EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (25, 1-13)
Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes.
Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.
Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: «Ya viene el esposo, salgan a su encuentro».
Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: «¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?» Pero éstas les respondieron: «No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado».
Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta.
Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: «Señor, señor, ábrenos».
Pero él respondió: «Les aseguro que no las conozco».
Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.
Palabra del Señor.
Homilía Mons. García Cuerva – Domingo XXXII Tiempo Ordinario. 12 de noviembre de 2023. Catedral Metropolitana
En el Evangelio de hoy, el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, en el versículo 2 se dice que hay diez jóvenes. Cinco de ellas son necias y cinco son prudentes.
Se me ocurrió a la hora de reflexionar este Evangelio, buscar primero en el diccionario el significado de la palabra necio. Necio es alguien que insiste en sus propios errores o se aferra a ideas equivocadas, demostrando con ello poca inteligencia. Lo dice el diccionario. El necio es alguien que insiste en sus propios errores o se aferra a ideas equivocadas, demostrando con ello poca inteligencia.
Por otro lado, habla de cinco jóvenes que son prudentes. Y la prudencia o alguien prudente, dice el diccionario, que es alguien que piensa acerca de los riesgos posibles que conllevan ciertos acontecimientos y entonces modifica su conducta para no producir perjuicios innecesarios. Alguien que piensa acerca de los riesgos posibles que conllevan ciertos acontecimientos y, por lo tanto, modifica su conducta para no producir perjuicios innecesarios.
¿Por qué me detengo en esto de definir, según el diccionario, la palabra necio, la palabra prudente? Porque entiendo que, en este tiempo, más que nunca, tenemos que tratar de liberarnos de la necedad. La necedad como esto de insistir con propios errores o aferrarnos a ideas equivocadas. Y creo que más que nunca tenemos que ser prudentes y poder producir un cambio cuando nuestras conductas o determinados acontecimientos van a producir un riesgo y, por lo tanto, hay que modificar la conducta.
El versículo 5 dice que, a todas ellas, las vírgenes prudentes y a las necias también, les agarró sueño y todas se durmieron. Y pienso que a nosotros también nos ha agarrado sueño o, en todo caso, lo que podemos decir es que estamos cansados.
Creo que, así como en su momento estuvimos hartos de la cuarentena, hoy también estamos un poco hartos todos. Hoy creo que escuchamos más de una vez la frase “ya no damos más”.
Creo que ese cansancio se nos ha transformado en algo que se llama tedio o asedia. Se nos cansó el alma. El otro día alguien me decía en la calle, refiriéndose al proceso electoral: “padre, no tengo esperanza, siento que estamos asfixiados, que no tenemos salida”.
Por eso, así como estas vírgenes, las diez jóvenes, las necias y las prudentes se cansan, les agarra sueño y se duermen, creo que nosotros también podríamos hablar de nuestro cansancio, de nuestro hartazgo, de que no damos más.
El otro versículo que me conmueve o me llama la atención de este Evangelio es cuando dicen las jóvenes necias, nuestras lámparas se apagan, nuestras lámparas se apagan. Y creo que decir que nuestras lámparas se apagan es un poco lo que escuchamos de mucha gente en este tiempo. Se nos apaga la esperanza, se nos apaga la alegría, se nos apaga un poco la vida. Y allí tomo algo de Eduardo Galeano, un poeta y escritor uruguayo, que dice: “mientras dura la mala racha, pierdo todo. Se me caen las cosas de los bolsillos y de la memoria. Pierdo llaves, lapiceras, dinero, documentos, nombre, caras y palabras. Ya no sé si será gualicho de alguien que me quiere mal o me piensa peor, o es pura casualidad, pero a veces el bajón demora demasiado en irse y yo ando de pérdida en pérdida. Pierdo lo que encuentro, no encuentro lo que busco y siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción”.
