Religiosas y religiosos de toda la Arquidiócesis de Buenos Aires se reunieron junto al Arzobispo de Buenos Aires en un encuentro para reflexionar sobre su misión y los desafíos de la vida consagrada en la Iglesia porteña.
El encuentro fue predicado por Monseñor Jorge García Cuerva que, centrado en la encíclica Evangeli Gaudium, dejó algunas pautas para vivir el llamado a la vida consagrada y potenciarlo.
«No perdamos el gusto espiritual de ser pueblo», recordó el Arzobispo e hizo referencia a que la vida consagrada debe ser llevada al pueblo de Dios, donde están los más pobres, los que sufren los que más necesitan el consuelo de Jesús.
«El problema es cuando profesionalizamos nuestra vocación y nos pensamos que la vida ya no nos puede sorprender», advirtió el padre Jorge y recordó que se trata de «quitarme el impermeable espiritual, que nos conmueva el dolor de los que sufren».
También recordó que el secreto de todo cristiano es la alegría: «la alegría tiene que ser como la respiración del cristiano». Exhortó a todos los religiosos y religiosas a «sumar al voto de la alegría» en su consagración.
Monseñor García Cuerva reconoció que la vida consagrada a veces puede ser difícil, pero resaltó que el camino que sigue un cristiano «es el de una cruz, no es una reposera».
Con entusiasmo, invitó a permitir «que la vida se nos complique por tocar las llagas del Señor», y resaltó la belleza y la gracia de poder realizar esa tarea.
Al finalizar el encuentro, las congregaciones e institutos de la Arquidiócesis compartieron la Eucaristía presidida por el Arzobispo.
En la homilía, Mons. García Cuerva destacó las etapas del parto y recordó que el «alumbramiento que es el dar a luz que se refiere a la salida de la placenta».
Utilizó esta analogía para recordar que la Vida consagrada requiere que «todo eso que nos dio nutrientes y que nos dio oxígeno, para seguir definitivamente, lo tenemos que plasmar en la realidad, lo tenemos que sacar de nosotros y hacer vida concreta».
Al finalizar la misa, el Arzobispo recibió como regalo una estatuilla de Mamá Antula por parte de toda la Vida Consagrada de la Arquidiócesis.
Leer desgrabación de la homilía.
A continuación compartimos las palabras de Mons. García Cuerva durante el encuentro con la vida consagrada. Las mismas fueron previas a la Santa Misa:
El 13 de marzo de este año se cumplieron 10 años del inicio del pontificado del Papa Francisco. Y en ocasión de ese aniversario, yo comencé a reflexionar sobre la necesidad que tenemos, de separar la persona del Papa Francisco de su magisterio. De hecho, escribí una carta pastoral para la diócesis de Río Gallegos que se llamaba “A 10 años del pontificado de Francisco, menos aplausos y más compromisos”.
Durante este tiempo me he encontrado con un montón de gente que seguramente lo conoce al Papa mucho más que yo. Y entonces dice, “a mí el Papa me bautizó un hijo, yo me crucé con el Papa en el subte, yo lo conozco a Bergoglio porque tomamos mate”, y me da la sensación que nos hemos transformado en un club de fans. Casi es lo mismo hablar del Papa Francisco que de Ricky Martin. ¿Lo conocen a Ricky Martin?
Me parece que tenemos que empezar a darnos cuenta que es hora de concretar su magisterio. Es hora de ver de qué manera ponemos en acción lo que el Papa Francisco vino diciendo, escribiendo, predicando a lo largo de 10 años. Y ese creo que es el mejor homenaje que le podemos hacer.
Desgraciadamente encima en Argentina su figura es puesta en discusión todo el tiempo. Que si le sonría al Presidente tal, que si lo recibió a tal 20 minutos y al otro 15. Entonces me parece que la mejor idea que podemos rescatar es, corramos la figura, corramos la persona de Francisco, y vayamos a su magisterio, a concretar lo que el Papa nos propone y nos viene diciendo hace 10 años.
