Homilía Mons. García Cuerva – Lectorado y Acolitado. 27 de abril de 2024 – Parroquia Inmaculada Concepción (D)
La primera oración del Evangelio de hoy, nos dice que Jesús recorría las distintas ciudades, que enseñaba en la sinagoga, que proclamaba la Buena Noticia del Reino, y que sanaba todas las enfermedades y dolencias. Quería entonces compartir con ustedes y con toda la comunidad aquí presente estas cuatro acciones de Jesús.
La primera: recorrer. Quisiera invitarlos a los nuevos lectores, a los nuevos acólitos, a que primero se animen siempre a recorrer con la oración, y en la oración, el propio corazón. Que este tiempo de Seminario aún les sirva para profundizar y recorrer el propio corazón. Conocerse más a ustedes. Pasar por el corazón la vida de toda nuestra gente. Pasar por el corazón, el llamado de la vocación. Pasar por el corazón tantos rostros. Pasar por el corazón la propia vida, con sus fragilidades, y también con sus talentos. Recorran entonces, el propio corazón. Recorran también, la Palabra de Dios. Recorran la voz de Dios en su palabra. En la vida del pueblo de Israel, también en el seguimiento del Señor en los Evangelios. En las cartas y en la vida de las primeras comunidades. Que puedan entonces recorrer con su voz, especialmente ustedes lectores, la voz de Dios en su Palabra. Que puedan también ustedes, hermanos acólitos, recorrer las mesas de la diócesis. Primero la mesa del altar, en las distintas comunidades, sirviendo en la mesa del altar, pero también recorriendo las mesas del dolor de nuestra ciudad. En los hospitales, en los cementerios, en las noches de la caridad, haciendo una mesa fraterna de tantos hermanos que viven en la calle.
La segunda acción de Jesús (que me permito aplicarla a ustedes): enseñar. Les propongo a todos, lectores y acólitos, a enseñar como discípulos, no como decíamos cuando eramos chicos -los más viejos, no ustedes-: “maestros ciruelas”. No enseñemos así. No enseñemos bajando línea, hagámoslo al modo de Jesús. Enseñando sin imponer. Sin usar la verdad de Jesucristo como si fuese un tratado berreta de moral, o un hacha afilada con la que terminamos lastimando el corazón de nuestra gente. Enseñemos al modo de Jesús, con ternura, con paciencia, acompañando, callando a veces verdades, porque por encima de la verdad está la caridad.
La tercera acción: proclamar la Buena Noticia. Y para eso les propongo primero pasarla por la propia vida, y entonces descubrir las maravillas que hace esa Buena Noticia del Reino en sus propios corazones. Y así entonces, anunciar el Evangelio con alegría y con pasión. Hablar de Jesús, que como Él mismo nos decía hace algunos domingos, no es un fantasma, es un Señor de carne y hueso que tiene mucho que ver con nuestra vida concreta. Recuerdo siempre al padre Rivas que nos decía que la Buena Noticia que proclamamos no es el leccionario, y por eso nos decía que no teníamos que mostrar después de leer la lectura, el libro y decir “Palabra del Señor”, porque decía “ese no es la Buena Noticia; la Buena Noticia es el mensaje que acaban de anunciar, eso es un libro”. Entonces, que esa Buena Noticia puedan transmitirla porque es liberación, esa Buena Noticia es anuncio del Reino, esa Buena Noticia es el proyecto de Dios que hace tanto bien a nuestra gente. Háganlo, como les dije, con mucha alegría, con mucha pasión. No se cansen de hablar de Jesús, de ese Jesús que tiene tanto que ver con nuestra vida.
Y la cuarta acción: sanar. Que podamos todos, pero especialmente ustedes lectores y acólitos, sanar tantas heridas de nuestra gente, heridas del alma, que sangran y supuran. Sean por eso testigos de la ternura y la misericordia de Dios. Los que se acercan a ustedes porque usan el alba, porque son seminaristas, o porque tienen el clergyman, se acercan a ustedes porque de alguna manera su presencia habla un poquito de Jesús. No se la crean. Siempre quieran ser testigos del Señor. Que quienes se acerquen reciban la ternura de Dios que cura y nunca un dedo acusador que lastima.
Queridos lectores: yo ya sé que saben leer, y lo sabemos todos, eso no lo dudamos y que saben dividir una oración entre sujeto y predicado, quédense tranquilos, no es que lo van a aprender a hacer desde ahora. Pero la Iglesia hoy les confía leer el mensaje de la Palabra de Dios. Como les dije recién, háganlo con pasión y con alegría, como mensajeros de la mejor Buena Noticia que tiene el mundo. Prestenle su voz y garganta al Señor para anunciar al mundo que Dios los ama.
Queridos acólitos: servirán de cerca las mesas eucarísticas. Forjen en su corazón, como les dije el otro día, un corazón de mozo. El mozo es el que sirve, el que colabora para que los demás puedan comer. Les propongo entonces que puedan animarse a servir para que el Pan de Vida llegue a todos. Préstenle sus frágiles manos al Señor para alimentar a tantos hambrientos de Dios.
Y hoy, celebramos también a Santo Toribio de Mogrovejo, un gran obispo latinoamericano, en realidad español pero que fue obispo en Lima durante muchos años. Leyendo algunos textos de él tenía una frase: “Nuestro gran tesoro es el momento presente, tenemos que aprovecharlo para ganarnos la Vida Eterna”. Sé que están más cerca la ordenación diaconal y sacerdotal, y eso puede jugar en contra, que nos gane la ansiedad. Como les dije el otro día a los que se admitían, que donde estén tus pies, esté corazón. Vivan hoy el presente, es el tiempo más maravilloso, es el gran tesoro como nos decía Toribio. Sean los mejores lectores, orgullosos de este ministerio que les confía la Iglesia. Sean los mejores acólitos, orgullosos de este ministerio que les confía la Iglesia. Y que aprovechen este tiempo para alguna vez ganarse la vida eterna. Amén.