EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 16, 15-20
Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo:
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán.»
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
Palabra del Señor.
Homilía Mons. García Cuerva – Domingo de la Ascensión del Señor. 12 de abril de 2024 – Catedral Metropolitana
Celebramos hoy esta solemnidad de la Ascensión del Señor y me parecía importante en primer lugar que podamos tener claro qué significa esto de que Jesús asciende a los cielos, y no es que Jesús sube al cielo como de repente fuese una nave espacial que sube a la estratosfera, tampoco es un cohete espacial que va a las estrellas, y del mismo modo también tenemos que decir que cuando hablamos de cielo no estamos hablando del que nosotros conocemos, del que nosotros vemos con sus nubes y con sus astros, porque el cielo de la fe no es un lugar al que vamos a ir, el cielo de la fe es una nueva situación que vamos a vivir, no es un lugar sino es un nuevo modo de vivir. En el cielo de la fe no hay tiempo, por eso viviremos con Dios en la eternidad, en el cielo de la fe no hay espacio, en el cielo de la fe no hay distancias, y creo que esto es importante que lo tengamos claro para que también podamos ir madurando con nuestra fe y no imaginarnos a Jesús que está subiendo y que se mete en el cielo como si fuese, dije, un cohete espacial, porque en realidad este subir al cielo es pasar del tiempo a la eternidad, este subir al cielo no es, como dije, entrar en un lugar, sino que es un nuevo modo de vivir, un nuevo modo de vivir para siempre en la eternidad, y de eso se trata.
Por eso, hasta el siglo V, inclusive, la resurrección de Jesús y la Ascensión se celebraban juntas: era la misma fiesta. El triunfo de la vida, que es la Pascua, al mismo tiempo se celebraba con la Ascensión, porque el triunfo de la vida era este nuevo modo de vivir en el cielo de la fe, porque en definitiva es ingresar en esta dimensión de la vida eterna para siempre. Insisto, puede parecer esto una catequesis para tener más claro algunos conceptos, pero creo que vale la pena porque de alguna manera nos ayuda a madurar en nuestra fe y entender de qué se trata la fiesta que hoy celebramos.
Yendo a los textos de hoy, especialmente a la primera lectura y al Evangelio que nos relatan la Ascensión a los cielos del Señor, lo que notamos es un clima de despedida. El Señor los convoca a sus discípulos y les da algunas instrucciones finales antes de despedirse. Como digo siempre, en general, en las despedidas y en el contexto de una despedida nos decimos las cosas más importantes. Nos decimos que nos queremos, nos decimos que nos vamos a extrañar, nos decimos qué importante es el otro para nosotros. De algún modo también hoy Jesús, despidiéndose de sus discípulos, les da esta enorme misión de ir y anunciar el Evangelio a toda la creación.
Y ese contexto de despedida Jesús lo prepara. Entiende Jesús, y así lo expresa, que es necesario que Él se vaya para poder recibir el Espíritu. Les explica, como dije a los discípulos, cuál es la misión que van a tener. Y me animo a decir, en términos más modernos, que Jesús lo que hace con sus discípulos es una “transición ordenada”. Una transición ordenada entre su presencia física y ahora esta nueva presencia de Jesús de manera espiritual. Y por eso se toma todo el tiempo para explicarles cuál es este nuevo tiempo que comienza. Para explicarles cuál es la enorme responsabilidad y misión que tienen los discípulos. Y me pregunto si entre nosotros también somos capaces de tener y hacer transiciones ordenadas. Me pregunto si somos capaces de hacer transiciones ordenadas cuando en una comunidad tenemos que hacer, por ejemplo, un cambio de un sacerdote. Y entonces hace una transición ordenada entre el sacerdote que se va y el sacerdote que viene. Pienso en las transiciones, a veces, entre los gobiernos. Si es que hacemos transiciones ordenadas pensando en nuestra gente o aquellos que se van se llevan hasta las computadoras y los enchufes y le dejan todo vacío al que viene. Pienso si somos capaces de hacer transiciones ordenadas en el trabajo, asumiendo en algún momento que mi tiempo pasó, que quizá con mi jubilación llega el momento también de dar un paso al costado y que venga otro. Hoy Jesús hace con sus discípulos una transición ordenada.
