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Ordenaciones sacerdotales: amar, pastorear y prepararse

por Justina Kleine

Se celebraron las ordenaciones sacerdotales en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires, Franco Lombisano, Ariel Duarte, Pedro Ravarotto y Fabián Coria recibieron el orden sagrado en una celebración presidida por el Arzobispo Jorge García Cuerva quien les reveló «Amar, pastorear y preparase, la hoja de ruta de un pastor, la brújula para no perderse«.

La mañana soleada y cálida se pintaba de fiesta en la Ciudad de Buenos Aires. La Catedral Metropolitana se iba llenando del sonida de la alegría del encuentro. Familiares, amigos, conocidos; todos se acercaron a celebrar con estos cuatro jóvenes la alegría de responder al llamado de Dios.

Pastores libres, alegres y enamorados

A partir del Evangelio en el que Jesús pregunta tres veces a Pedro «¿Me amas?«, el Arzobispo se dirigió como un padre a los cuatro nuevos sacerdotes: «Comienzan un camino hermoso, ser sacerdotes de Cristo, siguiendo los pasos del Maestro. No desesperen de sus noches oscuras, no se dejen ahogar por sus miserias y pecados; en la mayor oscuridad comienza el amanecer, y volverán a escuchar a Jesús que los eligió, y que vuelve a decirles como el primer día ¿me amas?«.

El sacerdocio es un llamado que se renueva cada día, Jesús no deja de llamar. «Sean pastores enamorados. Allí está la centralidad del misterio. Y para que no se enfríe el amor, aliméntenlo con la oración, con la Eucaristía y con el pastoreo», les aconsejó García Cuerva. «Apacentar significa dar alimento, nuestro pueblo tiene hambre«, recordó, y agregó «ayuden a que el pan y el trabajo digno lleguen a todos, pero también alimenten a nuestro pueblo con el Pan de la Vida, porque tenemos hambre de Dios, y la Eucaristía es su respuesta al hambre más profunda del corazón humano».

Al finalizar su homilía, el Arzobispo invitó a los cuatro nuevos sacerdotes: «Sigan a Jesús enamorados de Él, síganlo con alegría y libertad, anunciando que está vivo y que nos invita a todos a ser constructores del Reino. un proyecto de justicia y fraternidad, de paz y misericordia, un proyecto por el que, desde hoy, entregan para siempre sus vidas como sacerdotes».

Un camino que comienza, una historia que continúa

Ariel, Franco, Pedro y Fabián, comienzan hoy su camino como sacerdotes de la Arquidiócesis de Buenos Aires, pero su historia de la mano de Jesús comenzó desde hace ya un tiempo, con un llamado personal que Jesús le hizo a cada uno. «Cuando comencé a encontrarme con Jesús en la misa cotidiana, en la oración, en los encuentros de jóvenes, misiones al interior del país, que tenía en mi parroquia. Ahí fui escuchando en mi interior la pregunta de ser sacerdote«, cuenta Ariel Duarte sobre su llamado a la vocación sacerdotal.

Respondiendo a esa invitación de Dios, comenzaron su preparación en el Seminario, con formación en el estudio, pero también en lo comunitario. «El seminario, es camino. Es un tiempo de ir haciendo camino junto a Jesús, a los compañeros, a las comunidades a las que nos van enviando. En lo personal, también fue un tiempo de mucho crecimiento interior, de trabajo intenso y maduración, pero sobre todo de búsqueda de la voluntad de Dios. Un tiempo de abrir horizontes», revela Franco Lombisano sobre estos últimos años de preparación.

Ser sacerdote es un nuevo comienzo, un sacramento que da sentido a ese llamado inicial, pero que, al mismo tiempo, lo renueva y profundiza. «Es importante que el mundo tenga sacerdotes para renovar el sacrificio de Cristo para preparar lo que un día inició en cada uno de nosotros y se cumpla la promesa  de su regreso», asegura Fabian Coria, «me llena el corazón configurar mi vida a imagen de Jesucristo paternal que sabe escuchar a todos», agrega sobre su sacerdocio.

Como estos cuatro jóvenes, otros muchos en la ciudad se preguntan si Jesús no los estará invitando a la misión sacerdotal. «No es que tengamos una misión, sino que SOMOS una misión en esta tierra. Y Dios pensó desde siempre esa misión y ella es el camino de nuestra felicidad y la de los que ponga en nuestro camino», asegura Pedro Ravarotto sobre la vocación. Dirigiéndose a cada uno de esos jóvenes con dudas y preguntas en el corazón, agregó. «Le diría que NO TENGA MIEDO, que confíe en Dios, que la pregunta por nuestra vocación es la más importante de nuestra vida. Que se anime a hablarlo con Dios y con un sacerdote. Que si es de Dios la pregunta va a seguir, y si no, le va a servir para profundizar la vocación a la que Dios lo llame».