Y por eso quisiera animarlos a que vayamos preparándonos para celebrar, más que los 10 años de su pontificado el 13 de marzo, los 10 años de la Evangelii Gaudium.
Me animo a decir que es más importante celebrar los 10 años de la Evangelii Gaudium que han sido su programa de gobierno, que si apareció o no por el balcón vestido de blanco el 13 de marzo.
La Evangelii Gaudium es un documento que el Papa nos regaló en noviembre del año 2013 y que todavía tenemos un montón de gente que no lo leyó. Por supuesto que si no lo leímos menos vamos a pensar si podemos pensar un plan pastoral y mucho menos vamos a pensar la posibilidad de concretarlo. Por eso en la arquidiócesis, me animo a decirle en este tiempo a los catequistas, sueño con que sean los catequistas de la Evangelii Gaudium. Le decía a quienes están formando para el diaconado permanente, sueño con que sean los diáconos permanentes de la Evangelii Gaudium. Se lo decía al clero, que podamos ser sacerdotes que concretan la Evangelii Gaudium. Y hoy aquí me animo a decirle a todos ustedes, sueño con que la vida religiosa de la arquidiócesis sea los religiosos y las religiosas de la Evangelii Gaudium. Concretar el magisterio del Papa, dejar de aplaudir o discutir su persona para pasar a los hechos.
En la Evangelii Gaudium hay un texto que es el número 277 que tiene una frase que a mí me impresiona. Dice en un momento, “no es lo mismo cuando uno por cansancio baja momentáneamente los brazos, que cuando los baja definitivamente dominado por un descontento crónico, por una asedia que seca el alma. Puede suceder que el corazón se canse de luchar, porque en definitiva se busca a sí mismo en un carrerismo sediento de reconocimientos, de aplausos, de premios y de puestos. Entonces uno no baja los brazos, pero ya no tiene garra, le falta resurrección. Así el Evangelio, que es el mensaje más hermoso que tiene el mundo, queda sepultado debajo de muchas excusas”. A mí me impresiona esta frase, le falta resurrección. Y como quería reflexionar con ustedes sobre esto, sobre esta idea de nos falta resurrección, cuando podemos a veces hablar de este cansancio que nos agobia, quería iluminar entonces con el siguiente Evangelio de San Lucas: “Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaba a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar lo acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo, no llores. Después acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo, joven, yo te lo ordeno, levántate. El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios diciendo, un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su pueblo. El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina. Palabra del Señor”.
La primera idea que quería compartir, y es hacerlo todo el tiempo a la luz del Evangelii Gaudium para concretar en nosotros la espiritualidad de la vida religiosa, más allá del carisma que cada uno tenga.
Dice que Jesús baja a la ciudad de Naim y va acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Me lo imagino siempre a Jesús entre la gente. Jesús camina. Jesús anda en medio del pueblo. Y entonces lo ilumino con Evangelii Gaudium 268. Donde dice, “para ser evangelizadores de alma hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente. Hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo mayor. La misión es una pasión por Jesús, pero al mismo tiempo es una pasión por su pueblo. Porque Él nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia”.
Y aquí quizá compartir con ustedes la primera idea de esta reflexión bíblica. Que no perdamos el gusto de sentirnos parte de un pueblo. Fuimos tomados de un pueblo. Y nos sentimos parte de ese pueblo que nos ha enviado. Es como un ida y vuelta. Soy tomado de un pueblo y soy enviado a ese pueblo.
En alguna época hemos sabido cuántas veces se pensaba en otro modelo de sociedad que era casi como una promoción. Ser religioso. Tener el hijo militar, el hijo doctor y el hijo religioso o sacerdote. Como era despegar de ese pueblo y hasta renegar de ese pueblo.
Nosotros nos sentimos orgullosos de pertenecer a un pueblo. Igual que Jesús, caminar en medio de nuestro pueblo. Un pueblo que sufre un montón. Un pueblo que la está pasando muy mal. Tan sólo pensar que un kilo de papas vale mil pesos. Cuando ha sido la comida de los pobres durante tanto tiempo. Los pobres que acompañan ustedes en los hospitales, en los hogares de ancianos.
