Una fiesta que refleja una vida elevada: la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María es parte de la tradición de la Iglesia desde los primeros siglos de su historia, y fue proclamada dogma en 1950 por el Papa Pío XII.
La Virgen no sólo fue elevada al cielo en cuerpo y alma, sino que también, con su cuerpo y su alma, vivió su vida elevada a Dios.
Al instante de conocer la misión que Dios le encomendaba y dar su Sí, María se elevó del suelo para emprender el camino hacia las alturas montañosas y llegar a la casa de su prima Isabel.
En el camino hacia Belén, la Virgen se elevó sobre el burro de San José, llevando a Jesús en su vientre de ternura y dulzura maternal.
También se elevó sobre un establo aquella noche estrellada en la que dio a luz al hijo de Dios en un pesebre, y al incorporar su cuerpo en medio de la noche y seguir a su esposo San José hacia Egipto, sin siquiera dudar ni preguntar por qué.
La Virgen se elevó con prisa para regresar al Templo a buscar a su hijo, con primor y preocupación. Del mismo modo, se elevó de su asiento en medio de una boda para pedir a su hijo la ayuda que otros necesitaban; y lo hizo cada día para realizar, con amor y alegría, los quehaceres del hogar y cuidar a su familia.
Incluso al agacharse, María se elevó: cuando se agachó para ayudar a un anciano a levantarse, para alzar a su hijo en brazos, para llevar los víveres de una familia numerosa, para recoger el sudor de su hijo caído bajo el peso de la cruz.
María se elevó sobre el Monte Calvario para permanecer en su eterno sí, a los pies de Jesucristo, y lo hizo también mientras acompañaba y consolaba a los discípulos llenos de temor, el Espíritu Santo descendió de los cielos sobre la Iglesia.
La Virgen María se elevó porque cada acción que realizó fue un acto de servicio que buscaba alabar a Dios con la alegría de quien se sabe totalmente amada por Él.
María vivió su vida hacia arriba, con un solo secreto que hoy reveló el Papa Francisco en la oración del Ángelus: el servicio y la alabanza.
Una vida elevada no podía tener otro destino que el cielo, y el hecho de que la Virgen ya esté allí en cuerpo y alma, es para la Iglesia, motivo de alegría, de felicidad y de esperanza.
Junto a las palabras del Papa Francisco, reflexionamos y celebramos la Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María.