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Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor

por prensa_admin

En un clima de profunda alegría y comunión se realizó en la Catedral Metropolitana la Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor presidida por el Arzobispo de Buenos Aires, Mons. Jorge García Cuerva. Frente a una multitud que se congregó la celebración se realizó a partir de las 20:00 hs el martes 24 de diciembre y fue transmitida por el Canal Orbe 21 en vivo. 

En su homilía Mons. García Cuerva destacó: “Queremos ponernos delante del niño, contemplarlo y dejarnos transformar profundamente por Él. Que la ternura del niño transforme nuestros maltratos y descalificaciones diarias, porque entre nosotros muchas veces falta esa ternura”. 

Luego añadió: “Queremos también que la fragilidad del niño transforme nuestra omnipotencia, el creer que podemos todo y que podemos solos. La experiencia nos dice que no es así, que necesitamos ayuda, que quizá la palabra más valiente que podemos decir es justamente ayuda, porque es ahí cuando no nos resignamos a ser derrotados”.

Además, subrayó: “Le pedimos también al niño, contemplándolo, que su llanto transforme nuestra indiferencia, que su llanto nos despierte ante el dolor de los demás, que su llanto no nos deje acostumbrarnos a encontrarnos con hermanos que sufren en la calle, a jubilados que no llegan a fin de mes o a personas que están enfermas y padecen sus cruces solos”.

Después enfatizó diciendo: “Le pedimos también hoy al niño, contemplándolo, que sus pañales transformen nuestro ropaje exterior y nuestras apariencias, tan pendientes de la fuera, tan pendientes del tener. Hoy el niño Dios se nos presenta con unos pocos pañales, que esos pañales transformen nuestro ropaje exterior”. 

También mencionó: “Le pedimos hoy al niño y a su madre, a la Virgen, que el calor de los brazos maternales transforme también los vínculos que a veces tenemos entre nosotros, vínculos distantes, vínculos fríos. Por eso le pedimos a los brazos maternales de María, que con el calor del amor que seguramente puso al alzar al niño, transforme nuestro frío que tenemos a veces en los vínculos familiares o en los vínculos incluso con los seres queridos”.

Para concluir agregó: “La Navidad es una verdadera fiesta si tiene consecuencias, si nos dejamos transformar personal y socialmente. Por eso, antes de partir de Belén, niño Jesús, un pedido más, se lo hacemos a tu madre, le pedimos a María también que acueste al niño Jesús en el pesebre de nuestro país, que pueda acostar al niño Jesús en el pesebre que es nuestro pueblo, en el pesebre de los más pobres, en el pesebre de la indiferencia, en el pesebre de aquellos que tienen que tomar decisiones a favor de todos.


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (2, 1-14)

Apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.


José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque donde se alojaban no había lugar para ellos.

En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por Él!»

Palabra del Señor.


Homilía Mons. García Cuerva – Misa de Navidad. 24 de diciembre de 2024 – CatedralMetropolitana

El ángel le dice a los pastores “Encontrarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Por eso, como los pastores queremos hoy acercarnos a Belén, al pesebre, y queremos contemplar al niño, queremos contemplar al bebé, queremos contemplar a Jesús recién nacido, porque como nos dice Isaías en la primera lectura, “Un niño nos ha sido dado”. 

Queremos ponernos delante del niño, contemplarlo y dejarnos transformar profundamente por Él. Que la ternura del niño transforme nuestros maltratos y descalificaciones diarias, porque entre nosotros muchas veces falta esa ternura. Por eso es que el Santo Padre, nuestro querido Francisco, insiste una y mil veces con que tenemos que hacer la revolución de la ternura, y creo que es aquí, contemplando al niño, donde tenemos que comenzar con esa revolución de la ternura.

Queremos también que la fragilidad del niño transforme nuestra omnipotencia, el creer que podemos todo y que podemos solos. La experiencia nos dice que no es así, que necesitamos ayuda, que quizá la palabra más valiente que podemos decir es justamente ayuda, porque es ahí cuando no nos resignamos a ser derrotados. La fragilidad del niño, entonces, que cuestione nuestra omnipotencia, que transforme nuestro todo lo podemos, que también su pobreza transforme nuestro egoísmo con los que más sufren, que desde el pesebre y desde la pobreza del niño se cuestione la realidad social y la realidad económica de nuestro pueblo, que nos dejemos cuestionar en ese egoísmo que a veces nos hace tan indiferentes frente al dolor de los que sufren.

