Compartimos con toda la comunidad el emblema episcopal de Monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, nuevo arzobispo de Buenos Aires, que está formado por cinco símbolos: la cruz, el báculo, la tierra, el techo de chapa y la estrella.
Su lema: «No apartes tu rostro del pobre» (Tobías 4,7), que fue el que eligió para su ordenación episcopal, ahora lo acompañará en su ministerio pastoral en la arquidiócesis.
La cruz expresa el inmenso amor de Jesús que entrega su vida por todos los hombres. En la cruz de Cristo se renueva la fe en el Dios de la Vida, que vence a la muerte con su resurrección, y que el Arzobispo quiere anunciar con entusiasmo y alegría.
El báculo del pastor, que está unido a la cruz, expresa el deseo del Arzobispo de vivir unido a los crucificados de hoy, acompañando sus sufrimientos, sus tristezas, sus luchas y sus esperanzas. Vivir el ministerio episcopal con una opción preferencial y evangélica por los más pobres; como nos recuerda el documento de Aparecida, contemplar en ellos el rostro de Cristo que nos llama a servirlo.
La cruz y el báculo están metidos en la tierra, clavados en ella. Así se expresa el compromiso pastoral que el Arzobispo quiere asumir con la realidad concreta: ser en ella un discípulo misionero, asumiendo sus desafíos y acompañando el caminar de la Iglesia. Su deseo es echar raíces en la tierra que pisa, para que allí donde estén sus pies, esté también su corazón de pastor.
Las chapas refieren a las villas, a la realidad de la pobreza, a la experiencia vital en sus años en que ejerció el ministerio presbiteral y en su camino vocacional, ya que en su tarea pastoral como catequista en una villa fue donde experimentó el llamado de Jesús a seguirlo. Bajo los techos de chapa, el calor y el frío se sienten mucho más. Allí se escuchan hasta los más mínimos ruidos y se distinguen todos los sonidos del barrio. Allí se adquiere una sensibilidad particular, que el Arzobispo quiere mantener en su corazón de pastor y profundizar ahora en su ministerio episcopal.
La estrella simboliza a la Virgen María, de la que el Arzobispo es devoto bajo la advocación de Nuestra Señora de Pompeya. Ella, como Madre, acompaña el momento de la cruz y muerte de Jesús; también hoy acompaña las situaciones de cruz de todos sus hijos. María ilumina nuestras vidas, especialmente nuestras noches oscuras de dolor.