivieron con el paso de los días y qué sintió al llegar a la Catedral de Salta. Frente a la logística de cómo estaba dispuesta la peregrinación dijo:
La peregrinación de la puna empieza a 3600 metros de altura, el primer día pudimos aclimatarnos un día y medio. Eso fue fundamental, ahí pudimos adaptarnos a la altura. Celebramos la Misa el martes a las 11 de la noche y comenzamos desde San Antonio de los Cobres unos 400 peregrinos entre personas que venían de San Antonio y personas que venían de antes bajando de las minas. Venían bajando los mineros y ahí nos sumamos nosotros.
En relación a la recepción que tuvieron y el trato con el resto de los peregrinos el padre Gustavo expresó:
El cariño de la gente y el cuidado fueron infinitos para que podamos vivir esta experiencia. Es un caminar muy festivo. Se iban sumando personas en los distintos parajes y por ese camino llegamos 19 mil personas. Hay algunas particularidades del Camino de la Puna y este Camino al Milagro, que es que, bueno, se caminan todos juntos, ¿no? Ahí había un comienzo y un final de la peregrinación.
Con respecto a las dificultades que se presentaron en el camino de la peregrinación comentó:
El primer día caminamos 60 kilómetros. Con muchísima amplitud térmica, salíamos con menos de cinco grados. Gorro, campera, bufanda, de todo, y al mediodía había que desabrigarse como la cebolla, había que ir sacándose las capas, porque si no también te ahogaba el calor. A las tres empezábamos a caminar y después había bastantes paradas, pero llegamos a las seis de la tarde. Celebramos Misa, la gente participaba, distribuimos la comunión y bueno, ya aprovechamos un ratito rapidísimo para dormir.
A cerca de las actividades que desarrollaban, el sacerdote de San Cristóbal mencionó:
Pudimos confesar, estuvimos confesando, la gente buscaba para confesarse y con una conciencia de pecado pero también con una apertura a la gracia y a la misericordia que nos llenaba de alegría, nos admiraba y la gente sí, la gente por ahí no de muchas palabras pero sí nos fueron integrando y esto, nos hacían cantar, bailar, saltar con ellos, nos agarraban, decían “bueno ahora van a bailar con nosotros” y querían compartir con nosotros en ese momento, había otras personas así que venían.
Al ser consultado sobre sus sensaciones al llegar al punto final de la peregrinación explicó:
Primero, a mí lo que me sorprendió, la gente nos agradecía. Nos decían, “pero no, gracias a ustedes por darnos la posibilidad de vivir esta experiencia”. Y nos decían, “gracias Padre por estar acá, gracias por venir al Milagro”. Al Padre Jorge Ignacio, la gente le expresaba muchísimo cariño, le agradecía por las misas de los domingos. Cuenta del valor de la misa y también de las palabras de nuestro Padre y Pastor y cómo llegan al corazón de la Argentina profunda. Claro, a veces, medimos todo desde la capital y no nos damos cuenta de la riqueza, de la fe, de todo lo que el interior tiene para regalarnos y renovarnos también en nuestro peregrinar como argentinos.
Luego respondió:
Yo creo que todo lo que viví fue sin ningún mérito mío. Y eso fue muy fuerte, ver ahí la fe del pueblo, estar ahí delante de la Virgen y del Cristo, que en su cruz me recuerda cuánto me ama.
Con respecto a la parroquia en la que es párroco el Padre Gustavo Explicó:
Yo acompaño pastoralmente la comunidad de San Cristóbal, en el barrio de San Cristóbal. Y bueno, es eso, es volver a renovar ese pacto, también es el pacto de mi ministerio, es el pacto del Señor que calma mis terremotos interiores, y mi madre que intercede por mí, me abraza y me acompaña en mi peregrinar en la Virgen.
Luego, el sacerdote reflexionó:
Dejarme acariciar por la fe de mi pueblo. A veces uno se pone en el lugar de, bueno, yo soy el que tengo que llevar adelante las cosas, y a veces es el pueblo el que me lleva en sus hombros, en su compañía, el que cura mis heridas, y el que me vuelve a recordar que fui ordenado para compartir la vida, la fe, y para perdonar sus pecados, y también para que otro sacerdote perdone los míos.
Para finalizar concluyó:
Aprendí que necesito de vos, vos necesitas de mí y nosotros necesitamos de Cristo, aprendí que nadie se salva solo, que caminamos juntos, que nos necesitamos y que el Señor derrama su ternura en los corazones humildes y renueva nuestra vida.