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Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Domingo XX Tiempo Ordinario

por prensa_admin

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan     6, 51-59

    Jesús dijo a los judíos:
        «Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
        El que coma de este pan vivirá eternamente,
        y el pan que Yo daré
        es mi carne para la Vida del mundo».
    Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»
    Jesús les respondió:

«Les aseguro
que si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre,
no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene Vida eterna,
y Yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida
y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí
y Yo en él.
Así como Yo,
que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre,
de la misma manera, el que me come
vivirá por mí.
Éste es el pan bajado del cielo;
no como el que comieron sus padres y murieron.
El que coma de este pan vivirá eternamente».

    Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.

Palabra del Señor.


Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Domingo XX Tiempo Ordinario

Jesús hoy en el Evangelio continuando con este discurso del Pan de Vida nos plantea: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. Jesús, lo que hace hoy es exponer con profundidad el sentido de la Eucaristía. El que come su carne y bebe su sangre se transforma en otro Cristo. Y entonces, si es así, que nos transformamos por comulgar, por recibir su carne, por beber su sangre en otro Cristo, tendremos que tomar consciencia de lo que esto significa. 

Tomar consciencia que en nuestra vida, desde cada Eucaristía en donde comulgamos, tendremos que salir transformados en otro Cristo que se vea en la sociedad, en la vida cotidiana. En la concepción de los judíos, en la época de Jesús, estaba esta idea de que cuando se juntaban a comer había una profunda unidad y fraternidad entre aquellos que comían y de algún modo al comer lo mismo era como que entre ellos se hacían lo mismo también. Se hacían la misma persona. Por eso, el enorme escándalo cuando Jesús se junta a comer con pecadores. Porque Él, que se decía ser El Hijo de Dios al comer con pecadores, al comer lo mismo que los pecadores, se hace uno con ellos. 

Nosotros al comer con Cristo en la Eucaristía, al comer su cuerpo en la Eucaristía, nos tenemos que hacer otro Cristo. Como nos dice Él a partir de que comemos su carne y bebemos su carne permanece en nosotros. Y entonces, podemos volver a pensar, que hay de mi vida cuando salgo o que hay de la vida de Cristo cuando salgo de cada Misa, ¿Se nota realmente que soy alguien que ha comulgado el domingo? En las actitudes que tengo el lunes, el martes, el jueves, en la escuela, en el trabajo, en la calle. 

Por eso, creo que hoy es importante también prestarle atención a la Segunda Lectura del Apóstol San Pablo porque le insiste a la comunidad con que cuiden mucho su conducta. Y ¿Por qué les dice “cuiden mucho su conducta»?. Porque justamente se da a través de la conducta y de los actos concretos de todos los días, que podrán dar testimonio de Cristo o no dar testimonio de Cristo. Por eso les dice San Pablo en esa lectura “Procedan como personas sensatas que saben aprovechar el tiempo presente”, “Procedan como personas sensatas que saben aprovechar el tiempo presente”. Justamente, los testigos de Cristo, aquellos que queremos identificarnos con Cristo después de comulgar, de comer su cuerpo, queremos aprovechar y vivir el tiempo presente que es el único tiempo que tenemos. 

No queremos vivir en la nostalgia o en la melancolía pegajosa de tiempos que pasaron añorando épocas que no volverán pero tampoco queremos vivir en la enfermedad de la ansiedad queriendo apurar el tiempo y viviendo en un futuro que todavía no llegó. 

Los testigos de Cristo que se quieren parecer a Cristo después de cada Eucaristía tenemos que vivir el tiempo presente y descubrir la presencia de Dios en la vida cotidiana del hoy. San Pablo dice también en esa Lectura: “No sean irresponsables”, justamente si comemos el Cuerpo de Cristo a lo largo de la vida cotidiana de la semana, deberemos ser responsables con nuestras actitudes, deberemos ser responsables con nuestros gestos, yo digo que la responsabilidad es la otra cara de la culpa. Aquellos que se quedan en la culpa nada más de las equivocaciones no avanzan, no se recuperan nunca, en cambio, aquellos que se hacen responsables de de sus actos, pueden superar la culpa. 

Y también tenemos que hacernos responsables de tantos hermanos que sufren. No podemos dar vuelta la cara, en nuestra ciudad ni en nuestra vida a los rostros concretos de Cristo que están en los que sufren. Hacernos responsables también de nuestros abuelos a los que muchas veces tenemos casi abandonados en un geriátrico y no visitamos. Hacernos responsables también de nuestros niños, hoy que los tenemos tan presentes, de eso se trata también comulgar.  De saber que cuando salgo de la misa no puedo vivir aislado de manera individualista o privada creyendo que los demás no son más que sombras que se cruzan en el camino. No. Los demás son hermanos de los que también me tengo que hacer cargo. Por eso, esto de ser alimento para los demás es algo que también tenemos que reflexionar. 

A lo largo de estas misas reflexionando sobre el discurso del Pan de vida, pensando también en cómo nos alimentábamos nosotros. Si, verdaderamente nos alimentábamos del cuerpo de Cristo porque el hambre más profunda que tiene el ser humano, tiene como respuesta la Eucaristía. Hoy creo que damos un paso más, si nosotros somos alimentos para los demás, cómo nos dice esa conocida canción: “Quiero ser pan para el hambre, ser el pan del pueblo y construir el escándalo de compartir”. Después de comulgar yo tengo que ser alimento para los demás, después de comulgar yo tengo que ser pan que se parte y reparte para los demás. Hoy, que recordamos especialmente como dijimos a los chicos, de qué manera también pensar; en todos aquellos niños en nuestra sociedad que verdaderamente tienen hambre. 

Me contaban en estos días de muchas familias, incluso en el interior, que terminan comiendo una vez al día y que la otra comida es el famoso “alfajor” de los más económicos y también de los más conocidos. Esa es su otra comida. Me lo contaba un sacerdote que había ido a misionar al interior. ¿Cómo poder nosotros también comprometernos desde cada Eucaristía y no desatender ni desentendernos de esas situaciones tan límites que viven muchos hermanos en nuestra Argentina.

Pienso en aquellos niños que también tienen hambre de una educación de calidad que finalmente es lo único que los saca del núcleo duro de la pobreza. ¿Cuánto pan necesita nuestra sociedad? Pero no solamente el pan de harina, sino el pan en el que nos tenemos que convertir nosotros después de recibir la Eucaristía porque, como dijimos al comienzo, repitiendo las palabras de Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. De eso se trata entonces, de que a partir de cada Eucaristía yo sea cuerpo de Cristo para los demás, alimento para tantos hermanos con los que me cruzo. 

Terminamos con una poesía pequeña del Padre Olaizola: “ Pan para saciar el hambre de todos. Amasado despacio, cocido en el horno de la verdad hiriente, del amor auténtico, del gesto delicado. Pan partido, multiplicado al romperse, llegando a más manos, a más bocas, a más pueblos, a más historias. Pan bueno, vida para quien yace en las cunetas, y para quien dormita empachado de otros manjares, si acaso tu aroma despierta en él la nostalgia de lo cierto. Pan cercano, en la casa que acoge a quien quiera compartir un relato, un proyecto, una promesa. Pan vivo, cuerpo de Dios, alianza inmortal, que no tiene que faltar en ninguna mesa ”. Amén.

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