El nuevo arzobispo de Buenos Aires celebró la Santa Misa en la comunidad de la Inmaculada Concepción de Belgrano.
Mons. Jorge García Cuerva quiso celebrar en la tarde de este primer domingo como arzobispo de Buenos Aires la eucaristía en la parroquia de la «Redonda» dónde invito a todos a regar el corazón con lágrimas que lo hagan fecundo.
«Nuestro corazón a veces es pedregoso, porque estamos heridos, pero Jesús sabe que podemos dar frutos», dijo el primado de Argentina.
Además, el arzobispo porteño invitó a todos los presentes a que «apostemos, aunque haya piedras y espinas, porque somos buena gente, buena tierra».
En relación con el evangelio del día, Monseñor Jorge pidió a Dios que moje mucho nuestro corazón, para que la palabra de Dios vuelva a ser sembrada y de fruto.
«Apostemos por una vida mejor para todos, porque Jesús nos ama con locura», finalizó.
La tradicional parroquia de Belgrano estaba colmada de fieles que recibieron con alegría y mucha emoción al sucesor del Cardenal Mario A. Poli. Una Iglesia significativa para el arzobispo, quien en su niñez la visitaba con sus abuelos.
Al finalizar la celebración, Mons. Jorge García Cuerva dijo que se sintió bien recibido por la arquidiócesis y volvió a invitar a regar el corazón con lágrimas, cuando sean necesarias de dolor, pero también con lágrimas de risa, porque hacen mucho bien.
Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Domingo 16 de julio de 2023 – Inmaculada Concepción, Belgrano
La primera lectura nos dice que, así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra. Me imaginaba entonces un terreno que necesita de agua. Un terreno que necesita del agua porque la agua es vida y la necesita para poder germinar.
Yo vengo de la Patagonia y allí, aunque hay lugares bonitos que a veces son muy lindos para tener una imagen, una foto, poder subir a los portales. Hay muchas zonas muy áridas, muy áridas, deseosas de agua. Y cuando no hay agua, realmente no hay vida. Hay unos espinos muy pequeños que encima se los comen los guanacos, una especie que está muy difundida allí en la Patagonia. Y entonces uno toma dimensión de lo que es el agua, la necesidad de lo que es el agua en la vida, cuando ha podido recorrer zonas desérticas.
Y pienso también que nuestro corazón necesita del agua, nuestro corazón también necesita ser regado. Y el modo de regar nuestro corazón, sin lugar a dudas, es con las lágrimas.
A mí, entrar a esta parroquia me hace emocionar y recordar cuando de chiquitos mis abuelos, que vivían en unas pocas cuadras, nos traían a la misa los domingos. Y a mí me encantaba dar vueltas mirando todas las imágenes. Muchas de ellas creo que siguen siendo las mismas. Y entonces las lágrimas de la emoción creo que riegan nuestros corazones. Como la que también habrá regado la de mi mamá, que está allí sentada. Cuando en la Nochebuena de 1978, mi papá había sido destinado a Gregores, allá justamente en la provincia de Santa Cruz; porque se acuerdan que se estaba armando un lio bélico importante con Chile. Y mi papá, de Fuerza Aérea, había sido destinado allí. Y entonces nosotros nos vinimos a la casa de mis abuelos, con mamá y con mis hermanos. Y recuerdo haber venido a la misa de gallo. Yo tenía 10 años. Me acuerdo porque la misa era tarde, yo tenía hambre y nos dijeron que teníamos que comer después de la misa y la misa era como a las diez y media, eso lo tengo muy grabado. Pero eran las lágrimas de mi mamá en ese momento de tener lejos a su papá. Gracias a Dios y gracias a la mediación de Juan Pablo II, después se pudo llegar a un acuerdo de paz y a las semanas ya la cosa se tranquilizó. Pero seguramente son las lágrimas de muchos de ustedes.
Pienso en lágrimas personales que cada uno habrá experimentado en la propia vida. Cuánto dolor que quizá no le compartimos a nadie, pero adentro sabemos que el corazón llora. Pienso también en lágrimas colectivas, lágrimas de todos como pueblo, lo que ha significado para todos el dolor de la pandemia. Los abrazos que no nos pudimos dar, los muertos a los que no pudimos despedir, la bronca y la injusticia cuando nos enteramos de algunas cosas.
¡Cuántas lágrimas! Pero lágrimas que quiero decir hoy que no tienen que caer en saco roto. Lágrimas que tienen que ser las que fecunden nuestro corazón. Porque igual que esos terrenos del Evangelio, a veces también nuestro corazón es un poco pedregoso. A veces el corazón se va endureciendo y va teniendo broncas y rencores que son como piedras que están adentro. A veces también el corazón se llena de espinas. Cuando somos hasta agresivos y violentos entre nosotros y uno dice, “¿Y a este qué le pasa?”. Lo que le pasa es que está lastimado adentro y como está lastimado adentro, lastima hacia afuera.
Sin embargo, el Sembrador sigue apostando por nosotros. El Sembrador Jesús sigue apostando por nosotros y sigue confiando en que podemos dar buenos frutos. El Sembrador no es tonto. Sabe que algunas semillas caen en terrenos pedregosos, en terrenos con espinas o al borde del camino. Pero el sembrador es generoso y apuesta por nosotros.
Y entonces, hoy los quería invitar a todos a que volvamos a regar nuestro corazón. Que volvamos a regarlo quizá con la necesidad de llorar. El Papa Francisco muchas veces ha insistido, no solamente cuando era el Cardenal Bergoglio y decía que a esta ciudad le hacía falta llorar, sino que ya como Papa dice, al mundo le hace falta llorar. Le hace falta llorar tanto dolor, tanta injusticia, tanta bronca acumulada.
Volvamos a regar nuestros corazones. Volvamos a apostar, aunque haya piedras, aunque haya espinas. Mi corazón puede ser fecundo. Puedo ser buena gente. Somos buena tierra. Somos buena gente. Hagamos presente entonces hoy el dolor que cada uno viene a mirar, el que cada uno trae.
A veces delante de los demás decimos que estamos bien y tenemos una frase tramposa, nos encontramos y decimos “¿cómo estás? ¿Todo bien?”. Y ya con el “todo bien”, como que, no sé, me da cosa decirte lo que me pasa.
Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede que la palabra que sale de mi boca.
Que la palabra Dios de hoy, de este sembrador que nos ama, de este sembrador que vuelve a estar con nosotros, de este sembrador que sabe lo que nos pasa en el corazón, que sabe de nuestras espinas y de nuestras rocas, que sabe que a veces se nos vuelvan los pájaros, como también pasa en la lectura, vuelva a sembrar, porque vamos nosotros a poner lo mejor de nosotros para que sea tierra fecunda.
Vamos a llorar, vamos a regar nuestro corazón y vamos a tratar de dar buenos frutos. Que Dios los bendiga a todos, que Dios los sostenga a todos y que moje mucho nuestro corazón.
En la Patagonia, cuando viene alguna época de lluvia, que son poquitas, pero la vida es imparable. De repente, donde uno veía desierto, donde uno no veía ni un brote, aparece la vida. Es impresionante. Claro, después vuelve la sequía y todo muere rápido.
Que no nos pase eso, que sigamos regando en el corazón y que apostemos todos juntos por una vida mejor para todos.