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Homilía Mons. García Cuerva IV Domingo de Cuaresma

por prensa_admin

 Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     15, 1-3. 11-32

    Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola:

    «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte de herencia que me corresponde». Y el padre les repartió sus bienes.

    Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida inmoral.

    Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.

    Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

    Entonces recapacitó y dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!» Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: «Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros».

    Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.

    El joven le dijo: «Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo».

    Pero el padre dijo a sus servidores: «Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado». Y comenzó la fiesta.

    El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.

    Él le respondió: «Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo».

    Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: «Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!»

    Pero el padre le dijo: «Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado»».

Palabra del Señor.


Homilía Mons. García Cuerva IV Domingo de Cuaresma 

San Pablo le dice en la segunda lectura a los Corintios, y nos dice también a nosotros: “Les suplicamos, en nombre de Cristo, déjense reconciliar con Dios” “Les suplicamos, en nombre de Cristo, déjense reconciliar con Dios”. Y entonces, quisiera compartir con ustedes la pregunta: ¿Cómo es Dios, con quien somos invitados a reconciliarnos? ¿Cómo es ese Dios a quien estamos invitados a volver? Porque justamente, el Papa Francisco decía hace algunos años, que la Cuaresma es un viaje de regreso a Dios. Y para hacer un viaje uno tiene que saber a dónde va, entonces tenemos que conocer a Dios para poder regresar a Él. 

Esta parábola del Padre Misericordioso nos ayuda porque el padre de la parábola desvela cómo es el corazón de Dios. Por eso, quería que acentuáramos algunas de las características de este Dios al que tenemos que volver y que la parábola nos ayuda a conocer. 

En primer lugar, el Padre Dios es un Dios que da libertad, nos regala la libertad. De hecho, el hijo menor le pide que le reparta la parte de la herencia que le toca y, si bien el Padre seguramente sabía que su hijo se equivocaba, le respetó su libertad y le dio la parte de la herencia que le tocaba. 

Al mismo tiempo es un Dios que es tolerante porque soporta el planteo del hijo menor que le dice: “Dame la parte de la herencia que me toca”. Le está diciendo: “Vos para mí estás muerto, por eso quiero mi parte”. Y también más adelante será tolerante con el hijo mayor que no puede pronunciar la palabra “Padre”, que no puede pronunciar la palabra “Hermano” y que, aunque vivían juntos, vivían tan lejos de su Papá. Por eso, este Dios en el que creemos, este Dios es profundamente respetuoso de nuestra libertad y al mismo tiempo es paciente y tolerante con nuestros planteos que a veces le hacemos. 

Al mismo tiempo nos muestra la parábola que el padre lo espera a su hijo. Dice la lectura: “Cuando todavía estaba lejos su padre lo vio”. Entonces nos muestra un Dios que espera siempre, si estaba a lo lejos y el padre lo vio quiere decir que en todo momento el padre tenía la esperanza de que el hijo regrese. Entonces el Dios en el que nosotros creemos es un Dios que siempre nos espera. 

Nos dice la lectura que se conmovió profundamente, se conmueve de amor, Dios es amor. Dios es un padre amoroso. No es un juez que castiga, no es un Dios que se deleita mirando nuestros pecados y señalándonos con el dedo. Se conmueve de amor por nosotros, por todos sus hijos. Nos dice también la lectura que sale al encuentro de su hijo pródigo, es decir, es un Dios que quiere estar cerca y por eso viene a nosotros. Y tan cerca quiere estar y viene a nosotros, que se encarna en Jesucristo y se hace uno de nosotros, en todo menos en el pecado. 

Y si seguimos leyendo la parábola nos dice que a su hijo lo abrazó y lo besó. Es decir, nuestro Dios es un Dios que expresa el amor que nos tiene. No solamente nos dice que nos ama sino que lo demuestra. En este hijo menor lo hace con abrazos y besos. Seguramente con nosotros también, a través de personas, nos muestra todo lo que nos ama y lo demostrará fuertemente de manera contundente entregando su vida en la cruz hasta dar la vida por nosotros. 

Y si seguimos leyendo nos dice que enseguida quiere que se note que su hijo es su hijo. Y por eso le pone la mejor ropa, le pone un anillo en el dedo, le pone sandalias en los pies. Lo dignifica como hijo y lo hace de manera rápida, inmediata. No le hace pagar derecho de piso, como diciendo: “Ahora que te portaste mal y volvés, bueno, primero un tiempito  a prueba. Después veremos si sos digno de mi amor”. Al contrario, de manera inmediata, rápida le pone la ropa, las sandalias, el anillo. “Sos mi hijo, no te quedes retorciéndote en las culpas”. 

