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Homilía Mons. García Cuerva – Domingo Segundo de Cuaresma

por prensa_admin

EVANGELIO

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (9, 2-10)

Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo.»
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría «resucitar de entre los muertos.»

Palabra del Señor.


Homilía Mons. García Cuerva – Domingo Segundo de Cuaresma. 25 de febrero de 2024 – Catedral Metropolitana

Se me ocurría comenzar la reflexión de hoy haciendo un paralelo entre la primera lectura del libro del Génesis que nos relata el sacrificio de Isaac que le pide Dios a Abraham y el Evangelio que nos relata esta escena tan maravillosa de la transfiguración de Jesús.

Nos dice el Evangelio que Jesús llevó a tres de sus discípulos a un monte elevado. Y me quiero imaginar cómo habrá sido esa subida. La subida a un monte elevado seguramente habrá sido con esfuerzo, habrá tenido momentos de cansancio en que se tuvieron que animar unos a otros para no quedarse quietos y no desbarrancarse. Habrá sido también esa subida un motivo de acompañamiento en el que se habrán unido mucho los tres discípulos y Jesús. Habrá sido también un motivo de alegría ese camino porque finalmente llegaron a donde tenían que ir.

Por otro lado, la primera lectura donde Dios le pide a Abraham que lleve a su hijo: “a la montaña que yo te indicaré”. También ha sido ese un camino de subida y me imagino cómo habrá sido ese camino. Y entonces entiendo que en el corazón de Abraham habrá habido mucho dolor, habrá habido preguntas. “Me costó tanto tener un hijo y ahora me pedís que lo sacrifique”. Habrá habido seguramente en el corazón de Abraham angustia. Y por qué no pensar también, habrá habido en el corazón de Abraham un poco de bronca. “Me estás pidiendo Señor lo que más amo en el mundo, mi hijo único Isaac”.

Entiendo que así es el camino también de nuestra vida, cuando nuestra vida también se hace cuesta arriba. Los discípulos y Jesús tenían que ir a un monte elevado. Abraham e Isaac tenían que ir a la montaña que Dios les iba a indicar. Los dos son caminos cuesta arriba, igual que nuestra vida que a veces se nos hace cuesta arriba. Se nos hace cuesta arriba por los problemas económicos. Nuestra vida se nos hace cuesta arriba por problemas familiares, por problemas con la salud, por problemas con los vínculos en los que a veces no nos entendemos. Y entonces sentimos que la estamos remando. Hoy quisiera usar entonces la imagen de que la vida se nos hace cuesta arriba. Como a los discípulos con Jesús y como también a Abraham que llevaba el sacrificio a su hijo Isaac.

Creo que la tentación, cuando la vida se nos hace cuesta arriba, es decir: “no doy más”. Cuando la vida se nos hace cuesta arriba, la tentación es abandonar y que nos arrastre la pendiente. Cuando la vida se nos hace cuesta arriba, la tentación es dejar y en todo caso ser arrastrados hacia abajo nuevamente a pesar de los golpes y de los accidentes que podamos tener. Entonces me pregunto cómo habrá hecho Abraham para seguir. Entonces me pregunto cómo habrán hecho los discípulos para seguir. Y creo que en esas dos subidas hay coincidencias. La primera coincidencia es la confianza en Dios. Los discípulos tuvieron confianza en Jesús y por eso lo siguieron al monte elevado. Abraham tuvo confianza en la palabra de Dios y por eso a pesar de todas sus preguntas cargó leña y lo llevó a Isaac a esa montaña que Dios le indicaba. La confianza es algo que une a las dos subidas.

Y lo otro que une a las dos subidas es la presencia de Dios. Dios no abandonó a Abraham, aunque la vida se le estaba haciendo cuesta arriba con esa enorme prueba de sacrificar a su hijo. Dios no abandona la cuesta arriba que es ir al monte Tabor de los discípulos con Jesús. Porque incluso cuando lleguen les va a mostrar toda su presencia cuando se transfigure. Porque en definitiva la transfiguración de Jesús son esos momentos de luz que iluminan en nuestra vida las oscuridades. Y entonces en esos momentos de luz que se nos ilumina un poco la vida es cuando sentimos que Dios no nos deja tirados. Que Dios no nos abandona y que Dios nos sigue sorprendiendo.

La vida se le había hecho cuesta arriba a Abraham. La vida se le había hecho cuesta arriba a los discípulos. Pero confían en que Dios no los abandona y por eso siguen adelante. Quisiera pedirle juntos a Dios por todos nosotros. Por todos los hermanos que la vida se les hace cuesta arriba. Por todos aquellos que como Abraham viven momentos de mucha prueba, de preguntas y dificultades. Por aquellos que quizá como aquellos discípulos no sabían a dónde estaban yendo con Jesús. No abandonemos. No dejemos de tener confianza en Dios que camina a nuestro lado. Y que quizá nos sorprenda e ilumine nuestra vida como lo hizo con los discípulos cuando se transfiguró. O quizá nos sorprenda y escuchemos su voz que nos hace una promesa como la que le hizo Abraham. De que iba a ser padre de una nación enorme. Que iba a tener una descendencia gigante. Porque Dios no nos deja tirados a pesar de las dificultades.

Quería también hoy recordar a Monseñor Zazpe. Como decía el guion sacerdote de nuestro clero de Buenos Aires. Que fue después el primer obispo de Rafaela y fue arzobispo de Santa Fe. Celebramos 40 años de su fallecimiento. Y digo celebramos porque su vida sigue siendo para nosotros iluminadora. Hay un texto que dice así, es de 1977 y creo que tiene una vigencia enorme. Dice Zazpe: “como en otras etapas de nuestra historia, llegaremos, aunque sangrando a cubrir las heridas de la división y de la enemistad. Pero si no llegamos a una profunda comunión nacional no habremos recorrido los espacios más específicos de la reconciliación cristiana. La Argentina necesita de una cierta unidad de criterios para desentrañar el sentido de su historia. Juzgar el presente tan complejo y preparar su futuro. Una escala común de valores para afirmar la vida nacional. Y una cuota inmensa de paciencia y esperanza para recorrer esta etapa difícil. Y asegurar el encuentro definitivo de la nación”.

Estas palabras son de Monseñor Zazpe de 1977, un momento oscuro y difícil de nuestra Argentina. Pero creo que son actuales. Porque la reconstrucción argentina también se nos hace cuesta arriba. Porque hace años que venimos haciendo grandes esfuerzos. Y creo que más que nunca es hora de no bajar los brazos. Ni sentarnos al costado del camino a ver qué pasa. Creo que es hora de seguir caminando. De seguirnos animando los unos a los otros a que no bajemos los brazos. De seguir confiando en que Dios está con nosotros. Con esa certeza enorme que nos da la fe. Y es poder decir con San Pablo, como dice la segunda lectura a los romanos: “si Dios está con nosotros, ¿Quién contra nosotros?”.

Amén.

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