El Cardenal Mario A. Poli celebró la Santa Misa de Acción de Gracias por la canonización de Mama Antula en la Iglesia Argentina en Roma.
«Esta Celebración Eucarística quiere expresar la gratitud de un pueblo que vive este acontecimiento como una especial bendición para la Argentina, porque ¡Santa María Antonia de San José es una bendición para todos los argentinos!», dijo el ex arzobispo de Buenos Aires al comenzar la Homilía.
En la Iglesia Argentina de la capital italiana se reunieron los peregrinos de Mama Antula, Mons. Poli y también el arzobispo, Mons. Jorge García Cuerva, quienes juntos quisieron dar gracias a Dios por la primera Santa argentina.
Compartimos la homilía del Cardenal Poli:
Queridos amigos: nos han congregado sentimientos muy caros en estos días, sobre todo ayer, cuando tuvimos la enorme dicha de haber participado de la solemne Misa en la que el papa Francisco elevó a los altares a nuestra entrañable Mama Antula, la Santa de los Ejercicios Espirituales. Y hoy, esta Celebración Eucarística quiere expresar la gratitud de un pueblo que vive este acontecimiento como una especial bendición para la Argentina, porque ¡Santa María Antonia de San José es una bendición para todos los argentinos!
La primera carta de San Pedro nos ayuda a acercarnos a la vocación, ministerio y misión de Santa María Antonia en el tiempo de la Iglesia que le tocó por providencia. La centralidad del amor domina la exhortación del apóstol, porque su lugar y trascendente servicio como primer Papa tuvo su origen en la triple confesión a orillas del lago de Galilea, cuando el Señor resucitado le preguntó: «Pedro ¿me amas?». El que fue llamado para ser pescador de hombres, sintió que las palabras del Maestro, lejos de percibirlas como un reproche, habían entrado en su pasado para curar todas sus heridas, perdonar todos sus pecados y consolar su conciencia; era necesario que Jesús solo pidiese una triple correspondencia amorosa para volver a confiarle su Iglesia, y fue cuando edujo del corazón de Cefas las palabras de una sincera conversión: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero» (Jn 20,17). Ese diálogo con el Señor inspiró a Pedro a dejarnos una sentencia que nos conmueve: «Sobre todo –nos dice en su carta–, ámense profundamente los unos a los otros porque el amor cubre todos los pecados» (1Pe 4,8). Con esas palabras quedó abierta la via caritatis para la redención de los pecadores, porque todas las formas del amor cristiano nos acercan a Dios, que no deja de manifestar su omnipotencia a través de su misericordia[1]. Una experiencia semejante vivió nuestra Santa desde que recibió la moción interior del Espíritu que la movió a dejar la casa familiar y la llevó por los caminos del amor a Dios y a los hermanos: «Yo no sabría resolver nada –escribía a su padre espiritual– hasta ver claramente que es la voluntad de Dios. Y para decirles con toda confianza, no daría un paso si el Señor no me lo mandase y me conduzca sensiblemente como por la mano»[2].
En todos los tiempos, como nos enseñaba San Pablo VI[3], la Iglesia existió para evangelizar, para «ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios»; y hay muchos modos de poner por obra ese mandato apostólico: nuestra Mama Antula lo asumió con el estilo misionero de una incansable peregrina de los Ejercicios Espirituales.
