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Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Domingo XXII Tiempo Ordinario

por prensa_admin
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     7, 1-8. 14-15. 21-23

    Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.

    Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce y de las camas.

    Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: »¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?«

    Él les respondió: »¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice:

        «Este pueblo me honra con los labios,

        pero su corazón está lejos de mí.

        En vano me rinde culto:

        las doctrinas que enseñan

        no son sino preceptos humanos».

    Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres«.

    Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: »Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre«.

Palabra del Señor

Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Domingo XXII Tiempo Ordinario 

Luego del discurso del Pan de vida y la lectura de los últimos domingos del capítulo 6 de San Juan, hoy volvemos al Evangelio de Marcos al capítulo 7 y se da esta discusión o por lo menos este diálogo fuerte entre los escribas, los fariseos y Jesús sobre el tema de las tradiciones y la prácticas tan exigentes que tenían los Judíos en aquella época. Pero es interesante ver de dónde venimos antes. Unos versículos antes, es decir el capítulo 6 de Marcos, nos habla de que Jesús y los discípulos se habían rodeado de un montón de gente. 

Enfermos, paralíticos, se habían acercado al Señor y dicen que Jesús los tocaba a todos y los sanaba. Por eso hoy viene este reproche de los escribas y de los fariseos diciendo: “¿Por qué tus discípulos comen con las manos impuras?”. Lo que sucede es que tenemos que distinguir, no es lo mismo tener las manos sucias que las manos impuras. Las manos sucias, sabemos que se resuelve lavándose con agua y jabón, de hecho en el tiempo de la pandemia era una de las prácticas que más nos recomendaban los médicos, aprender a lavarse las manos. En cambio, para la concepción judía de aquella época, las manos impuras es porque tocaron a los enfermos, es porque tocaron a los pecadores, es porque estuvieron cerca de los marginados, es porque tocaron a las prostitutas. Entonces, para los escribas y fariseos eso está mal y esas manos, las de Jesús y la de los discípulos que unos versículos antes del Evangelio de hoy habían estado tocando enfermos, son manos impuras. 

Hoy tendríamos que decir “Bienvenidas entonces las manos impuras” bienvenidas las manos que son capaces de tocar a los que sufren, abrazar a los que están solos, acariciar a los marginados, estar cerca de los heridos de la vida, porque entonces son aquellos que están tocando las llagas del Señor en los que sufren como nos dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium. 

Tocar las llagas del Señor en los que sufren sería para los fariseos y escribas de aquella época, tener las manos impuras. Por eso, no tenemos que tener miedo a tener las manos impuras por estar cerca de los que sufren, por tocar a los enfermos, por abrazar a los solos, a nuestros abuelos, por poder acercarnos a los que están en la calle. En realidad, de lo que debemos tener miedo o lo que tenemos que cuidar, son las manos manchadas de sangre por el narcotráfico, por la corrupción. Tenemos que tener cuidado de las manos estirilizadas que son las manos que no se meten en nada, que quizás son demasiado puras pero porque no se involucran en la realidad de los que están mal, de los que están pasando situaciones difíciles porque no tocan a los más pobres como dice el dicho: “Ni con una varita de sauce”. 

Tenemos que tener cuidado también de las manos atadas que son los que hacen nada, en definitiva, los que dicen: “Nada puede cambiar, no se puede”. Alguna vez leí una frase de un pensador irlandés que decía: “Lo único que tienen que hacer las personas buenas para que el mal avance es nada” y creo que hay muchos buenos que tienen las manos atadas y hacen nada. Por eso hoy le podemos decir a estos fariseos y escribas: “Nosotros preferimos tener las manos impuras por tocar a los enfermos y tocar las llagas del Señor en los que sufren”. 

Por eso también la segunda lectura Santiago es contundente y es práctico cuando nos dice: “La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados”. En aquella época los huérfanos, y las viudas eran de los excluidos, más excluidos y quizás, Santiago entonces nos lleva a lo central de nuestra Fe. Nos lleva a ocuparnos de los que sufren. Esa es la verdadera religión por eso hoy también Jesús les dirá a estos: “Hipócritas” a estos fariseos que se ocupan de tantas rúbricas, que se ocupan de tantas tradiciones humanas y pierden lo esencial, pierden lo importante. También nos puede pasar a nosotros hoy, a veces podemos estar atados a demasiadas prácticas exteriores, a veces podemos estar atados a demasiadas rúbricas, y entonces, estamos pendientes de que si una o dos velas en el altar, que si las flores son rojas o son verdes, que si celebramos con zapatillas o con zapatos y en realidad lo importante es otra cosa. 

Hace unos días celebramos el día del catequista y también allí es entonces este Evangelio iluminador. Para nuestros catequistas para que cuando anuncien el Evangelio sea volver al kerigma, anunciar que Jesús murió y resucitó por nosotros. ¿Cuántas veces se nos van distintos encuentros de catequesis hablando de distintas cosas que en definitiva no tienen la importancia que verdaderamente tiene el anuncio del Evangelio? Creo que hoy la carta de Santiago insistiéndonos con que la religiosidad pura consiste en ocuparnos de los huérfanos y de las viudas, creo que el Evangelio donde se nos pone en discusión las tradiciones humanas descuidando estar cerca de los que sufren y entonces, por eso, bienvenidas las manos impuras, si las manos van a estar impuras por tocar a los enfermos. Nos puede replantear también a nosotros como evangelizadores y pienso en los catequistas, a pocos días de celebrar su día: ¿Qué es lo que nosotros anunciamos?

Si verdaderamente nosotros anunciamos el núcleo de nuestra Fe o nos quedamos en discusiones estériles, nos quedamos en tradiciones extremadamente humanas, nos quedamos en la chiquita, nos quedamos buscando la quinta pata al gato, cuando en realidad tenemos el mejor tesoro para compartir. 

Quisiera entonces terminar con algún punto de la exhortación apostólica del Santo Padre Francisco cuando justamente a los catequistas, pero vuelvo a insistir, creo que a todos nos sirve, nos dice: “En nuestra boca debe siempre resonar el primer anuncio `Jesucristo te ama dio su vida para salvarte y ahora está vivo a tu lado cada día para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte´”. Cuando a este primer anuncio se le llama primero no significa que esté al comienzo, sino que significa que es el anuncio principal. Ese siempre que hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra. Y más adelante nos dice el Papa: “Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que sufanan en detectar peligro y desviación, es bueno que nos puedan ver como alegres mensajeros de propuestas superadoras”. 

Anunciar el Evangelio de Cristo y no quedarnos en la chiquita o en tradiciones humanas me parece que es un modo de ser alegres mensajeros. Como dijimos, estamos en la Semana del Seminario que comienza hoy. Bienvenidos los seminaristas, los jóvenes que quieren seguir a Jesús y que quieren meter sus manos en la realidad, involucrarse de lleno con los que sufren, no quedarse en la chiquita o en tradiciones humanas sino ser alegres mensajeros del mejor anuncio que tenemos para compartir que Jesús está presente en los que sufren, que entregó su vida por amor a nosotros, y que resucitó. Esa es la razón de nuestra esperanza. Amén. 

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