Cuatro nuevos sacerdotes para Buenos Aires

La Iglesia porteña celebra con gran alegría a los cuatro nuevos sacerdotes de la Arquidiócesis. Cuatro nuevos sacerdotes que, al salir de la Catedral al encuentro de sus familiares y amigos, irradiaban alegría en sus ojos, emoción en su expresión, y en su pecho, latía un corazón enamorado de un Jesús que llama y acompaña.


Ordenación sacerdotal 

Homilía Mons. Jorge García Cuerva Sábado 9 de Noviembre 2024

El sábado 9 de marzo de este año, el día de la ordenación diaconal de Pedro, Franco, Fabián y Ariel entablamos un diálogo con Mateo, aquel recaudador de impuestos, que, escuchando el llamado de Jesús, lo dejó todo y lo siguió.1

Hoy, ocho meses después, e iluminados por el evangelio que proclamamos recién, queremos volver a dialogar, esta vez con Simón Pedro que a orillas del mar de Tiberíades conversa con Jesús.

Después de comer… (v 15); el Señor había preparado el fuego y colocado un pescado sobre las brasas y pan (cf. ver. 9). Sin embargo, Pedro, tu corazón seguía con hambre. La última vez que tu mirada se había cruzado con la de Jesús fue la noche de la traición; por eso tu corazón tiene hambre de perdón, tu corazón necesita de la misericordia de Dios que te anime a ponerte de pie y recomenzar; tenés hambre de paz en el alma, tenés hambre de amistad, tenés hambre de un abrazo fuerte que exprese todo tu arrepentimiento y, a la vez, todo el amor que Jesús te tiene. Como escribía San Juan Pablo II: Es importante notar cómo la debilidad de Pedro manifiesta que la Iglesia se fundamenta sobre la potencia infinita de la gracia.2

La noche de la traición debe haber sido una noche muy oscura, cerrada, sin estrellas, sin esperanza, sin horizonte, sin salida. Pero hoy, tu diálogo con Jesús es al amanecer (v 4); está comenzando a salir el sol, está clareando. Y aquí recuerdo a Helder Cámara cuando escribía: “No debemos tener miedo de la oscuridad de la noche. De la noche más negra surge la mejor aurora.” Y así, de la oscuridad de las negaciones, surge este encuentro con Jesús que tres veces te preguntará si lo amás.

Queridos Fabián, Ariel, Franco y Pedro, comienzan un camino hermoso, ser sacerdotes de Cristo, siguiendo los pasos del Maestro. No desesperen de sus noches oscuras, no se dejen ahogar por sus miserias y pecados; en la mayor oscuridad comienza a amanecer, y volverán a escuchar a Jesús, que los eligió, y que vuelve a decirles como el
primer día ¿me amás?

Déjense misericordiar por el Señor que lo sabe todo, como hoy dice Pedro (v 17). Y así, conscientes de sus propias fragilidades, pero perdonados y sanados por Él, no se cansen de perdonar; no se cansen de abrazar con la ternura de Dios a tantos hermanos que se acercarán a ustedes, hambrientos de consuelo y misericordia.

Pedro, también queremos saber de tu corazón cuando el Señor te preguntó: Simón, hijo de Juan ¿me amás? (v 16). Y vos nos dirás que fue una pregunta decisiva, una pregunta “al hueso”, una pregunta que nos queda muy grande, porque Jesús sabe de tus flaquezas y de las nuestras; sin embargo, en esa pregunta sentimos la confirmación del
llamado y la humilde disposición a reiniciar el camino.

Jesús no pregunta: ¿Te sentís con fuerza? ¿Conocés bien mi doctrina? ¿Te vescapacitado para gobernar o conducir? No. Es el amor a Jesús lo que capacita para animar, orientar y alimentar al pueblo de Dios.