El Evangelio de Marcos que se nos ha anunciado nos presenta a Jesús que se dirige a Jerusalén; hace un alto en el camino para hospedarse en casa de unas hermanas, llamadas Marta y María. Lucas elige este pasaje del Señor para concluir un ciclo de enseñanzas del Maestro, que comenzó por enviar a los 72 discípulos para que «vayan a todas las ciudades a donde él debía ir» (10, 1-9); alabó y dio gracias a su Padre porque los secretos del Reino fueron revelados a los pequeños y no a los sabios y prudentes (10,21-24); y es ahí donde desarrolla la iluminadora parábola del Buen Samaritano para dejarnos la vital enseñanza acerca de quién es nuestro prójimo. Por su parte, la ocasional visita pone de relieve dos actitudes ante la presencia del Señor: Marta se preocupa de lo cotidiano y se desvive por servir al huésped, mientras que María se sienta a los pies de Jesús, como hacían los discípulos, para escuchar al Maestro. Ante el reclamo de Marta para que su hermana le ayude, Él responde que hay un valor mayor que el de servir a los demás, y es hacerse discípulo. María eligió «la mejor parte» (10.42), y nadie tiene derecho a reclamarle. Está claro que el Maestro enseñó un orden de prioridades: sin negar el servicio, lo primero es escucharlo a Él. No olvidemos que las dos hermanas son veneradas como santas, y que Marta, en ocasión de la muerte de su hermano Lázaro, confesó ante el Señor: «Creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo» (Jn 11,27).
En cierto modo, nuestra Santa peregrina de los Ejercicios Espirituales tuvo algo de Marta y algo de María. Como discípula, desde muy joven declaró su voluntad de seguir a Jesús, sin otro sostén que el de pertenecer a un beaterío de mujeres, unidas en el ideal de perfección que les ofrecía la espiritualidad ignaciana. Como servidora, se entregó al servicio de apoyo en las tandas de ejercitantes, colaborando en todas las tareas, por lo general imperceptibles, pero que hacen al sostén de lo necesario para que la vida durante nueve días, rindan los frutos deseados. Sus cartas la reflejan como una mujer muy activa, ocupada en la delicada logística que reclama la atención de centenares de personas; no obstante, supo reservarse los esperados momentos en que se entregaba a un continuo trato interior con Dios, alabando siempre su divina providencia. La oración de acción de gracias, de intercesión y de alabanza dominaban ese tiempo exclusivo y excluyente en su vida cotidiana.
En su travesía la acompañó una devota imagen de Nuestra Señora de los Dolores. Bajo su protección y la de los santos de la Compañía de Jesús puso su proyecto misionero y recurría a ellos en los momentos de adversidad, como cuando tuvo que esperar casi un año para que el Virrey y el Obispo de Buenos Aires le concediesen el permiso y habilitación para organizar los Ejercicios Espirituales. En esos momentos aciagos, así lo expresaba en sus cartas: «Hoy me hallo en esta ciudad fomentando la propagación de la misma empresa y aunque hace once meses a que estoy demorada por defectos de licencias del Ilustrísimo [Señor Obispo] actual –cuanto más he merecido promesas incumplidas–, con todo mi fe no varía y se sostiene en quien la da»[4]. Las virtudes teologales que María Antonia de San José recibió en el bautismo son la clave para entender el arrojo en su empresa, la perseverancia en mantenerse fiel al ministerio que recibió por inspiración y la paciencia para sobreponerse ante las pruebas.
Así es como, esperanzada en que «la perseverancia del Señor hará llanos los caminos, que a primera vista parecen insuperables»[5], durante la inexplicable demora no se abate y no deja de recurrir a sus santos del cielo. Finalmente, sus oraciones y su paciente virtud alcanzaron su deseo y así nos comparte su alegría: «En efecto las cosas cambiaron de un instante a otro, en un momento todos pensaban en rechazar esta obra del cielo, sin embargo imprevistamente se aceptó, esto se debe a las amplias facultades y permisos que me ha otorgado el obispo de esta diócesis, que antes se resistía a tales fines»[6]. Su mirada sobrenatural le hizo reconocer que lo acontecido era una gracia de lo alto y agradecida escribe: «Mandé a celebrar una misa cantada a San Estanislao, en su Iglesia y altar propio, en su honor y agradeciendo por haber calmado los ánimos y darme la fuerza para seguir con mis propósitos»[7].
