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Homilía Mons. García Cuerva – XII Domingo Tiempo Ordinario

por prensa_admin

23 de junio de 2024

EVANGELIO

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 4, 35-41

    Al atardecer de ese mismo día, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla». Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
    Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
    Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?»
    Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!» El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
    Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»
    Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen».

Palabra del Señor.

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Homilía Monseñor Jorge Ignacio García Cuerva – XII Domingo Tiempo Ordinario

Comienza el evangelio de hoy diciendo: “Al atardecer”. Ese es el momento del día en el que sucede todo lo que después relata el evangelio. Al atardecer. Pensaba que entonces tenemos que imaginarnos ese atardecer y podríamos pensar que en nuestra vida puede parecer que está atardeciendo cuando oscurece, cuando parece una vez más que ganan las tinieblas de la fragmentación, que ganan las tinieblas de la descalificación y de la grieta. 

Por momentos parece que atardece porque se esconden los rayos de la esperanza, se esconde la luz de la fraternidad, parecería que se esconde el sol del buen trato entre hermanos. Por eso creo que no solamente atardece en el momento del día que nos describe el Evangelio de hoy sino que también podemos pensar que atardece, una vez más, en nuestra vida como argentinos y como sociedad. Como dije; parece nuevamente ganar las tinieblas de la fragmentación, de la descalificación y de la grieta. Parece esconderse el sol con sus rayos de esperanza, de fraternidad y de buen trato entre hermanos. 

Entonces, frente a este estado de situación, frente a este atardecer, Jesús fuertemente de manera categórica dice: “Crucemos a la otra orilla”. Y creo que en realidad no solamente es cruzar con la barca de una orilla a la otra, sino que también y en el contexto que vivimos nosotros, cruzar a la otra orilla es animarnos a darnos otra oportunidad. Creo que cruzar a la otra orilla es volver a creer en su palabra, volver a creer que tenemos que animarnos a soñar juntos. 

Cruzar a la otra orilla es imaginar la otra orilla como un horizonte, que puede ser un poco el proyecto del reino de Dios del que hablábamos la semana pasada. Y buscar, para nuestra Argentina, otra oportunidad. Cruzar a la otra orilla quizás sea dar vuelta la página y animarnos a dar el paso. El paso, una vez más hacia la unión de los argentinos. No quedarnos en la lamentación de que el sol se está escondiendo en el atardecer sino buscar la otra orilla es también como un paso de esperanza.

 Alguno podrá quedarse en el lamento de las tinieblas que empiezan a ganar, otros y espero que seamos muchos, nos animamos a escuchar la voz del Señor y volvemos a apostar. “Vamos a la otra orilla”. 

En tercer lugar, se me ocurría esta idea que dice que “Dejando a la multitud Jesús y los discípulos se suben a la barca para encabezar y empezar este camino a la otra orilla”. Ellos tuvieron que dejar la multitud para subirse a la barca e ir a la otra orilla. Nosotros, ¿Qué tenemos que dejar para ir a la otra orilla? ¿Qué tenemos que dejar para que el viaje no se nos haga pesado? Porque siempre es bueno andar livianos de equipaje. Uno se da cuenta a veces cuantas cosas acumula cuando tiene que mudarse y se agarra la cabeza diciendo “No puede ser, que tenga tantas cosas que llevar”.

Del mismo modo, cuando caminamos, por ejemplo en la peregrinación a Luján lamentamos cuando andamos cargando la mochila ya muy pesada desde Liniers. Eso también nos pasa en la vida y entonces hoy si recibimos esta invitación de Jesús a cruzar a la otra orilla tendremos que animarnos también a andar livianos de equipaje y a dejar cosas. Los discípulos y Jesús dejaron a la multitud que los venía siguiendo. Quizás nosotros tengamos que dejar prejuicios, tengamos que dejar preconceptos, tengamos que dejar resistencia a los cambios, tengamos que dejar de lado el “Siempre se hizo así”, tengamos que dejar de lado los ideologismos que lo único que han logrado hasta ahora es lastimarnos como hermanos.

Es necesario dejar para dar el paso. ¿Qué estamos dispuestos a dejar para cruzar a la otra orilla en este atardecer? Y así, seguimos acompañando el relato del evangelio y dice que entraba el agua de las olas en la barca porque los agarró una tormenta en el medio. En medio de una tormenta de agua pero creo que nosotros podemos aplicarlo a la vida propia y decir que “Tenemos una tormenta económica, una tormenta social” pero creo que por sobre todas las cosas tenemos una tormenta en los vínculos. Una tormenta de fraternidad. 

