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Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Domingo XXI Tiempo Ordinario

por prensa_admin

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 60-69

    Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»

    Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?

        El Espíritu es el que da Vida,

        la carne de nada sirve.

        Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.

    Pero hay entre ustedes algunos que no creen».

    En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.

    Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».

    Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo.

    Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»

    Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».

Palabra del Señor.


Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Domingo XXI Tiempo Ordinario

Estamos finalizando el discurso del “Pan de vida” del capítulo 6 del Evangelio de Juan y las palabras de Jesús no sonaban bien en los oídos de los discípulos y de los seguidores. La gente lo había buscado al Señor para que volviese a multiplicar los panes y los pescados. Y, de alguna manera, Jesús los está desilusionado porque aprovechando aquel milagro de la multiplicación de los panes y de los pescados, Jesús da este discurso del Pan de Vida en el cual Él se identifica con el alimento que no perece. El alimento para siempre, el alimento más profundo que necesita el hambre del corazón humano. 

Y entonces, les dirá palabras como por ejemplo: “Trabajen por el alimento para la vida eterna” y ellos en realidad esperaban pan y pescado o les dirá: “Yo soy el Pan de Vida, el que come mi carne vivirá eternamente. Mi carne es vida para la vida del mundo”. Y vuelvo a repetir: ellos querían pan y pescado. La desilusión de la gente debía ser grande y por eso dicen hoy: “Que duro es este lenguaje”, “Que duro es este lenguaje de Jesús”, “No es lo que estábamos esperando”.  

Y creo que justamente, más de una vez, nos habrá pasado que alguna de las expresiones de Jesús nos resultan difíciles, nos resultan duras como por ejemplo cuando nos dice “Que nos tenemos que perdonar los unos con los otros, ni siquiera setenta veces siete sino para siempre”, cuando nos dice que “Tenemos que amar al enemigo”. ¿Cuántas veces el Señor nos tiene algunas palabras que nos cuestionan? Palabras que nos desestabilizan, palabras que nos resultan absolutamente difíciles de poder después concretar en la vida.

Seguramente entonces los discípulos habrán sentido lo mismo que nosotros cuando a veces también nos dicen la verdad y nos molesta porque no nos gusta escucharla y, por supuesto, este discurso de Jesús es una verdad que la gente no quiere escuchar. Ellos querían pan y pescado y Jesús les está hablando del Pan de Vida que sacia el hambre profunda del corazón, no era lo esperado. Por eso la desilusión y por eso baja el rating de Jesús. 

Yo pensaba, en el capítulo 6 versículo 1 y siguientes, hay cinco mil hombres sin contar mujeres y niños que siguen al Señor y que participan de ese milagro de la multiplicación. Estamos ahora terminando el capítulo 6 y en estos últimos versículos prácticamente no queda nadie, lo abandonan a Jesús, a tal punto que le dice a los discípulos: “¿Ustedes también quieren irse?”. El rating de Jesús baja de cinco mil, sin contar mujeres y niños, a once o doce. Si tenemos en cuenta a Judas Iscariote también. Sin embargo, Jesús, se mantiene en su postura. Jesús no es un demagogo que dice lo que la gente quiere escuchar sino que Él tiene claro que lo que quiere enseñar es lo que significa el Pan de Vida. 

“El que come mi carne” de alguna manera anticipa lo que después será la pasión, su entrega en la cruz, porque esté comer también puede ser interpretado como el “masticado”. El Señor que se entrega y que se da por completo. De cinco mil a doce, a once, ¿Cuántas veces nosotros en la Iglesia estamos pendientes al número de gente?. Celebramos una misa y lo primero que preguntamos es: ¿Cuánta gente vino? Organizamos un retiro espiritual y parecería que el éxito del retiro es si va mucha gente. Tenemos un encuentro de jóvenes y si van pocos decimos: “Estuvo bueno pero más o menos, fue una lástima, fueron pocos”. 