Por eso le pedimos también al niño, contemplándolo, que su llanto transforme nuestra indiferencia, que su llanto nos despierte ante el dolor de los demás, que su llanto no nos deje acostumbrarnos a encontrarnos con hermanos que sufren en la calle, a jubilados que no llegan a fin de mes o a personas que están enfermas y padecen sus cruces solos. Porque aunque en esta ciudad de Buenos Aires somos muchos, a veces parece que vivimos amontonados, pero no en familia y comunidad.

 Le pedimos al niño y hoy también contemplándolo como los pastores, que su luz transforme las oscuridades que cada uno de nosotros tiene en su corazón, que transforme nuestras oscuridades del miedo, nuestras angustias, nuestras tristezas, la oscuridad del pecado, la oscuridad de nuestra debilidad, de nuestra vulnerabilidad, que su luz ilumine nuestras oscuridades. 

Le pedimos también hoy al niño, contemplándolo, que sus pañales transformen nuestro ropaje exterior y nuestras apariencias, tan pendientes del fuera, tan pendientes del tener. Hoy el niño Dios se nos presenta con unos pocos pañales, que esos pañales transformen nuestro ropaje exterior. 

También le pedimos hoy al niño y a su madre, a la Virgen, que el calor de los brazos maternales transforme también los vínculos que a veces tenemos entre nosotros, vínculos distantes, vínculos fríos. Por eso le pedimos a los brazos maternales de María, que con el calor del amor que seguramente puso al alzar al niño, transforme nuestro frío que tenemos a veces en los vínculos familiares o en los vínculos incluso con los seres queridos. Y así, como le hemos pedido al niño al contemplarlo que transforme nuestras vidas, también quiero que le pidamos juntos a su madre. 

Nos dice el Evangelio que María lo acostó en un pesebre. Por eso, María, te pedimos hoy que acuestes al niño en el pesebre de nuestro corazón, que acuestes al niño en el pesebre de nuestras debilidades y de nuestras oscuridades, porque el pesebre de verdad no es con las imágenes de cerámica tan lindas y románticas. El pesebre de verdad es un lugar oscuro, un lugar de animales, un lugar poco higiénico, un lugar que no es digno para el nacimiento de un hijo. Allí, sin embargo, Dios quiso nacer, que entonces, en aquella parte de nuestra vida que más se parezca a un pesebre, demos lugar al nacimiento del Hijo de Dios. 

Y le pedimos también al niño Dios, antes de salir del pesebre, para darle lugar a otro, porque la buena noticia es para todos, que por favor, con sus manitos acaricien nuestras heridas, que con sus manitos acaricie lo que más nos duele, aquello que quizás no nos animamos a compartir con nadie, que solo Dios conoce, cuando el corazón sangra, cuando el corazón se duele hasta lo más profundo, y a veces no tenemos ni espacio para las lágrimas, para expresar tanto dolor. Y entonces, al salir del pesebre, queremos compartir esa buena noticia, esa gran alegría para todo el pueblo, volver a compartir la alegría con todos de que Dios es un enamorado de la humanidad, y por eso vuelve a nacer entre nosotros, que ese Príncipe de la Paz está tan pero tan enamorado de todos nosotros, que quiere ser uno igual a nosotros en todo, menos en el pecado. 

La Navidad es una verdadera fiesta si tiene consecuencias, si nos dejamos transformar personal y socialmente. Por eso, antes de partir de Belén, niño Jesús, un pedido más, se lo hacemos a tu madre, le pedimos a María también que acueste al niño Jesús en el pesebre de nuestro país, que pueda acostar al niño Jesús en el pesebre que es nuestro pueblo, en el pesebre de los más pobres, en el pesebre de la indiferencia, en el pesebre de aquellos que tienen que tomar decisiones a favor de todos. 

Ya salimos del pesebre, damos lugar a otros que se acerquen, nos vamos como los pastores transformados, transformados por la ternura del niño, transformados por su fragilidad, transformados por su pobreza, transformados por su llanto, transformados por su luz, transformados por el calor de los brazos paternales, sabiendo que la Virgen lo volvió a acostar en el corazón de nuestra vida, para que la transforme totalmente, y antes de irnos, como dije, nos vamos a acariciar por sus manitos, para que las heridas de la vida duelan un poco menos.

 No teman, dice el ángel, les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo. Gracias Señor, porque una vez más, enamorado de la humanidad, nacés entre nosotros. Amén.

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