Y también la lectura nos habla de un Dios que es profundamente alegre. Hace fiesta, hace fiesta porque la alegría de la reconciliación merece una fiesta. Por eso me parece interesante que podamos leer una vez más la parábola y descubrir estas notas del Dios en el que creemos. Del Dios al que estamos invitados a volver, como nos decía Francisco: “La Cuaresma es un viaje de regreso a Dios”. De este Dios con el que tenemos que reconciliarnos, como nos dice San Pablo en la segunda lectura. 

Alguna idea, tan sólo, del hijo menor. Siempre me llama la atención cómo, en medio del chiquero, entre el barro y los cerdos, recapacitó, partió y volvió a la casa del padre. Me parece que ese es el gran milagro. No se quedó hundido en su barro, no se quedó hundido en su pecado. Se animó a dar el paso. Y entonces me acordaba de una poesía de Olaizola que dice: “Avergonzado por los renglones torcidos de su historia, atrapado tras el muro que él mismo había levantado”. Ese era un poco el hijo pródigo. El que estaba avergonzado por los renglones torcidos de su historia y atrapado en el muro que él mismo había plantado, pero no se quedó ahí prisionero. 

Estoy terminando de leer un libro que se llama “La bailarina de Auschwitz”, y tiene algunas frases que me hacían volver sobre la parábola del Padre misericordioso, que la podíamos aplicar al hijo menor. Dice la autora de este libro, Eger: “Podemos ser nuestros propios carceleros o decidir ser libres”. Evidentemente el hijo pródigo no se quedó atrapado tras el muro que se había fabricado, no se quedó aplastado en el chiquero con los cerdos, sino que se decidió a ser libre. Por eso vuelve a los brazos de su padre. Y otra frase de este libro: “Puedes vivir en la prisión del pasado o dejar que el pasado sea el trampolín que te ayude a alcanzar la vida que deseas”.

Evidentemente ese chiquero, ese barro, donde estaba el hijo menor se transformó en el trampolín que lo ayudó a alcanzar la vida que deseaba. Y ¿Cuál era la vida que deseaba? Volver a los brazos del Padre, no quedarse atrapado en su pecado y en su culpa sino volver a este Dios que, como vimos, es un Dios que nos regala y respeta nuestra libertad, es un Dios que espera siempre, es un Dios que se conmueve de amor, es un Dios que sale a nuestro encuentro, es un Dios que abraza y que besa porque demuestra el amor con gestos, es un Dios que quiere que rápidamente se note que somos sus hijos y por eso no nos hace pagar derecho de piso. Y es un Dios que hace fiesta, hace fiesta porque el perdón y la reconciliación merecen ser celebrados. 

Termino con un párrafo de la carta pastoral de este año 2025 “Vive Cristo, nuestra esperanza” allí decimos: “Algo que une a la alegría y a la esperanza es la misericordia y el perdón. Todos experimentamos alegría cuando sentimos que Dios nos perdona, incluso cuando podemos reconciliarnos con alguien con quien estábamos distanciados. Percibimos que el amor es más fuerte que el odio y la venganza, y entonces nos llenamos de esperanza porque la misericordia nos abre al futuro, nos abre a horizontes nuevos, nos muestra que no está todo perdido. Que Dios no se cansa de perdonarnos y que siempre nos da otra oportunidad para sentir su abrazo de ternura. De hecho, en la antigüedad, el término “Misericordia” era intercambiable con el de indulgencia, precisamente porque pretendía expresar la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites”. 

El Jubileo de la Esperanza que estamos celebrando, es entonces una hermosa oportunidad para experimentar la misericordia divina y llenarnos de alegría por el perdón recibido. Y también para llenarnos de esperanza, porque liberados de todas nuestras culpas, el perdón posibilita que el futuro cambie y se viva de una manera diferente. Sin rencor, sin ira, sin venganza. Que la Palabra de Dios de hoy nos anime a volver a los brazos del Padre, que no quedemos entrampados en el chiquero de nuestros pecados y de nuestro pasado. Que confiemos en este Dios, que se muestra en Jesucristo, que es el rostro misericordioso del Padre. Amén. 

 

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