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Misa de Aguinaldo con la comunidad Venezolana

por Justina Kleine
Misa de Aguinaldo con la Comunidad venezolana

La comunidad venezolana en Buenos Aires celebró la misa de Aguinaldo el Tercer Domingo de Adviento en la Catedral Metropolitana. El Arzobispo presidió la celebración y animó a todos los migrantes a no perder la alegría ni la esperanza.

Monseñor García Cuerva destacó que todos los autores de los textos compartidos en aquel día, convocaban a la alegría. «la alegría a la que nos convocan es la alegría que estamos hoy celebrando, la alegría de que Jesús vuelve a nacer entre nosotros, la alegría de que Dios es un enamorado de la humanidad. Por eso se hace uno de nosotros», expresó.

Resaltó tres tipos de alegría a los que los cristianos están convocados: «Nuestro Dios no es un Dios alejado que nos mira desde arriba, no es un Dios que está extrañado de lo que nosotros vivimos, al contrario, es un enamorado de nosotros, por eso recorre los mismos caminos«, y también dijo: «la alegría que tenemos es la alegría de saber que Dios está vivo y que no hay injusticia, no hay sufrimiento, no hay dolor ni hay muerte que pueda con la resurrección de Jesús».

«Ni Sofonías ni Pablo estaban equivocados. Alegrémonos, Jesús está naciendo. Alegrémonos, vayamos al pesebre de Belén. Alegrémonos, recuperemos nuestra esperanza en Belén, en el pesebre», exhortó el Arzobispo y concluyó su homilía diciendo: «ese niño que es el mismo Dios que nos vuelve a decir que nos ama, que nos vuelve a decir que somos hermanos, que nos vuelve a decir que renovemos la esperanza y la alegría».


Homilía del Arzobispo Mons. Jorge García Cuerva en la misa de Aguinaldo del Tercer Domingo de Adviento – 15 de diciembre de 2024.

Estamos reunidos para celebrar juntos esta Eucaristía, esta misa de Aguinaldo, en la que todo el pueblo venezolano, pero también nosotros, como porteños, queremos acompañar, estar y rezar juntos para prepararnos mejor para la Navidad y el Nacimiento de Jesús.

Y celebramos esta Eucaristía en este Tercer Domingo de Adviento, y la primera lectura nos convoca a la alegría y esa palabra aparece cuatro veces, luego en el Salmo, otras cuatro veces aparece la palabra alegría y, después, en la segunda lectura aparece dos veces la palabra alegría. Todas las veces diciendo que tenemos que ser alegres, todo el tiempo convocándonos a la alegría.

El autor de la primera lectura es el profeta Sofonías, le podríamos decir a Sofonías: ‘Pero Sofonías, ¿cómo nos decís que exultemos de alegría? ¿Cómo nos repetís cuatro veces que seamos alegres? ¿Acaso vos no vivís en nuestro país, en Argentina? ¿Acaso vos no sabés lo que vivió y vive el pueblo venezolano? ¿Cómo que nos convocás a la alegría?’.

Y la misma pregunta le podemos hacer al salmista, ¿cómo es esto de que tenemos que aclamar al Señor por la alegría? ¿Acaso el salmista no sabe del dolor del pueblo venezolano? Y también se lo podemos preguntar a San Pablo, en la segunda lectura, que nos dice: ‘ Alégrense siempre del Señor’, y después nos repite: ‘Insisto, alégrense’. San Pablo, ¿acaso vos no sabes de lo que sufre el pueblo venezolano? ¿Vos no sabes lo que ha significado la migración de tantos hermanos que han dejado su patria, sus afectos, sus trabajos, sus proyectos, sus esperanzas en la tierra nativa y que han salido con la esperanza de encontrar una mejor calidad de vida que hoy se encuentran acá en Buenos Aires?

Tanto a Sofonías, como al salmista, como a Pablo, les podemos preguntar, ‘¿cómo que nos convocan a la alegría? ¿Acaso no saben de nuestro dolor, de nuestra tristeza? ¿Acaso no saben de la nostalgia por la patria venezolana que la sentimos tan lejos y al mismo tiempo tan dentro del corazón?’.

Yo creo que, en realidad, la alegría a la que nos convocan es la alegría que estamos hoy celebrando, la alegría de que Jesús vuelve a nacer entre nosotros, la alegría de que Dios es un enamorado de la humanidad. Por eso se hace uno de nosotros. Por eso quiere compartir toda nuestra vida.

