Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9, 30-37
Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos».
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquel que me ha enviado».
Palabra del Señor.
Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Domingo XXV Tiempo Ordinario
Jesús en el Evangelio de hoy le anuncia a los discípulos que va a ser entregado en manos de los hombres, que lo matarán y que tres días después va a resucitar. Evidentemente los discípulos no solamente no comprendían esto, como nos dice el Evangelio, sino que nos dice además que se ponen a hablar de otro tema. Vamos a ver un párrafo después que justamente se ponen a discutir sobre cuál de ellos era el más importante.
Con lo cuál, lo primero que me parecía importante hoy poder compartir con ustedes es la experiencia que a veces tenemos de no sentirnos escuchados. Hoy Jesús abre su corazón y comparte fuertemente lo que está viviendo, queriendo anunciar algo tan pero tan importante que es el núcleo de su vida y será el núcleo de nuestra Fe. Que va a ser entregado en manos de los hombres que lo matarán y que va a resucitar. Pero parece, como dicen las abuelas, que le está hablando a las paredes porque los discípulos están en otra.
Los discípulos se ponen a hablar de cosas absolutamente distintas, ponen a discutir sobre cuál de ellos es el más importante. Creo que, en primer lugar, como tema me parecía importante compartir la experiencia de no sentirnos escuchados que va de la mano de la experiencia de la soledad que decimos que es una de las grandes pobrezas urbanas. La experiencia de soledad que podemos vivir aún en ciudades con muchísimos habitantes. Digo siempre que la ciudad de Buenos Aires, a pesar de sus tres millones de habitantes y de los nueve que ingresan diariamente a trabajar o realizar sus actividades, tiene un montón de gente sola.
Gente que nadie escucha, gente que está acostumbrada a que la única voz que hay en su casa o en su departamento es la de la radio, con la única persona con quien dialogan es consigo mismo y, a veces, saludando a algún vecino. Creo que este Evangelio una vez más nos pone en alerta de cómo, como Iglesia no podemos dejar de escuchar. No podemos dejar de tratar de generar esa escucha profunda del corazón para que el clamor de nuestro pueblo, para que los silencios también sean escuchados. Por eso animar a nuestras iglesias y a nuestras comunidades a que seamos familia, a que seamos hospital de campaña en el que aquellos que no se sienten escuchados en el que aquellos que quieren compartir cosas importantes de su vida puedan sentirse bien recibidos.
Hoy Jesús vive en carne propia lo que es abrir el corazón, compartir algo importante y que sus discípulos estén en otra. Que no le pase a nuestra gente, que podamos realmente ser comunidades que escuchan con el corazón, poder hacer entre todos el apostolado de la escucha. El apostolado de, estar atento a los latidos del corazón de nuestra gente, especialmente de los que están solos.
Y lo otro que quería compartir hoy era a partir de la experiencia que tuve hace unos días en la peregrinación a pie desde San Antonio de Los Cobres hasta la ciudad de Salta. Ciento setenta y ocho kilómetros, una de las tantas peregrinaciones que se hace, esta es la peregrinación de los mineros que bajan desde la puna y donde experimentamos no solamente lo que es la peregrinación en el sentido de que es reflejo de nuestra vida, reflejo de lo que es la vida caminando con otros como pueblo, con una meta común que en este caso era llegar a la Catedral de Salta y poder encontrarnos con el Señor y La Virgen del Milagro sino que también es poder experimentar la sabiduría de nuestro pueblo más sencillo, la sabiduría de nuestro pueblo más sencillo.
Me hizo comentar esto la segunda lectura de la carta de Santiago que nos dice: “La sabiduría que viene de lo alto, ante todo es pura. Es pacífica, es benévola y es conciliadora. Está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien, es imparcial y es sincera». A veces creemos que tienen la sabiduría la tienen los que van a la universidad, la sabiduría la tienen los intelectuales, la sabiduría la tienen aquellos que desde un escritorio hacen análisis políticos y económicos, especialistas en diagnósticos y me parece que la sabiduría de la que nos habla el Evangelio, la sabiduría de los pequeños como nos dice Jesús hoy pero también como describe la carta del Apóstol Santiago es la sabiduría de los más pobres.
Es la sabiduría de quienes aprendieron a saborear la vida con sencillez, a saborear la vida con alegría, a poder encontrar siempre algo para agradecer a Dios. El pueblo creyente, sencillo, silencioso que cree en Dios, que sabe que Dios camina junto con ellos y que son y tienen que ser nuestros maestros.
En la Misa central de la Fiesta del Señor del Milagro presenté yo a una señora, a Damiana con ochenta años que camina hace muchísimos años de la Puna hasta Salta. Seguramente Damiana no fue a ninguna universidad pero Damiana tiene un saber de la vida que creo que puede ser maestra de todos nosotros. Quisiera animar también a que en nuestra comunidades estemos atentos a esos sabios de la vida, a esos sabios que son el pueblo sencillo, porque creo que en momentos difíciles como los que vivimos tenemos que tratar de evitar como también nos dice la carta de Santiago las luchas, las querellas, la ambición, el conflicto constante, el buscar constantemente aquello que nos divide, el combatirnos los unos a los otros, el hacernos la guerra cotidianamente y empezar a descubrir que quienes tienen esta sabiduría profunda son hombres y mujeres de paz.
Hombres y mujeres creyentes que como pude experimentar yo en la Puna constituyen la Argentina de manera silenciosa, construyen una Argentina que, seguramente en las grandes ciudades, no terminamos de darnos cuenta por eso que ojalá que así como en el Evangelio Jesús experimentó no ser escuchado cuando abrió su corazón a los discípulos que discutían sobre quién era el más grande que podamos también nosotros decir “Nosotros si queremos escuchar, queremos escuchar la sabiduría de nuestro pueblo sencillo, queremos escuchar la sabiduría de nuestro pueblo creyente”.
Que ojalá, en esta semana podamos ponerle nombre y apellido a esos sabios de la vida, a esos que nos enseñan por sobre todas las cosas el ser agradecidos a Dios. El Señor y la Virgen del Milagro iluminan el camino de nuestro pueblo norteño, del pueblo salteño y les pedía en la Misa del otro día por favor contagienos su sabiduría, contagienos su Fe, la necesitamos todos para construir una Argentina de hermanos.
Aprovecho también y le mando un gran saludo a los mineros, a aquellos mineros que escuchan la radio desde su lugar alejado en el altiplano en la Puna y siguen la Misa, que Dios los bendiga y que a todos nosotros nos regale, por un lado la escucha especialmente de los que se sienten solos, y por otro lado esta sabiduría que describe tan lindo Santiago. La sabiduría que viene de lo alto, la sabiduría pura, pacífica, benévola y conciliadora. La sabiduría llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien. La sabiduría imparcial y sincera, son los cimientos con los que podremos construir una patria de hermanos. Amén.