Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3, 15-16. 21-22
En aquel tiempo, como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan el Bautista era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.
Sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado. Mientras éste oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma sensible, como de una paloma, y del cielo llegó una voz que decía: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”.
Palabra del Señor.
Homilía del Arzobispo Jorge García Cuerva – Fiesta del Bautismo del Señor
Celebramos hoy la fiesta del bautismo del Señor e indudablemente es bueno repensar también nuestro propio bautismo a la luz de las lecturas de hoy.
En primer lugar, nos decía la lectura que Jesús también fue bautizado. Todo el pueblo se hacía bautizar en el río Jordán. Que interesante entonces imaginarnos la escena de Jesús haciendo la fila para ser bautizado. De alguna manera Jesús, el Hijo de Dios, se pone en la fila de los pecadores para ser también el bautizado.
Este Dios que nos ama tanto, que hemos celebrado en la Navidad, un enamorado de la humanidad que se encarna y se hace uno de nosotros compartiendo toda nuestra vida; y entonces también se pone en la fila de los pecadores para ser bautizado sin él tener ningún pecado.
De alguna manera me lo imagino a Jesús sintiendo en la propia vida la experiencia y la fragilidad de quienes estaban a su alrededor. Quizás es bueno pensar en nosotros. Nosotros, bautizados. No por bautizados somos mejores, sino que al contrario por bautizados tenemos que ser más comprometidos.
Y quizás, una manera de estar más comprometidos es poder también nosotros experimentar la propia fragilidad y la fragilidad de quienes están a nuestro alrededor. Porque, indudablemente, cuando uno toma conciencia de la propia fragilidad y la necesidad que tenemos de Dios, eso también nos hace más buenos con los demás.
Hoy, la primera lectura me parece que nos da algunas pistas de lo que significa ser bautizado. Recordemos siempre que la palabra bautismo significa sumergirse: sumergirnos en Cristo. Por lo tanto, aquellos que estamos bautizados tenemos el compromiso de ser otro Cristo, de vivir al modo de Jesús.
Y, como dije, quizás lo primero es ponernos en la fila de los pecadores como se puso Jesús, diciendo “acá estoy yo, con mi propia fragilidad”, que entonces me obliga a también aceptar la fragilidad del hermano y ser más bueno con él y no levantar ningún dedo acusador para dar clases a los demás sobre cómo tienen que vivir. Porque en definitiva yo soy uno más junto con ellos.
La primera lectura como dije nos puede dar algunas pistas más, nos dice el libro del profeta Isaías, “Consuelen, consuelen a mi pueblo dice el Señor” (Is., 40, 1) y aquí entonces pensé dos pequeños textos: uno de la encíclica Spe Salvi del Papa Benedicto XVI que nos dice: “La palabra consolación, consolatio, expresa de una manera muy bella lo que significa estar en presencia de otro, sugiriendo un «ser-con» en la soledad, que entonces ya no es soledad” (SS 38).
Consolar significa estar con otro, significa estar con la soledad de otro. Estamos llamados, como bautizados, a poder acompañar la soledad de tantos hermanos que viven esa profunda soledad, como digo siempre, en nuestras ciudades en las que estamos todos juntos amontonados pero no siempre en compañía.
El Papa Francisco sobre este tema de la consolación, del consolar, del estar al lado de los solos, decía en marzo del 2019 a los miembros de una Confederación Italiana de Cooperativas: “Cuando el hombre se siente solo, experimenta el infierno. En cambio, cuando advierte que no está abandonado, puede enfrentar cualquier tipo de dificultad y esfuerzo… Hacerse prójimo significa evitar que el otro sea permanezca presa del infierno de la soledad… No podemos ser indiferentes sino que cada uno, según sus posibilidades, debe comprometerse a quitar un trozo de soledad a los demás. Hay que hacerlo no tanto con palabras, sino sobre todo con compromiso, amor, competencia y poniendo en juego el gran valor agregado que es nuestra presencia personal. Hay que hacerlo con cercanía, con ternura”.
Qué desafío, entonces, tenemos los bautizados. Y pensaba los bautizados que, especialmente, vivimos en ciudades donde una de las grandes pobrezas urbanas es la soledad, a tomar las palabras del profeta Isaías y consolar. Consolar en esta idea de estar con el que está solo y poder hacer su vida un poco más llevadera.
En segundo lugar, nos dice el profeta Isaías, “hablen al corazón” (Is. 40, 2). Poder hablar al corazón de nuestros hermanos que la pelean en la vida como la peleamos todos, pero hablar con cercanía, hablar con ternura, hablar con misericordia.
Todos somos conscientes que nuestras palabras pueden ser extremadamente hirientes, que podemos lastimar más que con un cuchillo cuando hablamos de los demás. El profeta Isaías nos invita, y creo que es otra de la misión de los bautizados, a hablar al corazón.
Y hablar al corazón es hacerlo con ternura. Hablar al corazón es hacerlo con comprensión y misericordia. Hablar al corazón es saber que estamos entrando en tierra sagrada, que es la vida del hermano.
Y una tercera misión, que dice también el profeta Isaías, “súbete a la montaña elevada tú que llevas y anuncias la buena nueva, la buena noticia” (Is. 40, 9). También los bautizados tenemos que ser testigos de buenas noticias, anunciadores de buenas noticias.
En un mundo marcado por la guerra, por la violencia, por la miseria, por la exclusión, por el egoísmo, no podemos dejarnos ganar y transformarnos, entonces, en cristianos quejosos, apesadumbrados, desesperanzados, desalentados.
Al contrario, tenemos la mejor buena noticia para compartir: Jesucristo muerto y resucitado, que nos ama con locura, y nos quiere hombres y mujeres felices. Hombres y mujeres de esperanza, que se animan a vivir la fraternidad en un mundo tan, pero tan egoísta, y tan violento.
Quisiera entonces hoy, que en este día de la fiesta del bautismo del Señor demos gracias por nuestro propio bautismo. Recordemos la fecha de nuestro propio bautismo, porque es como nuestro segundo cumpleaños.
Y entonces, igual que Jesús, ponernos en la fila de los pecadores. ¿Para qué? Para experimentar una vez más nuestra propia fragilidad y la fragilidad de los demás. Y eso necesariamente nos tiene que hacer más buenos.
Y quizá, poder repensar nuestro propio bautismo a la luz de la misión que nos propone Isaías. Consolar, consolar a nuestro pueblo, estar con la soledad del hermano. Como nos dice Francisco, cuando el hombre se siente solo experimenta el infierno.
Que entonces los cristianos comprometidos y bautizados se hagan conscientes de que, con cercanía y con ternura, tenemos, entre otras misiones, que estar cerca de los que están solos.
En segundo lugar, hablar al corazón. Hacerlo con ternura, con palabras que no hieran, que no lastimen. Poder hablar al corazón que nuestras palabras sean una caricia cuando hablemos con los demás.
Y, en tercer lugar, anunciar la buena noticia. No ser pregoneros de calamidades y de solamente malas noticias, sino transmitir lo mejor que nos pasó en la vida, que es haber conocido a Cristo.
Que Dios nos renueve nuestro bautismo, que nos renueve nuestra misión y que no quede nuestro bautismo en el recuerdo de una estampita o de un asado que comimos después, sino que lo actualicemos con esta misión que nos proponen hoy las lecturas: consolar a nuestro pueblo, hablar al corazón y anunciar la buena noticia del Dios, que nos ama tanto, que entregó la vida por nosotros. Amén.