Nuestros pibes que son pobres porque no tienen proyecto de vida en un país que parece no ofrecerles esperanza.
Lo que me parece importante es que no perdamos el gusto espiritual de ser pueblo. Esto que nos dice Evangelii Gaudium en 268 y que Jesús nos lo plantea tan fuertemente en cada escena del Evangelio. Cuando lo vemos caminar entre la gente.
Una de las cosas que a veces le criticamos a alguna clase dirigente. Es que bajan del auto, se meten en la oficina. De la oficina suben al auto, se van a su casa. Nunca van a un negocio, no saben lo que valen las cosas. Nunca caminan las calles, por lo tanto, nunca hay alguien que los cuestione o hay alguien que les pregunte algo. Viven en una burbuja.
Que el Señor hoy, en este día de la vida religiosa, nos vuelva a shockear, a hacer reaccionar. A descubrir lo hermoso que es sentirnos pueblo. Lo hermoso que es sentirnos caminando en medio de nuestra gente y ser signo del Evangelio allí.
Dice el versículo siguiente que cuando Jesús ve a la mujer viuda, dice que el Señor se conmovió. Que nos conmueva el dolor de los que sufren. Y allí quiero entonces compartirles un pedacito de Evangelii Gaudium 269. “Cautivados por el modelo de Jesús, deseamos integrarnos a fondo en la sociedad. Compartimos la vida con todos. Escuchamos sus inquietudes. Colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades. Nos alegramos con los que están alegres. Lloramos con los que lloran. Y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación. No como un peso que nos desgasta. Sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad”.
Jesús se conmueve.
Hoy hablaba en una de las audiencias. Cuántas personas ya se acostumbran al dolor. Y van generando como un cuero de rinoceronte. Entonces ya nada los conmueve. Ya nada los conmueve porque todo lo hacen por costumbre. Ya el dolor del otro y ya vi sufrir a tantos que ya me da lo mismo. La sonrisa del otro y ya vi a tantos que ya está. El problema es cuando profesionalizamos nuestra vocación. Cuando ya creemos que la vida no nos puede sorprender. Como hoy a Jesús lo sorprende este cortejo fúnebre. Dejarnos conmover. Que nuestro corazón palpite. No solamente por estar al lado del pueblo, sino porque el dolor de nuestro pueblo es nuestro. Las alegrías de nuestro pueblo son nuestras.
Que no nos profesionalicemos, aunque pasen los años. Que siempre sea como el primer día, como aquel día que dijimos, “Sí, Señor, quiero seguirte”. Y seguro lo dijimos con risa, con llanto, con emoción. Dejar que nos conmueva profundamente lo que les pasa a nuestros hermanos.
Enseguida dice Jesús, no llores.
Y en el 263. “Es sano acordarse de los primeros cristianos y de tantos hermanos que a lo largo de la historia Estuvieron cargados de alegría y llenos de coraje. Incansables en el anuncio y capaces de una gran resistencia activa”. Cristianos cargados de alegría, llenos de coraje, incansables en el anuncio. Si hay algo que no podemos perder, y justamente así se llama este primer documento de Francisco, es la alegría del Evangelio.
¿Cuántas veces nos transformamos en cristianos quejosos y apesadumbrados? Mala onda. A veces decimos, no tenemos vocaciones. Y yo a los curas les digo que el mejor modelo de vocación es ser un cura alegre, entusiasta, Que tiene una vida normal. Si soy un quejoso, un mala onda, un depresivo, un protestón, y mi vida es rara, ¿A qué joven puedo apasionar? ¿A qué joven puedo contagiar?
La alegría del Evangelio es la certeza de que Jesús está vivo, y más allá de las dificultades. Y por eso el Papa toma este ejemplo de los primeros cristianos, que sabemos que su vida no era fácil, estaban perseguidos por los romanos, sin embargo, tenían alegría. La alegría tiene que ser como la respiración del cristiano. Y a nosotros no nos puede faltar.