Me acuerdo en la época de la pandemia cuando los encuentros y las charlas se hacían por zoom estábamos pendientes de ver cuanta gente entraba al link del zoom para participar. ¿Cuántos eran los participantes?. Estamos obsesionados por los números. Del mismo modo, vivimos en la añoranza de decir: “Cuando hacíamos encuentros con miles de jóvenes”, “Cuando a la parroquia venía mucha gente” y todo el tiempo como añorando porque estamos pendiente del número. Que lindo sería aprender de Jesús, que no está pendiente de los números. No le importa el rating, Él no es un conductor de televisión. Nosotros tampoco. Por lo tanto, la fidelidad al Evangelio va más allá de la gente que después partícipe de un encuentro, de una Eucaristía. 

Por supuesto que el mensaje de Jesús es para todos, indudablemente y nos encantaría que todos participen pero no podemos pensar el criterio de lo pastoral en función de la cantidad de gente que viene. En tercer lugar, pensaba que hoy los discípulos tienen que elegir, la gente eligió. Eligió abandonarlos, se fueron, los discípulos tienen que elegir porque Jesús les dirá en el Versículo sesenta y siete: “¿Ustedes también quieren irse?”. Y son esas elecciones que son para toda la vida o se quedan conmigo o se van. 

Creo que también a nosotros nos toca elegir en la vida a cada rato, ¿Cuántas veces tenemos que decir que “Sí” a algo? Y decir que “Sí” a algo es decirle que “No” a otras tantas cosas porque si elijo una cosa, estoy implicando varios “No” al mismo tiempo. ¿Cómo es difícil después sostener las elecciones que uno hace en la vida? Pienso cuando nos ordenamos sacerdotes ahí con el padre Eusebio, pienso en los que se casan; ese día está todo el mundo, ese día te aplauden, ese día te sacan fotos. Hay elecciones en la vida que son muy lindas ese día, pero que después hay que saber sostenerlas y hay que volver a decir que “Sí” en momentos más difíciles. Hay que volver a elegir en momentos más oscuros y eso si que uno hace después sin foto y, en la intimidad, son los verdaderos “Sí” son las verdaderas elecciones que nos toca hacer en la vida. 

Hoy los discípulos encabezados por Pedro le dicen a Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”. Lo eligen al Señor, pero después habrá que sostener esa elección en el momento de la pasión, habrá que sostener esa elección cuando la Iglesia después fue perseguida y cuando Pedro fue martirizado. Pidamos hoy entonces a Jesús, por un lado, que nos enseñe a poder vivir muchas veces lo que nos  dice que nos puede resultar duro y difícil  no nos cerremos a que las palabras de Jesús sean una oportunidad a la conversión, aunque nos cueste, aunque nos cueste lo que nos diga, aunque nos cueste y nos interpele. Es una oportunidad de conversión personal, comunitaria. 

Por otro lado, no vivamos pendientes del rating en nuestras parroquias, en nuestros grupos, midiendo el éxito o no de un proyecto pastoral en función de cuánta gente viene. Recordemos siempre que en el momento de mayor entrega y de mayor amor de Dios por nosotros que fue muriendo en la cruz, solamente había 4. La Virgen María, María Magdalena, la otra María y el discípulo amado. En términos de rating fue un terrible fracaso, sin embargo, cambió el mundo para siempre y ahí radica nuestra mayor esperanza: en la resurrección. 

Y en tercer lugar, que podamos sostener nuestras elecciones. Que podamos todos los días elegir y que podamos sostenernos en lo que elegimos, más allá de las dificultades que después pueda tener el decirle que “Sí” a Jesús y el decirle que “Sí” a cada cosa que se nos plantea en la vida. 

Por eso quiero terminar con una poesía de Benjamín González Buelta, un Jesuita que justamente se llama “Elijo la vida”. Dice así: Esta mañana enderezo mi espalda, abro mi rostro, respiro la aurora y elijo la vida. Esta mañana acojo mis golpes, acallo mis límites, disuelvo mis miedos, elijo la vida. Esta mañana miro a los ojos, abrazo una espalda, doy mi palabra, elijo la vida. Esta mañana remanso la paz, alimento el futuro, comparto alegría, elijo la vida. Esta mañana te busco en la muerte, te alzó del fango, te cargo tan frágil, elijo la vida. Esta mañana te escucho en silencio, te dejo llenarme, te sigo de cerca, elijo la vida”. Que a pesar de que el proyecto de Jesús puede resultarnos por momentos difíciles nos animó, una vez más, a que elijamos la vida, a que elijamos al Pan de Vida, a que elijamos a Jesús.

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