La alegría a la que nos convoca es la alegría de saber que Jesús también, junto con José y con María, tuvo que ser exiliado de su patria, perseguido por Herodes. Y tuvo que vivir en tierras extranjeras, en Egipto. Jesús sabe de nuestro dolor, Jesús sabe de nuestros sufrimientos, Jesús sabe lo que es el exilio. Y por eso, aunque parezca contradictorio, eso es un tipo de alegría, porque creemos en un Dios que está tan, pero tan cerca nuestro, que le pasaron las mismas cosas.

Y por lo tanto rezarle a Dios, compartirle nuestro dolor y nuestro sufrimiento, es saber que nos va a entender porque pasó por lo mismo. Hablarle a Dios del exilio, hablarle a Dios de la injusticia de haber dejado la patria, hablarle a Dios de lo que extrañamos, es saber que Dios nos comprende, que Dios nos entiende, porque vivió lo mismo. Y eso tiene que ser un tipo de alegría. Nuestro Dios no es un Dios alejado que nos mira desde arriba, no es un Dios que está extrañado de lo que nosotros vivimos, al contrario, es un enamorado de nosotros, por eso recorre los mismos caminos.

También, la alegría que tenemos es la alegría de saber que Dios está vivo y que no hay injusticia, no hay sufrimiento, no hay dolor ni hay muerte que pueda con la resurrección de Jesús. Y eso también es un tipo de alegría y no solo de alegría es también de esperanza porque ni la muerte pudo contra la vida de Jesús, ni la muerte pudo con el amor.

Y entonces podemos también nosotros pensar que no habrá exilio, no habrá tristeza, no habrá distancia, no habrá proyecto frustrado que pueda con el amor de los seres queridos a los que extrañamos dentro del corazón, y que no pueda con la justicia que seguimos anhelando, que seguimos esperando, porque Jesús venció a la muerte para siempre y estamos convencidos entonces que desde su cruz, desde su entrega, desde su resurrección, nos anima, también, en la alegría y la esperanza.

Y la tercera alegría que creo que nos tenemos, es que nos tenemos entre nosotros, que estamos juntos, que somos familia, que nos acompañamos, que no estamos tirados en la existencia, sino que somos hermanos, que hemos formado una enorme comunidad, como repito siempre, que es la comunidad migratoria más importante, más numerosa en la ciudad de Buenos Aires en este momento.

Y entonces también es alegría saber que estamos juntos, que nos sostenemos, que cuando alguno afloja y empieza a lagrimear, a entristecerse, habrá otro que te ayude a seguir adelante. Y cuando este otro comience a aflojar, seguramente habrá alguien que diga: ‘dale, hermano, vamos para arriba’.

Por eso, no están tan equivocados Sofonías, ni el salmista, ni Pablo cuando nos insisten tantas veces con que nos alegremos. Al contrario, saben de lo que nos pasa, saben de lo que sangra el corazón, saben de las injusticias, saben del exilio forzado buscando una mejor calidad de vida. Pero, justamente, es por eso que debemos ser alegres.

Alégrense  porque Jesús pasó también por el exilio. Alégrense porque nuestro Dios nos comprende, porque vivió lo mismo. Este Dios no es un Dios extraño, es un Dios que sabe de lo que nos pasa, que se puso en nuestros zapatos, que entiende nuestro dolor, porque él también tuvo que abandonar su patria.

Alégrense, porque, más allá de toda injusticia, de todo rencor, de toda bronca, de todo dolor, creemos en un Dios que está vivo, que venció la muerte para siempre. Esa es la razón de nuestra esperanza. No podemos bajar de brazos. Alegrémonos porque todavía tenemos fuerza para luchar. Esa fuerza nos la da Jesús resucitado. Y alégrense, porque estamos juntos, alégrense porque somos familia. Alégrense, porque estamos acompañándonos unos a otros, y cuando uno cae, uno lo levanta, y cuando yo caigo otro me levanta.

Ni Sofonías ni Pablo estaban equivocados. Alegrémonos, Jesús está naciendo. Alegrémonos, vayamos al pesebre de Belén. Alegrémonos, recuperemos nuestra esperanza en Belén, en el pesebre. Y dejémonos acariciar el corazón, que tanto duele, por ese niño. Por ese niño que es el mismo Dios que nos vuelve a decir que nos ama, que nos vuelve a decir que somos hermanos, que nos vuelve a decir que renovemos la esperanza y la alegría. Y así como hoy vamos a ir hacia el Belén, no perdamos la esperanza de que algún día también puedan ir hacia su patria tan anhelada, la querida Venezuela.

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