Alguna vez hablaba yo de que creo que en el caso de la vida religiosa y en el caso de los sacerdotes también, tenemos que hacer una cuarta promesa o un cuarto voto. El voto de la alegría. Y los jesuitas el quinto sería ya, ¿no? el quinto ya es mucho. Pero digo, el voto de la alegría. No puede faltar en un cristiano la alegría, y mucho más en nosotros, que queremos decir que somos seguidores, discípulos misioneros de Jesús.
Me voy a los primeros números del Evangelii Gaudium. Ya en el primer número, el Papa nos convoca a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría. Marcada por la alegría.
En el número 6, nos habla que “comprende a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir”. Pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse. Como una secreta, pero firme confianza, aún en medio de las peores angustias.
Y el número 7. “La tentación aparece frecuentemente bajo formas de excusa y reclamos, Como si debieran darse innumerables condiciones para que sea posible la alegría”. A veces decimos: “vamos a estar contentos cuando tengamos resueltos los temas económicos de la congregación. Cuando tengamos vocaciones. Cuando se vaya la superiora que en este momento está en mi comunidad., Cuando se muera la provincial y me nombren a mí”. Como que parece que a veces la alegría necesita de un montón de condiciones previas. El Papa dice: “no, la alegría tiene que estar ahora. Ahora tiene que estar la alegría”.
Primero, dijimos el gusto espiritual de sentirnos parte de nuestro pueblo.
Segundo, quitarnos el impermeable espiritual y que me conmueva y sienta mucho lo que le pasa a nuestra gente, como Jesús se conmueve hoy.
Tercero, la alegría. Que le podamos decir con Jesús a nuestra gente, “no llores”. Pero más que con palabras, que se lo podamos decir con el testimonio, con la risa, con la buena onda, con la mirada. El Papa cuántas veces les ha dicho a los curas y también se lo ha dicho a las religiosas: “No es lo mismo ser célibe o haber hecho voto de castidad que ser un solterón o una solterona”. Y creo que ahí la diferencia es la alegría. En general el solterón y la solterona son muy mala onda. El célibe, el consagrado, tiene ganas, entusiasmo, polenta, risa.
Lo impresionante de este evangelio es que Jesús toca el féretro. Tocar el féretro era tocar la muerte, eso es inmoral, eso es impuro. Es como que no corresponde. Pero Jesús se atreve. La pregunta es si nos animamos a un poco más. O si tenemos esos patrones que nos dijeron, “esto está prohibido”, “esto no se puede”. “Siempre se hizo así”. El Papa dice que “el siempre se hizo así” es el veneno de la iglesia. La mayor plaga, dice Francisco, es el clericalismo. Pero el veneno de la iglesia el siempre se hizo así.
Jesús no tiene miedo y toca el féretro. Y ahí entonces les comparto otro número de Evangelii Gaudium, el 270. Tocar la muerte, tocar el dolor, tocar el sufrimiento, animarnos. Dice Francisco, “a veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Jesús espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana. Para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo. Tocar las llagas del Señor en los que sufren. Y dice Jesús, perdón, el Papa, se nos complica la vida maravillosamente”. ¡Ojalá!
¿Quién de nosotros se hizo religiosa, religioso, sacerdote para tener una vida cómoda? Una vez cuando yo protesté porque se me estaba complicando la vida maravillosamente en los primeros años, un cura viejito me dijo: “Jorge, mostrame la cadenita que tenés”. Yo no tenía esta, tenía otra más chiquita. Dice, “¿qué tenés ahí?”. “Una cruz”. Era una cruz más chica. “Ah, me dice, escuchándote pensé que tenías una reposera colgada”.
Para que no me olvide, desde que soy obispo tengo una más grande. Y en el báculo mío la madera tiene tres clavos. Y yo dije: “déjenselos, para que me acuerde que no es una reposera. Es una cruz”. Por supuesto que no es una cruz solamente como instrumento de tortura. Es una cruz como muestra de amor de Jesús. Pero ojo con que a veces parezca que lo que tenemos colgado no es una cruz sino una reposera. Que la vida se nos complique por tocar las llagas del Señor como se le complicó a Jesús por tocar ese féretro. Y Jesús dice: “yo te lo ordeno. Joven, levántate”. El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.