Estamos en medio de enormes conflictos, muchos de ellos son afectivos, otros ideológicos, otros sociales y sentimos que vamos y venimos. Como nos sucede cuando uno está en una tormenta de agua en el mar, sentís que subís y que bajas. Y entonces, creo que así como el agua va inundando la barca, tenemos que reconocer también que nosotros en estos años nos ha ido inundando el odio. Nos ha ido inundando el rechazo y la intolerancia. Por eso tenemos que dejarlos, porque se nos han ido metiendo así como el agua en tiempos de tormenta, así como el agua se va metiendo en la barca; ¿Cuánto de todo esto se fue metiendo en nuestro corazón a lo largo del tiempo? 

Y en ese medio de tormenta, nosotros igual que aquellos discípulos, un poco desesperados decimos maestro: “Maestro, ¿No te importa que nos ahoguemos? Y por supuesto que a Jesús le importa. No es, dice el Papa Francisco, una “Falta de Fe» la de los discípulos, porque de hecho se dirigen a Jesús y le piden ayuda, es una gran desconfianza. ¿No te importa que nos ahoguemos Señor?” Y me pregunto; ¿No será que es a nosotros a quienes no nos importa vivir el evangelio? ¿No será que es a nosotros a quienes no nos importa vivir en el mandamiento del amor? ¿No será que es a nosotros a quienes no nos importa vivir el perdón por el que Jesús dio la vida? ¿No será que es a nosotros a quienes no nos importa llegar todos unidos a la otra orilla? ¿Por qué le echamos la culpa a Jesús? ¿No te importa Señor que nos ahoguemos? Si somos responsables de toda el agua que nos entró en la barca; de todo el odio, de todos los prejuicios, de toda la mala onda, de toda la falta de fraternidad que nos fue inundando nuestras vidas. 

Por eso, quizás es a nosotros Señor a quienes no nos ha importado aplicar el evangelio y vivirlo todos los días en nuestros vínculos y por eso nos tratamos tan mal. Y Jesús estaba durmiendo y se despierta, y yo creo que Jesús se despierta para despertarnos, se despierta para que reaccionemos. Se despierta para que nos demos cuenta que él acompaña nuestra vida. Se despierta para demostrarnos, una vez más, que no hay tormenta social, económica, política, no hay tormenta de fraternidad o de falta de fraternidad que pueda ahogarnos si realmente recurrimos a él y vivimos el evangelio. 

Por eso, creo que Jesús despierta para despertarnos a nosotros, para que reaccionemos. No podemos seguir así. Si empezamos en medio de la barca, que es nuestro país, a echarnos culpas, si empezamos a empujarnos queriendo que algunos se caigan al agua, si empezamos a aplicar el “Sálvese quien pueda”, si empezamos a pelear por conducir el timón porque “Yo la tengo clara y los demás no saben qué hacer” nos vamos a hundir. Por eso creo que hoy Jesús se despierta para despertarnos, para que reaccionemos. Para que nos demos cuenta que nos salvamos juntos, unidos, que nos necesitamos. Que en tiempos de tormentas, no está bueno dividirnos y pelearnos más que de costumbre.

Y por último, se me ocurre también, en términos de este evangelio que tenemos que aplicar a nuestra vida que quizás sea tiempo de que podamos hacer carne la palabra de Dios. Como les dije; comenzando a pensar y darnos cuenta que estamos viviendo una vez más el atardecer. El atardecer porque parecen ganar las tinieblas del enfrentamiento y de la discordia entre argentinos. Pero en medio del atardecer escuchamos la voz de Jesús que nos dice: “Crucemos a la otra orilla”. Nos está diciendo “Démonos otra oportunidad». Demos juntos el paso, animémonos al cambio, a dar vuelta la página, animémonos a dejar. 

Jesús dejó a la multitud, nosotros tenemos que dejar odios, prejuicios, preconceptos, ideologismos que sólo nos han lastimado a lo largo de los años. Reconociendo que ha entrado mucha agua en nuestro corazón y en nuestra sociedad. Pero no agua limpia sino agua sucia, sucia del rencor, del odio, sucia del egoísmo, y entonces creemos hundirnos y le decimos a Jesús: “Maestro, ¿No te importa que nos ahoguemos?”. 

En realidad, no es culpa tuya Señor, somos nosotros que no nos importa vivir el Evangelio. Somos nosotros que parece no importarnos vivir el mandamiento del amor y el del perdón por el que vos diste la vida. Y vos te despertas y con santa paciencia calmas la tormenta pero nos despertas, para despertarnos. Para que reaccionemos, para que nos demos cuenta, una vez más, que nos necesitamos. Que para llegar unidos a la otra orilla no tenemos que pelearnos y ver al otro como mi enemigo. Creo que en todo caso, es tiempo de hacer más silencio que cánticos provocativos en las misas. Creo que es más tiempo de silencio que de consignas que nos dividen. Y si hacemos verdaderamente silencio en el corazón escuchar una vez más, en lo profundo del alma de nuestro pueblo, a Jesús que nos vuelve a decir “Crucemos a la otra orilla”. Amén. 

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