Queridos hermanos, que, en la oración personal, todas las mañanas al comenzar la jornada y a la noche, al presentar frente al sagrario el cansancio del día, escuchen la pregunta ¿me amás?; escúchenla como una renovación del llamado que Jesús les hace. Como decía San Agustín, la renovación interior y semejanza con Cristo le vendrá al apóstol de la oración realizada en lo íntimo con el Huésped.3

El Papa Francisco, reflexionando sobre este texto del evangelio dice que Jesús le pide a Pedro: “Ámame más que los otros, ámame como puedas, pero ámame”. Y es lo que el Señor pide a los pastores “Ámame,” Porque el primer paso en el diálogo con el Señor es el amor. Él nos ha amado primero, pero nosotros debemos amarlo también.4

Franco, Ariel, Pedro y Fabián, sean pastores enamorados. Allí está la centralidad del misterio. Y para que no se enfríe el amor, aliméntenlo con la oración, con la Eucaristía y con el pastoreo. Apacentar significa dar alimento; nuestro pueblo tiene hambre, por eso procuren ser profetas de la justicia que ayuden a que el pan y el trabajo digno lleguen a todos, animando en la solidaridad y el compromiso especialmente con los que más sufren; pero también alimenten a nuestro pueblo con el Pan de la Vida, porque tenemos hambre de Dios, y la Eucaristía es su respuesta al hambre más profunda del corazón humano.

Otro te atará y te llevará donde no quieras (v 18). Me imagino Pedro lo que habrán resonado esas palabras en tu corazón. Parecía que, con las tres preguntas de Jesús y tus tres respuestas, ya era suficiente. Sin embargo, Jesús te dice que te prepares, que la misión también tiene momentos de incomprensión, de sufrimiento, prepararte para la cruz.

Amar, pastorear y prepararse. Tres conceptos que pueden ser la hoja de ruta de un pastor, la brújula para no perderse.

Queridos hermanos, todos nosotros también estamos atados a la voluntad de Dios, atados a la fraternidad sacerdotal, atados a nuestras comunidades y atados a la Iglesia, nuestra Madre; paradójicamente cuando más atados más libres, como Cristo, que entregó su vida libremente por amor a nosotros.

Porque no es la mismo ser libres que estar sueltos; vivimos en una sociedad donde muchos andan sueltos, pero esclavizados de sus adicciones, de sus caprichos, de sus ideologismos, de sus prejuicios, de los celos.

Por eso proclamen con su vida la libertad que nos ha dado Cristo, la libertad del compromiso con los demás, la libertad de la comunión y la fraternidad, la libertad de la entrega.

El evangelio termina con una palabra de Jesús a Pedro: Sígueme (v 19). Seguramente Pedro, esa palabra quedó resonando en tu mente y en tu corazón para siempre; incluso cuando extendiste tus propios brazos en la cruz para entregar tu vida por Cristo en la capital del Imperio.

Seguirlo todos los días hasta el final, seguirlo en los días grises y en los días que las cosas nos salen bien, seguirlo los días que cargar nuestra humanidad se hace pesado; seguirlo livianos de equipaje, cuidando de que el corazón no quede detenido en algo que nos impida acoger lo nuevo que Dios proponga. Justamente San Ignacio de Loyola llamaba “cosa adquirida” a lo que ya tenemos y nos apresa. Lo que nos retiene puede ser algo muy bueno, pero nos impide acoger las nuevas propuestas que Dios nos hace y sus sorpresas. El seguimiento exige una dinámica de movimiento; lo contrario del seguimiento es el inmovilismo.

Queridos Ariel, Franco, Pedro y Fabián, sigan a Jesús enamorados de Él, síganlo con alegría y libertad, anunciando que está vivo y que nos invita a todos a ser constructores del Reino, un proyecto de justicia y fraternidad, de paz y misericordia, un proyecto por el que, desde hoy, entregan para siempre sus vidas como sacerdotes.

Y por favor, no tengan miedo de mostrar la alegría de haber respondido a la llamada del Señor, a su elección de amor, y de testimoniar su Evangelio especialmente entre los que sufren y los marginados en esta ciudad tan compleja y desafiante. Que donde estén sus pies, esté su corazón.

Que Dios los bendiga mucho, sean muy felices junto al pueblo de Dios y sus hermanos sacerdotes que hoy los reciben en el presbiterio,
María, nuestra Madre, los cuida,

Monseñor Jorge Ignacio García Cuerva
Arzobispo de Buenos Aires
9 de noviembre de 2024

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1 Cfr. Mateo 9, 9-13
2 SAN JUAN PABLO II, Encíclica Ut unum sint 91 Ciudad del Vaticano 1995
3 SAN AGUSTÍN, De sermone Domini in monte II, 3, 14
4 FRANCISCO, Homilía, Casa Santa Marta, Ciudad del Vaticano, 18 mayo 2018

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