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11 de Noviembre: Solemnidad de San Martín de Tours

por Facundo Fernandez Buils
Te Deum

Homilía del Cardenal Mario A. Poli

Asamblea Plenaria de los Obispos,

11 de Noviembre 2021

De la serie de parábolas sobre la vigilancia de Mateo 25 nos vuelve a interpelar la asombrosa imagen de un juicio que llevará a cabo el Hijo del hombre cuando regrese glorioso y convoque a todas las naciones. Es la última parábola sobre el Reino prometido y Jesús retoma la enseñanza de aquella bienaventuranza que declara «Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
El texto de hemos escuchado «no es una simple invitación a la caridad –nos enseñó San Juan Pablo II-: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo»[80]. En este llamado a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse. Hoy la liturgia nos permite celebrar la memoria de un santo que sirvió a Jesús, misteriosamente presente en todos los pequeños.
En la Vida de Martín escrita por Sulpicio Severo –contemporáneo del santo-, relata un célebre episodio en la ciudad de Amiens. Martín, compadecido de un pobre que padecía frío a las puertas de la ciudad, rasgó su capa militar por la mitad y se la ofreció. Por la noche Cristo se le apareció en una visión y le dijo: “Martín, siendo todavía catecúmeno, me ha cubierto con este vestido” (VM 3, 3). La iconografía mostrará una señalada preferencia por este hecho en las representaciones del santo. Hoy, ante su imagen y su reliquia deseo recordarlo con la semblanza salida de la pluma del poeta Francisco Luis Bernárdez, un grande de las letras argentinas (Estampa de San Martín de Tours Patrón de Buenos Aires).
El soldado Martín detuvo su caballo y se quedó mirando al mendigo
que le pedía una limosna por el amor de Nuestro Señor Jesucristo,
y vio que tenía los ojos de los que han llorado y llorado desde niños,
y vio que tenía las manos de los que solamente saben este oficio,
y vio que tenía los pies de los que no conocen sino este camino.
Y vio que tenía la boca de los que no han dicho palabras de cariño,
y vio que tenía la frente de los que no saben dónde hallarán arrimo,
y vio que aquel cuerpo sediento y hambriento estaba casi aterido de frío,
y vio que el alma de aquel cuerpo también carecía de alimento y abrigo.
El soldado Martín detuvo su caballo y, después de mirar al mendigo,
contempló la dulce campiña, los árboles, los pájaros, el cielo y el río,
feliz cada cual en su mundo, feliz cada cual en sus límites estrictos,
feliz cada cual en el orden impuesto a las cosas por el Dedo infinito,
menos el hombre sin amparo que le pedía una limosna en el camino
y aunque Martín aún no había recibido las santas aguas del bautismo
que lavan el entendimiento para que refleje los misterios divinos,
(aunque Martín era soldado de Roma todavía no lo era de Cristo),
comprendió toda la miseria, comprendió todo el horror del hombre caído,
y comprendió también que aquella debilidad provenía del hombre mismo
y no de Dios, que todo, todo, lo había creado fuerte, feliz y limpio.
El soldado Martín detuvo su caballo y, volviendo a mirar al mendigo,
pensó en el valor que tendría la naturaleza humana en el plan divino,
pensó en el valor que tendría la naturaleza de aquel ser desvalido,
cuando, para restaurarla, fue menester que lo grande se hiciera chico,
que lo infinito se volviera finito, que lo eterno tuviera principio,
que la causa se hiciera efecto, que lo absoluto se volviera relativo,
que se ofreciera en sacrificio nada menos que la Palabra de Dios vivo;
y al pensar en esto el soldado, no teniendo con qué socorrer al mendigo,
como aquella causa era justa, desenvainó la espada que llevaba al cinto,
rasgó por el medio su capa, le alargó la mitad y siguió su camino,
llevando la otra mitad para cubrir espiritualmente al pueblo argentino,
que, con el andar de los años, había de nacer aquí, donde nacimos.
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Tengo para mí la razón de porqué a los porteños nos ha tocado en suerte a este buen Samaritano por intercesor.  Martín catecúmeno no pasó indiferente ante el dolor del semejante y como aspiramos a “ser misioneros misericordiosos y aprender a detenernos ante toda miseria humana”, el ejemplo del Santo que tenemos por Patrono, nos invita a descubrir al Dios escondido en nuestros barrios, y Buenos Aires y su gente ofrece muchas ocasiones para reconocerlo en los rostros de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse. Guiados por el Espíritu Santo, deseamos renovar la evangelización en la ciudad, al estilo misericordioso de San Martín de Tours. Su intercesión en el Sínodo nos sigue iluminando el camino.

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