Y nuevamente ahí, vuelvo sobre Evangelii Gaudium 276. “La resurrección de Jesús no es algo del pasado. Entraña una fuerza de vida que ha penetrado en el mundo. Donde parece que todo está muerto por todas partes, vuelven a aparecer brotes de resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera. Vemos injusticia, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo. Que tarde o temprano produce fruto. En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible”. Y yo creo que esta certeza también la tenemos que tener.
La vida es imparable. Y si de esto estamos convencidos y que la resurrección de Jesús no es algo del pasado, sino que es algo presente constantemente en la vida y en la historia, seguramente seamos testigos de Jesús en medio de nuestro pueblo. Testigos de Jesús que se dejan conmover. Testigos de Jesús que por sobre todas las cosas quieren ser alegres. Testigos de Jesús que se les complica la vida maravillosamente por tocar las llagas del Señor. Porque la fuerza de la vida es imparable.
Me acuerdo una vez en la cárcel visitando a un preso en lo que llaman buzones. Buzones son como las celdas de castigo. Ellos lo llaman aislamiento, pero se llaman buzones. Y estábamos en el piso, estaba inundado. Y el preso que yo visitaba estaba herido. Y había otros que gritaban y golpeaban la puerta porque querían que los dejen salir. Y teníamos unas galletas para comer que ya estaban mojadas así que medio las dejé y encima apareció una rata y se las llevó, así que chao.
Todo parecía un desastre. Y en un momento yo dije: “¿qué hago acá?” Lo pensé, no lo dije. “¿Qué hago acá?” Y miro y en el medio del cemento del pasillo, con muy poca luz, había un yuyo que había crecido, muy verde. Muy verde. Y esa para mí es la vida imparable. Ese brote verde ahí me hizo acordar que nada puede con la vida. Y que, si la vida y la muerte se enfrentaron en un partido de fútbol, por tomar el ejemplo de ayer de Argentina con Ecuador, la vida ganó. Y ganó porque Jesús resucitó. La muerte metió un solo gol.
El gol que metió la muerte es que nos quita a nuestros seres queridos físicamente. Ese gol nos duele en el alma y ya lo sabemos. La ausencia física de nuestros seres queridos cuando mueren. Pero la vida ganó. Y si la vida ganó, tengo que vivir de acuerdo a eso. Y a veces tenemos más cara de funebrero que otra cosa. Miren, yo laburé en cochería fúnebre. Y uno sabía poner la cara de funebrero, pero era un acting. Cuando te encontrás con monjas o con curas que tienen cara de funebrero, porque entonces quiere decir que ya para vos la vida perdió. Y que la resurrección es un hecho de hace muchos años.
Hace unos 20 días me llamó una piba, no tan piba, 30 y pico años. Tenía que hacer sus votos perpetuos en el instituto en el que estaba. Y me llamó y me dice: “Jorge, te quiero contar que no voy a hacer los votos perpetuos”. Dije: “guau, ¿por qué?” Y me dijo: “porque no me alcanza el amor a Jesús para consagrarle toda mi vida”. No me alcanza el amor a Jesús para consagrarle toda mi vida.
Me pareció de una sinceridad brutal. Y lo primero que hice fue preguntarme a mí mismo. Y a mí, ¿me alcanza el amor a Jesús para seguirle entregando toda mi vida? ¿Me animo a hacerme esa pregunta? O puse piloto automático. Porque no me animo a hacerme la pregunta. Vaya por ahí que no me alcance. ¿De qué voy a trabajar a mi edad? Si no servimos para otra cosa. Vaya por ahí que no me alcance. Y si me voy, me quedo sin obra social. Vaya por ahí que no me alcance el amor a Jesús. ¿Cómo le explico a la gente que me voy a mi casa? ¿A dónde me voy? Por eso dejé para el final lo que creo que es central.
