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Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Domingo XXIII Tiempo Ordinario 

por prensa_admin

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     7, 31-37

    Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

    Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: »Efatá«, que significa: »ábrete«. Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

    Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: »Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos«.

Palabra del Señor.


Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Domingo XXIII Tiempo Ordinario 

El Evangelio de hoy comienza diciendo que Jesús volvía de la región de Tiro, que pasó por Sidón, fue hacia el mar de la Galilea atravesando el territorio de la Decápolis y esta primera oración del Evangelio de hoy no es solamente una descripción geográfica de por dónde andaba Jesús sino que es mucho más. Nos está hablando de un Jesús en movimiento, de un Jesús que camina, nos está hablando de un Dios callejero. 

Y creo que esto es importante, teniendo en cuenta está consigna a la que nos ha invitado el Papa Francisco desde hace tanto tiempo de ser una Iglesia en salida, de ser callejeros de la Fe, de poder descubrir que este hermoso tesoro que tenemos en el corazón que es, haber conocido a Jesús y la buena noticia, no es para guardarlo dentro de los templos sino para compartir con los demás. Por eso, quizá en esta primera oración se me ocurría volver a imaginarnos a este Dios que callejea, a este Dios que camina en la historia, a este Dios que no se queda quieto. 

Por eso, en el Sínodo de Buenos Aires que se celebró hace algunos años podríamos decir junto con el Sínodo: “Dios camina y Dios está presente en la ciudad” y si es así, salimos a su encuentro. Junto con esta primera idea del Dios que callejea, del Dios que camina, del Dios que no se queda quieto y por lo tanto, nosotros como Iglesia tampoco debemos hacer, aparece la idea de que Jesús se encuentra con un sordomudo. Indudablemente cuando se camina, cuando se callejea, cuando andamos en medio de la ciudad, nos encontraremos con todo el dolor, nos encontraremos con el sufrimiento. 

Estamos más expuestos y entonces Jesús también. Porque está expuesto y se involucra en la realidad, se encuentra con el dolor. Se encuentra con el sufrimiento, se encuentra hoy con un sordomudo. Para la época de Jesús los enfermos eran también considerados impuros, pecadores, ellos y sus padres. Por lo tanto este sordomudo no sólo sufría un aislamiento propio de la enfermedad, no poder comunicarse, sino que también sufría el aislamiento de la discriminación, de ser rechazado, de ser señalado, de ser considerado impuro y pecador. 

¿Cómo lo cura Jesús? Dice que lo separa de la multitud y llevándolo aparte le va a poner los dedos en las orejas y con su saliva le toca la lengua y aquí la tercera enseñanza para nosotros: ¿Cómo hacemos el bien a los demás? Jesús lo hace con mucho respeto. Jesús lo lleva aparte, no lo hace sobre un escenario para que todos lo vean, lo aplaudan, le saquen fotos y las suban a las redes sociales. Al contrario, Jesús dice que lo lleva a parte, separado de la multitud y seguramente en la intimidad, dice que le pone los dedos en las orejas y con su saliva le toca la lengua. 

Jesús le pone alma, corazón y vida a esta curación. No lo cura solo de palabra, le pone el cuerpo y eso también tenemos que llamarnos como Iglesia acompañar y llevar y curar el sufrimiento de tantos hermanos poniendo el cuerpo. No desde detrás de un escritorio, no solamente de palabra y declamando sino poner el cuerpo, poner todo de nosotros como hoy lo hace Jesús. Y entonces, dice que Jesús dice: “Efatá, abrate” y allí dice que se le abrieron los oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. 

Pensaba que pudiéramos todos nosotros como argentinos escuchar este “Efatá”, este “ábrete”, que podamos descubrir también nosotros que aunque nuestros oídos estén en perfecto estado de salud también a veces somos un poco sordomudos porque escuchamos lo que queremos oír, porque hablamos solamente de lo que queremos hablar, en general nos reunimos en una casa con amigos o familiares y decimos: “Acá no se habla de política, de fútbol ni de religión”. No tenemos siquiera capacidad para dialogar y hasta nos prohibimos los temas que podemos tratar. 

No nos gusta escuchar opiniones distintas y no nos gusta escuchar al que dice quizá otra cosa, nos hemos transformado terriblemente intolerantes, soberbios, intelectuales. Es verdad que el sordomudo tenía un problema físico, quizá nuestro problema sean los tapones de cera que tenemos, tapones de intolerancia, tapones de prejuicios, tapones de individualismo, tapones de soberbia que entonces no nos permiten escucharnos. Y claro, cuando no podemos escucharnos entonces tampoco sabemos hablar será por eso que nos tratamos a los gritos, será por eso que nos ninguneamos, será por eso que como no sabemos dialogar nos decimos cosas horribles por las redes escribiendo en los comentarios con una terrible impunidad. 

Hoy el “Ábrete”, el “Efatá” es un clamor que podemos también hacerle al Señor porque lo necesitamos. Queremos curarnos, queremos aprender a escucharnos como argentinos, queremos aprender a dialogar. Como nos gustaría, como dice el Evangelio de hoy, comenzar a hablar normalmente. Qué necesidad tenemos de todo esto. Y al final, después del milagro Jesús le dice: “No digan nada” pero ¿Cómo se va a callar tanta alegría? ¿Cómo se va a callar tanta alegría el enfermo que fue curado? ¿Cómo los testigos del milagro se van a callar? Y entonces dicen: “Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos, hablar a los mudos”. 

En general, somos bastante indiscretos y nos encanta hablar mal de los demás, somos lo que se llama común y vulgarmente “chusmas”. Que lindo sería ser chusmas de buenas noticias, poder contar esta hermosa alegría, compartirla con los demás. Creemos en un Dios que está vivo, creemos en un Dios que camina con nosotros, creemos en un Dios que es callejero de la Fe, creemos en un Dios que se encuentra con el dolor y que no le tiene asco y entonces es capaz de curarnos. Es capaz de poner su cuerpo para curar nuestras sorderas, las sorderas del corazón, es capaz de poner su cuerpo y de curarnos para que aprendamos a dialogar entre nosotros, es capaz de hacer maravillas en nuestra vida. Y entonces, ¿Cómo callarnos? 

Pidamos hoy entonces juntos al Señor, que este Evangelio nos ilumine, que cada uno pueda descubrir cuales son las propias sorderas porque como dice el dicho, “No hay mayor sordo que el que no quiere oír”. Que podamos descubrir que a veces en la familia, en el trabajo, en la escuela o en las comunidades, no sabemos dialogar, estamos esperando que el otro termine de hablar para responder y, entonces, le pedimos a Jesús que haga el milagro. Y sabiendo que él tiene todo poder para hacerlo empezamos a curarnos, no nos vamos a poder callar. Vamos a tener que seguir anunciando al mundo que Dios camina con nosotros, que Dios nos cura, que como aquel sordomudo también lo hace con nosotros, nos anima a encontrarnos, a curarnos, nos anima a en definitiva: a concretar la fraternidad. El gran sueño de Dios para la humanidad.

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