EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (2, 1-14)
Apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.
José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque donde se alojaban no había lugar para ellos.
En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
«¡Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra, paz a los hombres amados por Él!»
Palabra del Señor.
Homilía Mons. García Cuerva – Misa de Navidad. 24 de diciembre de 2023 – Catedral Metropolitana
El Evangelio de hoy comienza con la figura del emperador Augusto diciendo que a través de un decreto ordenó que se realizara un censo en todo el mundo.
Augusto, emperador de Roma, quería saber cuántos eran sus súbditos.
El imperio romano se había extendido por gran parte de Europa, del norte de África, de Medio Oriente, y entonces quería saber cuántos eran sus súbditos, con cuánta gente contaba él en su imperio.
De algún modo el emperador quiere tener control e información absolutamente de todo, y para eso necesita de los datos del censo.
Nos podemos imaginar la figura del emperador, un hombre que gobierna, un hombre que tiene seguridad sobre sí mismo, y un hombre que claramente toma decisiones.
Mientras tanto, hacia el final del Evangelio se nos habla de los pastores. Los pastores son hombres frágiles, son hombres de trabajo rudo en las afueras de la ciudad, son hombres que no son bien vistos por el común del pueblo, porque en general tenían fama de mentirosos, dado que se juntaban por las noches y se contaban historias entre ellos para mantenerse despiertos mientras cuidaban las ovejas. Hombres que al trabajar de noche y en las afueras de la ciudad no participaban de los ritos propios de la religión judía y por lo tanto eran tratados como impuros, como indignos.
No tenían lugar porque su lugar era finalmente el campo en el que vivían con las ovejas. Su aspecto, su olor, su modo de vida hablaba de gente marginada, discriminada.
¿Y por qué quiero hoy resaltar este contraste entre el emperador Augusto, seguro de sí mismo, emperador, con todo el gobierno, y por otro lado los pastores, hombres frágiles y discriminados de los que no sabemos ni siquiera su nombre? Porque creo que en el fondo Augusto y los pastores nos pueden mostrar a nosotros con qué actitud nos acercamos al pesebre, con qué actitud y con qué corazón recibimos la buena noticia del nacimiento de Jesús.
No sé si Augusto se habrá enterado del nacimiento del Señor. Hizo el censo, quizá tuvo resultados de cuánta gente vivía en el imperio romano, pero a pesar de tener toda esa información, a pesar de tener todo el poder y todo el gobierno, se perdió de la mejor y la gran y única noticia. “Les ha nacido un Salvador que es el Mesías, el Señor”.
Mientras tanto, los pastores, con su fragilidad, con el rechazo que recibían de la población de la época, con las críticas que seguramente había sobre ellos, son los primeros que reciben el anuncio que el Señor les ha nacido.
¡Qué curioso, qué increíble!
El que se la sabe todas, se perdió la mejor noticia. Los que no saben nada, se encontraron con el Señor en el pesebre.
Si nosotros nos parecemos a Augusto, si nos creemos seguros de nosotros mismos, si creemos que tenemos todas las respuestas, si creemos que somos dueños de nuestra vida, que tenemos todo bajo control, si de alguna manera nos sentimos totalmente seguros en la diaria, en la familia, si tenemos respuesta, como dije, para todo, si nos creemos un poco los dueños de la verdad, si no nos dejamos interpelar por la buena noticia del nacimiento de Jesús, nos vamos a perder de la mejor noticia y nos pareceremos a Augusto.
En cambio, si en estos días de Navidad mostramos el corazón con toda su fragilidad, si en estos días de Navidad nos animamos a ser como los pastores y nos ponemos delante del pesebre con toda nuestra pobreza, si le pedimos al Señor con fuerza que ilumine nuestras oscuridades, si hacemos de nuestro corazón un pesebre, pero un pesebre de verdad, entonces recibiremos también la alegría del nacimiento de Jesús.