Religiosos y religiosas metidos en medio del pueblo. Religiosas y religiosos que se conmueven ante el dolor y ante las alegrías de nuestra gente, y que no tienen el impermeable espiritual. Religiosas y religiosos, por, sobre todo, alegres. Religiosos y religiosas que se animan a tocar la muerte, tocando las llagas del Señor en los que sufren, aunque la vida se nos complique maravillosamente. Religiosos y religiosas que siguen creyendo que la resurrección no es un hecho del pasado, sino que se vive hoy. Y por eso tenemos que actualizarlo con nuestro testimonio.
Pero por, sobre todo, religiosas y religiosos enamorados de Jesús. Ese es el centro. ¿Me alcanza el amor a Jesús para seguirle entregando toda mi vida? ¿No será que a veces mi mala onda, mis reacciones, mi frialdad, mi desgano es porque se apagó el amor?
El Papa lo dice así en el 264 de la Evangelii Gaudium. “La experiencia de haber sido salvados por Jesús nos mueve a amarlo siempre más. ¿Pero qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Nos hace falta aclamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida a veces tibia y superficial. La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es amarlo de verdad. Es detenernos en las páginas del Evangelio y leerlo con el corazón”.
Todos recordarán la escena de María, la hermana de Lázaro, cuando le lava los pies a Jesús con perfume de nardo puro. Y dice la lectura, y el perfume invadió toda la casa.
Yo los puntos que leí del Evangelii Gaudium son del capítulo 5, el último.
Yo siempre digo que el Evangelii Gaudium hay que leerla de atrás para adelante.
Para mí, primero hay que leer el capítulo 5, porque nos habla del espíritu que nos tiene que movilizar. Nos habla de ese perfume que tiene que invadir nuestra casa, nuestro corazón, nuestros institutos, nuestra misión. Nos habla de ser evangelizadores con espíritu que, por supuesto, que animados por el Evangelio y por amor a Jesús, después pondrán en acción toda su obra.
Los animo a que cada uno pueda hacer con su instituto, con su comunidad, personalmente, la relectura de este capítulo 5. Un modo de empezar a concretar y a homenajear la Evangelii Gaudium, que en noviembre cumple 10 años.
Gracias.
Para finalizar, difundimos la homilía del Señor arzobispo durante la celebración de la Santa Misa:
En la lectura de Miqueas, la primera lectura, dice «que dé a luz la que debe ser madre», y en el Evangelio, en dos ocasiones dice: «ella dará a luz un hijo» y luego, más adelante, «y dará a luz un hijo».
Tres veces en las lecturas de hoy hablan de esta madre que va a dar a luz. Yo siempre creí que dar a luz era sinónimo de tener un bebé, y preparando esta homilía, por lo menos médicamente, dar a luz es una de las fases del embarazo.
La primera fase del embarazo, y por eso tengo un apunte hoy, porque no soy médico ni partera, es la dilatación. La segunda fase del embarazo es la expulsión, que es cuando sale el feto, y la tercera parte o tercera fase del embarazo es el alumbramiento que es el dar a luz que se refiere a la salida de la placenta.
Al desprenderse la placenta, la madre tiene una contracción fuerte con la cual expulsa la placenta. A veces a la placenta le cuesta salir y eso puede ser causa de una hemorragia post parto y en la historia ha sido causa de la muerte de muchas madres.
Pensaba tan solo, cuando estudiaba, de algunas reinas, por ejemplo, que tenían al heredero tan esperado, y nacía el heredero y había grandes fiestas porque había un hijo que iba a ser el próximo rey, y a los poquitos días moría la madre y esto era muy común en algunas familias reales, cuando uno estudia por ejemplo la edad moderna la edad media.
Y es por esto, porque no expulsaba la madre la placenta, y entonces el alumbramiento no se daba, y si no se da esta tercera fase del embarazo, del parto la mujer corre riesgo de vida.
