Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 12, 38-44
Jesús enseñaba a la multitud:
«Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad».
Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
Entonces Él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir».
Palabra del Señor.
Homilía Mons. Jorge García Cuerva Domingo XXXII Tiempo Ordinario
Tanto la primera lectura del Libro de los Reyes como el Evangelio, presentan a dos mujeres viudas. Y esto no es un detalle menor. Las mujeres viudas en aquella época, por un lado pertenecían a una cultura muy machista, pero junto con eso perdían todo derecho una vez que quedaban viudas. Aquellos bienes que habían compartido con sus maridos, una vez fallecidos ellos pasaban a la familia del marido. De modo que la mujer quedaba literalmente en la calle, quedaba literalmente sin ningún tipo de protección social, con lo cual, era una doble pobreza. Ser mujer y ser viuda significaba sufrir discriminación, significaba sufrir exclusión, significaba vivir realmente en la pobreza.
Y estas dos mujeres de alguna manera creo que son las que hoy protagonizan las lecturas, porque como nos dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, los pobres tienen mucho para enseñarnos. Con lo cual quisiera concentrar la reflexión de hoy en estas dos mujeres que creo que, como nos decía el Papa, tienen mucho para enseñarnos desde su pobreza, desde su marginalidad, desde su dolor y sufrimiento.
En primer lugar, ambas mujeres confían. En primer lugar, aparece la figura de Elías, que dialoga con la viuda de Sarepta y que le pide que le dé algo de comer. Y esta mujer le dice: “No tengo nada y lo poco que tengo lo comeré con mi hijo y luego moriremos”. Sin embargo, confía en la palabra de Elías y por eso escucharemos que dice: “no temas”, es Elías el que le dice esto, “Tráeme una galleta, luego harás una para ti y otra para tu hijo. Porque así habla el Señor, el tarro de harina no se agotará ni el frasco de aceite se vaciará”. Y la viuda confía en esa palabra, confía y entonces comparte lo poco que tiene.
Del mismo modo, seguramente la viuda del Evangelio, que deja lo poquito que tiene, seguramente ella también está confiando en la providencia, confiando en que a pesar de que ha puesto en la sala del tesoro del templo lo poquito que tenía, seguramente confía en que Dios no la va a dejar tirada, como decimos comúnmente.
Y aquí la primera enseñanza, confiar. Vivimos en una sociedad en la que en general somos muy desconfiados unos de otros, de hecho hay gente que se vanagloria de decir yo no confío en nadie, en general quienes sostienen esa expresión es porque han sido heridos en la vida, seguramente tienen alguna experiencia negativa en el pasado pero que necesidad tenemos de confiar en los demás porque nadie puede solo en la vida, profundamente nos necesitamos y en ese sentido creo que confiar es tener una esperanza firme en los demás que son mis hermanos pero también confiar en la providencia y confiar en Dios que como dije no nos deja tirados, expresión que usamos comúnmente. Creo entonces como primera acción que nos enseñan estas dos mujeres viudas aprender a confiar en los demás y en Dios.
En segundo lugar las dos comparten, la viuda de Sarepta compartirá lo que tiene.compartirá un poco de harina, de aceite, compartirá pan y un poco de agua con Elías. La mujer del Evangelio, verá que dio unas pequeñas monedas de cobre, comparte. Comparten de lo que tienen, no comparten de lo que sobra. En general nosotros muchas veces compartimos de lo que nos sobra.
Creo que vale la pena entonces reflexionar sobre aquello que compartimos, por ejemplo con nuestros hermanos más pobres, cuando pensamos en compartir ropa para Cáritas o mercadería. ¿Será que lo que compartimos es lo que ya no usamos más y entonces lo que hacemos es literalmente una limpieza del placard? ¿Será que compartimos mercadería que nosotros seguramente no vamos a comer o que está al límite de la fecha de vencimiento? ¿O realmente compartimos de lo que tenemos? ¿Compartimos de lo más valioso? ¿Acaso compartimos con los demás nuestro tiempo o a los demás les damos el tiempo que nos sobra cuando podemos o cuando creemos que podemos tener un poquito de rato para ellos?
¿Compartimos verdaderamente nuestros afectos o damos el amor como si fuese una limosna o la amistad como si fuese una limosna? Hoy estas dos mujeres comparten lo más valioso y al mismo tiempo lo poco que tienen. Recuerdo entonces una frase de la Madre Teresa cuando decía: “Hay que dar hasta que duela”. ¿Será que realmente nos duele? ¿Será que el Evangelio llegó al bolsillo también y entonces compartimos nuestros bienes con generosidad o siempre damos lo que sobra? Y entonces, eso no es compartir.
La tercera acción que especialmente la encontramos en la primera lectura, hay diálogo, la viuda dialoga con Elías, qué lindo esto, se da un ida y vuelta entre la viuda y Elías, son de pueblos diferentes, de hecho al principio, dice que la palabra del Señor llegó a Elías y le dice ve a Sarepta que pertenece a Sidón, Tiro y Sidón eran ciudades de los Fenicios, por lo tanto Elías está entrando en tierra extranjera, Elías está entrando en tierra con otras creencias, con otro idioma, sin embargo se encuentra y dialoga con esta mujer, qué necesidad tenemos del diálogo.
El otro día insistíamos con aprender a escucharnos, hoy podríamos pensar cuánto nos falta para dialogar, sin estar esperando que el otro termine de hablar para inmediatamente responderle. El Papa Pablo VI, San Pablo VI, hace sesenta años escribía una encíclica que se llamaba Ecclesiam Suam, y allí él planteaba como grandísimo desafío que tenía la Iglesia, ser una Iglesia del diálogo. Una iglesia que sea capaz de entrar en diálogo y tenga una misión dialógica con el mundo, que nosotros también cada uno no perdamos la capacidad del diálogo, porque es también capacidad de encuentro con el hermano, como lo tuvo la viuda y Elías en la primera lectura.
Y para terminar, una acción de Jesús que creo que no puede pasar desapercibida y es cuando Jesús observa claramente lo que está haciendo la viuda dice miraba cómo la gente depositaba su limosna y luego que ve que esta mujer pone esas pequeñas monedas de cobre llamó a sus discípulos y les dijo y les enseña: “Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros”.
Jesús presta atención a los pobres Jesús observa atentamente la conducta de esta mujer pobre le dice a los discípulos: ”Miren lo que acaba de hacer”. Creo que todos nosotros también tenemos que prestar atención a nuestros hermanos más pobres porque como dije recordando a Francisco los pobres nos evangelizan los más pobres tienen mucho para enseñarnos, para nosotros no son un número, para nosotros son personas con nombre y apellido, rostros concretos que nos hablan del mismo Jesucristo.
Damos gracias a Dios entonces por las lecturas de hoy que nos dejan ser interpelados por estas dos mujeres viudas ellas nos invitan a confiar, ellas nos invitan a compartir y no dar lo que nos sobra, En la primera lectura a la viuda de Sarepta nos invita a aprender a dialogar con los distintos como ella lo hace con Elías y Jesús en el evangelio, igual que a los discípulos, nos dice miren lo que acaban de hacer esta mujer miren cómo compartió miren cómo confía en Dios y confía en los demás por eso hoy señor que queremos pedir que también nosotros nos dejemos evangelizar por los más pobres, que también nosotros haciendo carne el pedido del papa francisco dejemos que los pobres nos enseñen porque ellos también nos hablan de evangelio. Amén.