Siempre digo que el pesebre que armamos en casa es muy lindo, es muy prolijo, pero el pesebre de verdad, estoy seguro que no era así. El pesebre de verdad era un pesebre de animales, con mal olor, no era un lugar digno para que nazca un niño, y mucho menos el Hijo de Dios. Sin embargo, Él quiso nacer en ese lugar oscuro, en ese lugar de animales. En ese lugar con mal olor.
Por eso, no tengamos vergüenza y en Navidad mostrémosle al Señor la parte de nuestra vida, la parte de nuestro corazón, que se parezca a un pesebre. No nos escondamos delante de la ternura del niño. Mostrémosle la vida, pero mostrémosle la vida como es, con nuestros fracasos, nuestras frustraciones, con nuestros miedos, con nuestras depresiones, con nuestras broncas, con nuestros pecados.
Démosle lugar a Jesús en la parte de nuestra vida y de nuestro corazón que se parezca de verdad a un pesebre. No nos presentemos delante de Él con la seguridad de Augusto. Mostrémonos con la fragilidad de los pastores.
La segunda lectura nos dice que la gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado.
¿Qué quiere decir que la gracia de Dios se ha manifestado? Quiere decir que hoy Dios nace gratis. Dios nace en el pesebre gratis.
En estos días que habremos estado gastando un montón de plata por las fiestas, los que pudieron. En estos días en que habremos estado preocupados en comprar algún regalo o nos habremos estado quejando de la inflación y de lo que valen las cosas, aparece Dios que nace gratis.
¿Qué quiere decir gratis? Quiere decir que nos ama tanto que no pone ningún requisito a cambio.
Lo propio del amor es la gratuidad. Y Dios nos ama gratuitamente. Nos ama como somos.
Por eso no tenemos que tener vergüenza de Él y en Navidad nos tenemos que mostrar cómo somos. No con la seguridad del Emperador, sino con la debilidad, la fragilidad y la honestidad de los pastores. No perdamos la oportunidad. El Señor desde el pesebre nos dice que nos ama.
En el llanto del bebé nos hace despertar de la indiferencia y darnos cuenta que hay muchos hermanos que necesitan de la alegría de la Navidad. Pero también en la sonrisa del bebé nos está diciendo: “te amo, no te escondas de mí”. En la sonrisa del bebé nos está diciendo: “quiero compartir toda la vida con vos”. En la sonrisa del bebé nos dice: “quiero nacer en el pesebre de tu corazón. No te muestres perfecto delante mío. No tengas miedo. Soy Dios que, desde el niño, desde el pesebre, te digo una y mil veces que te amo y te quiero ver feliz”.
Por eso, como los Pastores, nos acercamos hoy y lo descubrimos en la ternura del niño.
Hay un pequeño relato, por algunos ya conocido. Dice que todos los Pastores fueron al pesebre y dijeron: “hay que llevarles regalos a Jesús”. Y entonces iban en las manos, algunos con una oveja, con un cordero, y llevaban alguna cosa que tenían en su casa o alguna cosa de ropa. Y había un Pastorcito que no tenía nada y se iba muy preocupado en el camino diciendo: “tengo las manos vacías, ¿qué le podré llevar al niño?”.
Cuando llegaron, José y María estaban teniendo al niño en brazos. Y claro, cuando empezaron a llegar los Pastores y después los Reyes Magos y todos llegaban con muchos regalos, José, que tenía al niño en ese momento, miró y encontró a este Pastorcito que estaba con las manos vacías. Entonces le dijo: “por favor, teneme al niño Jesús un ratito mientras nosotros recibimos los regalos”.
Y ahí, ese Pastorcito de manos vacías acunó entre sus propias manos y en su pecho al niño Jesús.
Les propongo entonces igual, vayamos con el corazón abierto y con las manos vacías al pesebre. Estoy seguro que María y José nos van a poner al niño en nuestros brazos.