Creo que cuando las transiciones no son ordenadas, fundamentalmente es por dos motivos. En primer lugar, porque hay algunos que les cuesta irse. Hay algunos que les cuesta partir y están demasiado agarrados. Y ni empujándolo lográs que entienda que tiene que jubilarse y darle lugar a otros. Pero, al mismo tiempo, también es porque a veces le tenemos mucho miedo a los cambios. A veces le tenemos tanto miedo al cambio que creemos que la nueva etapa puede ser algo que al ser desconocido nos genere miedo y nos genere angustia. Es bueno, entonces, reflexionar pensando en esta transición que hace Jesús entre su presencia física en la tierra y esta presencia espiritual en este nuevo modo de estar presente del Señor. Si es que nosotros también podemos en las comunidades, pueden los gobiernos, podemos en los trabajos hacer transiciones ordenadas. Por supuesto que nadie es descartable, pero sí tenemos que asumir que en algún momento las cosas pueden cambiar.
Y, en tercer lugar, pensaba dentro de esta transición ordenada qué es lo que Jesús hoy le dice a los discípulos, cuál es la misión que les da. Y les dice: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio”. Les está diciendo cuál es el contenido de lo que hay que anunciar, el Evangelio, la Buena Noticia de Jesús. Los cristianos tenemos la mejor buena noticia para compartir y ella tiene que ser motivo de alegría. ¿Cuánto tiempo le dedicamos a anunciar, a reflexionar y a rezar con el Evangelio en nuestras comunidades? Que a veces nos vamos desangrando porque pensamos y tenemos todo el tiempo en el medio problemas, conflictos, lo que dijo uno, lo que dijo el otro, cuando en realidad tenemos el mejor mensaje para compartir, el mejor mensaje para dedicarle tiempo en la oración y en la reflexión. Creo que de alguna manera este mensaje de Jesús, “vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio”, es volver a lo esencial, es volver a un nuevo comienzo. Por eso, el Santo Padre Francisco en Evangelii Gaudium Nº11 nos dice: “Jesús siempre puede con su novedad renovar nuestra vida y nuestra comunidad. Y aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual”. La frescura original del Evangelio nos renueva. Que ojalá también sintamos hoy las palabras del Señor, vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio, para que realmente el Evangelio renueve a nuestras comunidades y renueve también nuestra vida.
Y así como Jesús dice “vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio”, que es el contenido, también nos dice quiénes son los destinatarios. Y los destinatarios son todos, todo el mundo. Anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra, es decir, que nada ni nadie puede quedar afuera del anuncio del Evangelio. El Evangelio no es para los buenos y para los perfectos, es para todos, especialmente por aquellos que están y se sienten más alejados, especialmente para aquellos que tienen una vida más difícil y complicada.
¿Y cómo tenemos que anunciar? Lo tenemos que hacer en comunidad. Por eso todos los verbos son en plural, “vayan y anuncien”. Todos los verbos son en plural porque nadie es discípulo a título privado, sino que tenemos que aprender a trabajar como iglesia. Tenemos que aprender a acompañarnos unos a otros, incluso hasta soportarnos por amor, como nos dice la segunda lectura.
Termino entonces, si entendemos que la Ascensión no es que Jesús se va al cielo como un cohete espacial, si entendemos que es una nueva presencia del Señor, una presencia espiritual y ya no física, y entendemos que Él se preocupa para hacer una transición con sus discípulos y se toma el tiempo para explicarles cuál es la misión que tienen, nos desafía a pensar en nuestras transiciones, si es que verdaderamente son o no ordenadas. Y como hablamos en un contexto de despedida, y en las despedidas se dicen las cosas más importantes, hoy Jesús nos da el contenido de lo más importante: “Vayan y anuncien el Evangelio”. El Evangelio que es buena noticia, el Evangelio que carga de frescura nuestra vida y que nos renueva constantemente. Tenemos el mejor tesoro para compartir, no nos lo podemos guardar entre nosotros. ¿Y a quiénes? A todos, porque nadie tiene que quedar excluido de la buena noticia. ¿Y cómo? En equipo, por eso todos los verbos son en plural.
Que el Señor nos ayude a vivir este nuevo tiempo, que a partir de la Ascensión pone en nosotros una enorme responsabilidad: ser testigos del Señor Resucitado. Ahora nosotros tenemos la enorme responsabilidad de que muchos conozcan a Dios. Termino con una poesía del padre Rodríguez Olaizola que dice así:
«No sé cuánto, cuándo te veremos cara a cara, pero quiero creer que estarás, y contigo y conmigo, quienes emprendieron el camino antes y quienes lo recorrerán después. Las heridas de hoy estarán curadas, las preguntas de ahora hallarán respuesta, o acaso baste el silencio. Será fértil la tierra de las bienaventuranzas, será eterna la caricia y la justicia será plena. Hasta que ese día llegue, dame Señor coraje para vivir, para amar, para arriesgar, aunque a ratos duela mucho». Amén.