Aquella mujer fecunda en sentimientos de santidad, cuando lo permitían las exigencias de la organización de la casa, se detenía a mirar a los ejercitantes de esas numerosas tandas de hombres y mujeres de todas las clases sociales, y su corazón se inflamaba cada momento en deseos de la santificación de aquellas almas, por quienes ofrecía privaciones y sacrificios, tan silenciosos como discretos, de tal forma que nadie lo advertía. Sus cartas, sus numerosas y apasionadas cartas, son un remanso de bondad, espejo de su alma simple y sincera, donde es fácil percibir una actitud perseverante: ofrecer a todos, sin excepción, la posibilidad de encontrarse con el Dios amante de la vida, sin ocuparse de otra cosa que no fuese ese bien supremo, porque para servirlos estaba ella y sus compañeras beatas.
Lo que hoy nos sorprende y edifica es su incondicional confianza en lo que ella llamaba «los cuidados amorosos de la Providencia»[8], en la que descansaba para llevar su economía del «pan nuestro de cada día», lo que hoy interpela nuestra mentalidad mercantilista y consumista. Escuchemos cómo lo decía tan simplemente: «Dios nos provee con tanta abundancia los alimentos, que todos los días alcanza para llevarles a los presos de la cárcel y alimentar a los mendigos que vienen a esta casa; por todo esto lo alabo y le doy infinitas gracias, al igual que a muchos corazones devotos»[9]. Los santos ejercicios espirituales[10], los pobres y los presos, junto a su irrenunciable deseo de la restitución de la Compañía de Jesús[11], conformaban los cuatro amores que gastaron y desgastaron su vida peregrina: eran las humildes ofrendas agradables a Dios, entregadas cada día en el altar de su corazón.
En sus largos y extenuantes caminos «a pies desnudos»[12], no le faltaron sueños por realizar, aunque su humanidad empezaba a dar señales de agotamiento. Sin embargo, no renunció a su ideario, y así lo expresaba: «Por lo que toca a mi persona, por darle cuenta de todo, y hablarle con claridad, debo significarle, que me hallo muy cargada de años, y que me parece, que cada noche ya me muero; pero luego que amanece, ya me hallo con mis ánimos… y quisiera andar hasta donde Dios no fuese conocido, para hacerle conocen»[13]. En su ideario, nuestra Santa santiagueña no ponía límites a su misión peregrina porque pensaba que «después de caminar para donde Dios fuese servido, mientras me dure la vida, y si me fuera posible, andar todo el mundo»[14]. Ayer, la Madre Iglesia nos confirmó que se cumplió sobradamente esa moción del Espíritu en ella, la que supo desplegar con una misión itinerante, transformando con los valores del Evangelio la sociedad de su tiempo; ahora, la andariega de caminos sin fronteras, desde la comunión de los Santos, seguirá cautivando voluntades para que Dios sea conocido, amado y servido.
Santa María Antonia más de una vez dejaba en claro en sus cartas, que los Ejercicios Espirituales que la divina providencia le permitió organizar, en nada distaban de los que realizaban sus amados padres. No obstante, a los nueve días tradicionales se había tomado la licencia de agregar uno más. Además, «ha conseguido que las señoras más principales y entre ellas la Excma. Virreina, vayan a servir a las mujeres que hacen los ejercicios»[15]. En ese clima de oración y penitencia, donde Cristo los atraía a sí, instaló la lógica del servicio evangélico: «Uno solo es el Maestro, y todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8). No era una obviedad, que en una sociedad fuertemente estratificada como la colonial, sin posibilidad de ascenso de clases, esa modalidad con el tiempo se transformara en un signo muy fuerte, con una saludable proyección social, que solo una personalidad como Mama Antula podía sugerir y sostener sin que nadie se violentase; acaso porque ella era la primera en dar el ejemplo y por estar convencida de que la fraternidad deseada solo se consigue imitando al Señor que estaba entre los hombres como el que sirve[16]. Recordemos que casi todos los próceres de Mayo y Tucumán hicieron ejercicios espirituales en las casas de Córdoba y Buenos Aires, proyectando ese ideal sobre la Patria naciente[17]. Hoy, los argentinos necesitamos que Santa María de San José nos ayude a retomar el camino del encuentro fraterno y solidario.