Todos sabemos que la placenta provee oxígeno y provee también de nutrientes al bebé. ¿Por qué yo hablo de esto hoy? Porque así como la placenta nutre al feto así creo que cada uno de nosotros como institutos y como vida religiosa nos fuimos nutriendo a lo largo de todos estos años con reflexión, con encuentros, con propuestas, hemos establecido desafíos, hemos escrito un montón sobre los cambios que necesita la vida religiosa.
Nos hemos nutrido con la oración, con la reflexión de teólogos latinoamericanos y también europeos, nos hemos nutrido con la experiencia comunitaria y creo que quizá lo que nos falta es dar a luz, lo que nos falta es expulsar la placenta, lo que nos falta es que todo eso que nos dio nutrientes y que nos dio oxígeno, para seguir definitivamente, lo tenemos que plasmar en la realidad, lo tenemos que sacar de nosotros y hacer vida concreta como les planteaba hoy también con Evangeli Gaudium.
Les voy a leer algo que creo que es parte de nuestra placenta, es parte de algo que a la vida religiosa de América Latina le ha dado nutrientes y oxígeno hace 55 años, exactamente 55 años en el documento de Medellín y creo que todavía no dimos a luz, todavía no expulsamos a la realidad lo que Medellín ya nos decía hace 55 años y que, por lo menos a mí, me llegó a decir «no hay nada nuevo bajo el sol, yo que me creía un renovador, un innovador; hace 55 años hubo algunos que lo pensaron y lo dijeron mejor», por eso digo nos falta dar a luz.
Los invito hoy, terminando con esta lectura, que tomemos quizá esta idea de la medicina de las tres fases del embarazo la dilatación, la expulsión y el alumbramiento, alumbrar es expulsar la placenta el no expulsarla ha sido causa de muerte para muchas mujeres. Quizá, para no morirnos como vida religiosa, para no morirnos como Iglesia, tengamos que expulsar todo aquello que nos dio vida, todo aquello que nos nutrió, es cuestión de hacer realidad en la vida concreta todo lo reflexionado y todo lo rezado, quizá tengamos que concretar esta placenta que les voy a leer ahora que nutre a la Iglesia de Latinoamérica, pero que creo que ya es hora de que lo vivamos.
Decían en Medellín «el religioso ha de encarnarse en el mundo real y hoy con mayor audacia que en otros tiempos. No puede considerarse ajeno a los problemas sociales, las circunstancias concretas de América Latina exigen de los religiosos una especial disponibilidad según el propio carisma, para insertarse en las líneas de una pastoral efectiva.
Por otra parte, en medio de un mundo peligrosamente tentado de instalarse en lo temporal, con un consiguiente enfriamiento de la fe y de la caridad, el religioso ha de ser signo de que el Pueblo de Dios no tiene una ciudadanía permanente en este mundo, sino que busca la futura. Su testimonio no debe ser algo abstracto, sino existencial, signo de la santidad trascendente de la Iglesia.
Los cambios provocados en el mundo latinoamericano por el proceso de desarrollo y, por otra parte, los planes de pastoral de conjunto a través de los cuales la Iglesia en latinoamérica quiere encarnarse en realidades concretas, exigen una revisión para los religiosos, seria y metódica, de la vida y de la estructura de la comunidad. Es una condición indispensable para que los religiosos sean signo inteligible y eficaz en el mundo actual.
A veces se interpreta equivocadamente la separación entre la vida religiosa y el mundo, hay comunidades que mantienen o crean barreras artificiales olvidando que la vida comunitaria debe abrirse hacia el ambiente humano que la rodea para irradiar caridad y abarcar todos los valores humanos. La verdadera caridad tiene como efecto la flexibilidad del espíritu para adaptarse a nuevas épocas, el religioso debe tener una perfecta disponibilidad para seguir el ritmo de la Iglesia del mundo actual, debe adaptarse a las condiciones culturales, sociales y económicas, aunque eso suponga la reforma de costumbres y constituciones o la supresión de obras que hoy han perdido ya su eficacia, las costumbres, los horarios, la disciplina deben facilitar las tareas apostólicas».
Hace 55 años creo que tenemos esta placenta que nos ha nutrido, es hora de expulsarla, es hora de vivirla, es hora de dar a luz.