Creo que a veces sentimos eso, que se nos cae la vida. Sentimos, como decían estas jóvenes, que se nos apaga la vida, se apagan nuestras lámparas. Y entonces les propongo que de este versículo del Evangelio podamos hacer una oración, podamos hacer una verdadera letanía en la que le podamos decir a Dios, “Señor, ayúdanos, porque nuestras lámparas se apagan. Señor, ayúdanos, porque estamos viviendo una mala racha. Señor, ayúdanos, porque tenemos miedo que se nos caiga la vida. Señor, ayúdanos, porque a veces no tenemos más alegrías y se nos apagó todo”. Y de esas lámparas con aceite que son en definitiva lo que hace que estas jóvenes terminen cinco entrando a la boda y cinco se quedan afuera.
Creo que la lámpara representa nuestra vida, la lámpara representa nuestro corazón, nuestra alma. Y entonces me gustaría que todos nos preguntásemos cuál es el aceite que hoy carga mi lámpara, cuál es el aceite que hoy carga mi corazón, cuál es el aceite que hoy carga mi vida. Y cuidado que no sea un aceite rancio.
El aceite rancio es el aceite viejo, es el aceite que quizá quedó en un frasco destapado, el aceite que a veces estuvo expuesto a altas temperaturas. El aceite rancio tiene olor feo y a veces creo que el aceite del corazón está rancio. Es rancio porque es un aceite quemado por el rencor, es un aceite rancio por la intolerancia, por los prejuicios, por las broncas. Es un aceite rancio porque nos gana la tristeza y la desilusión. Es un aceite rancio porque nos gana la angustia, la incertidumbre y el miedo que nos quieren meter con alguna campaña.
Creo que ese no es el aceite que enciende nuestra vida y mucho más en este tiempo, porque necesitamos tener nuestras lámparas prendidas.
Por eso quisiera decir hoy con el Salmo, “mi alma tiene sed de ti, Señor. Mi alma tiene sed de ti”.
Podríamos decir mi lámpara necesita el mejor aceite y el mejor aceite es el encuentro personal con Jesús. El mejor aceite es el Señor que está en mi vida y que enciende mi vida. Por eso pidámosle hoy a Dios que pueda cargar nuestra vida con el mejor aceite, el aceite de la alegría y de la fraternidad y cuidar la luz de la lámpara, porque cuidar la luz de la lámpara es cuidar la propia vida y también es un poco cuidar la vida de los demás.
Y un detalle final. Cuando las cinco jóvenes prudentes están ya entrando, las necias les dicen si les pueden dar un poco de aceite. Les piden prestado aceite y las prudentes no se lo dan. Uno podría decir son muy prudentes, pero son muy egoístas.
Pero es que el Evangelio tiene una enseñanza para nosotros y la enseñanza es que no se puede encender mi vida con alegría prestada. No se puede encender mi vida con fe prestada. No se puede encender mi vida con esperanza prestada. Tiene que surgir desde adentro. Y para eso tengo que fijarme en este que es mi propio aceite. No puedo vivir de la fe, de la alegría o de la fraternidad o de la esperanza prestada o que sea de otros.
En este tiempo propongo más que nunca que le pidamos a Dios que nos encienda la lámpara con el mejor aceite.
Igual que estas jóvenes, estamos cansados, estamos hartos, no damos más, demasiada situación crítica, demasiada situación social y económica compleja. Y entonces el riesgo es que nos quedemos dormidos.
Estamos llamados a encender las lámparas. Si estamos con el aceite rancio, con el aceite quemado del rencor, de la intolerancia, pidámosle a Dios con mucha fuerza en esta semana que nos ayude a encender una vez más la alegría, la esperanza y la fraternidad para poder iluminar mi vida y también iluminar la vida de los demás.
Que el Señor nos ayude y que el Evangelio de hoy ilumine a todo nuestro país, a todo nuestro pueblo, que como aquellas jóvenes está cansado, pero que también hoy se anima a hacer propia la oración de las jóvenes necias y se anima a decirle a Dios: “Señor, nuestras lámparas se apagan, por favor, encendenos la vida”. Amén.