Al preparar estas palabras, me propuse dejar hablar a sus cartas, pero tengo para mí, que apenas me he quedado en el inicio de su largo camino interior, de su espiritualidad profunda y su religiosidad auténtica. Solo intenté asomarme a su serena y afable vida transformada por la gracia, a lo que ha sido su bella, verdadera y sabia personalidad, siempre en un segundo plano, con el mejor espíritu josefino. Pero puedo decir inmerecidamente, como un humilde testigo de su obra y don, que estoy feliz de sumarme a la alegría de todos los que celebran la santidad de María Antonia, nuestra querida Mama Antula, que por la sabia decisión de la Iglesia, ya forma parte de esa enorme multitud de amigos nuestros en el Cielo. Ahora, esa mujer fuerte, amante apasionada de la virtud y propagadora incansable de la devoción –la que no dejó de contagiar hasta los últimos días de su peregrinación–, puede continuar su deseo de pasar «haciendo presente las acciones divinas de Dios en las personas»[18].
✠Mario Aurelio Cardenal Poli
[1] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 30, a. 4.
[2] Carta de María Antonia de San José al P. Gaspar Juárez, Córdoba del Tucumán, 6 de enero de 1778.
[3] Cfr. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, n. 14.
[4] Carta de María Antonia de San José al P. Gaspar Juárez, Buenos Aires, 7 de agosto de 1780.
[5] Ídem.
[6] Carta de María Antonia de San José al P. Gaspar Juárez, Buenos Aires, 28 de noviembre de 1781.
[7] Ídem.
[8] Carta de María Antonia de San José a su padre espiritual Gaspar Juárez S. J., Córdoba del Tucumán. 6 de enero de 1778.
[9] Carta de María Antonia de San José a Ambrosio Funes, Buenos Aires, 28 de noviembre de 1881.
[10] «Los medios temporales para mantener a los ejercitantes, tantos millares que los hubo desde el principio hasta hora y casi sin cesar…, son solamente de la Divina Providencia». Carta de María Antonia de San José al P. Gaspar Juárez, Buenos Aires, del 26 de mayo de 1785.
[11] «Tuve siempre la opinión y lo seguiré teniendo, que la compañía de Jesús será restablecida. Y para obtener esta gracia efectiva del Señor tan deseada para todos nosotros, hago celebrar una misa solemne todos los 19 del mes en honor de San José». Carta de María Antonia de San José a su padre espiritual Gaspar Juárez S.J., Córdoba del Tucumán. 6 de enero de 1778.
[12] «Además, si usted quiere que yo lo instruya acerca de los cuidados tan amorosos de la Providencia sobre mí -indigna que soy, sepa que en mis penosos viajes, en Países tan malos, en los desiertos, obligada a pasar ríos, torrentes, he caminado siempre a pies desnudos, sin que nada lamentable me ocurriese». Carta de María Antonia de San José a su padre espiritual Gaspar Juárez S.J., Córdoba del Tucumán. 6 de enero de 1778.
[13] Carta de María Antonia al P. Gaspar Juárez, Buenos Aires, 26 mayo de 1785.
[14] De la carta de María Antonia de San José al Virrey Pedro de Ceballos, 6 de agosto de 1777.
[15] Guillermo Furlong, Un valioso testimonio sobre la Madre Antula, en Estudios, 363-378.
[16] Cfr. Lc 22,27.
[17] Guillermo Furlong S.J. Cartas inéditas de María Antonia de San José, en apartado de Estudios, Tomo XXXVIII, N° 215-216, mayo-junio de 1929, pg. 6.
[18] Carta de María Antonia de San José al P. Gaspar Juárez, Buenos Aires, 28 de noviembre de 1781.