Evangelio de San Juan. Capítulo 19, versículos 25 al 28.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Homilía Mons. García Cuerva en la Peregrinación Juvenil a Luján 2024
En esta peregrinación número 50 le decimos como pueblo a la Virgen de Luján: “Madre, bajo tu mirada, buscamos la unidad.”
Madre: Tu imagen original tiene solo 38 cm, hecha de barro cocido. Sin embargo, Madre, sos tan grande, sos tan inmensa en tu pequeñez. Decirte Madre nos une; allí está el fundamento para empezar a construir la unidad nacional tan anhelada. Decirte Madre, mamá, nos hace hijos y hermanos. Así vinimos peregrinando. Como pueblo, todos tan distintos, todos tan iguales. Hemos recorrido muchos kilómetros, hemos traído nuestras intenciones a María, a la madre a la que contamos todo con nuestras lágrimas, con nuestras oraciones, con nuestros dolores, con toda nuestra vida, especialmente con nuestras fragilidades, porque hemos aprendido que solos es más difícil, que nos necesitamos, que aunque distintos, somos la familia de Jesús y de María; por nuestras venas corre la misma sangre, la de hijos de Dios que caminan a la casa de la Madre. Su casa es esta basílica, pero nuestra casa es su corazón en el cual todos tenemos un lugar especial.
La peregrinación es una marcha con otros; no caminamos solos; aunque quizás haya habido momentos de meditación personal o tramos caminados un poco más a solas, vivimos una experiencia muy profunda: la secreta alegría solidaria de que “todos vamos para el mismo lado.” Ya lo decían los jóvenes que en 1975 protagonizaron la primera peregrinación cuando al llegar proclamaban desde las escalinatas de la Basílica: “En cada paso que dimos hasta aquí hemos experimentado lo que es ser pueblo que camina unido hacia su ideal de libertad y justicia. Y es por eso que vinimos. Es que los jóvenes estamos comprendiendo cada vez más que tomamos parte de un pueblo, el pueblo de Dios en América Latina, cuyo corazón son los humildes y los trabajadores.” [1]
Madre, bajo tu mirada: mirada silenciosa que dice más que muchas palabras. Nos miras con ternura, sin juzgar ni reprocharnos nada. Tu imagen parece tener los parpados caídos, como las madres agotadas que por las noches salen a buscar a sus hijos a las calles y pasillos de los barrios atrapados por la droga. Ojos cansados de Madre al pie de la cruz de sus hijos enfermos, de sus hijos jóvenes angustiados por no poder concretar sus proyectos de vida, y de sus hijos que no llegan a fin de mes para alimentar a sus familias. Pero nunca ojos cerrados, porque Ella sigue guiando e iluminándonos con su mirada. Ella sabe que, al mirar así hacia abajo mira nuestra fragilidad; incluso, parece que nos sigue con su mirada donde quiere que nos coloquemos.
Nos decía el cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco, en 1999: Nosotros necesitamos de su mirada tierna, su mirada de Madre, esa que nos destapa el alma. Su mirada que está llena de compasión y de cuidado. Venimos a agradecer que su mirada esté en nuestras historias, en esa historia que sólo sabemos cada uno de nosotros, la historia escondida de
nuestras vidas. Esa historia con problemas y con alegrías. Y luego de este largo camino, cansados, nos encontramos con su mirada que nos consuela. En la mirada de la Virgen, tenemos un regalo permanente. Es el regalo de la misericordia de Dios, que la miró pequeñita, y la hizo su Madre. De la misericordia de Dios, que la miró desde la cruz, y la
hizo Madre nuestra.[1]
Madre, mira a tu pueblo cansado, mira a tu pueblo que está haciendo un gran esfuerzo para sostenerse en la esperanza, para ponerse la Patria al hombro y sobrellevar la crisis que nos atraviesa hace años. Mira a tu pueblo peregrino, que viene con todas sus intenciones, con sus heridas, y esperanzas. Necesitamos ser mirados por tus ojos grandes, claros y azules porque tu mirada no está empañada por prejuicios; con tus ojos nos mirás a todos, sin excluir a nadie; miras, como Patrona de Argentina, todos los rincones de la Patria.
Madre, bajo tu mirada, buscamos. Buscar es hacer lo posible y necesario para encontrar algo. Peregrinar es buscar metas, es buscar con otros, porque nos hacemos conscientes que perdimos tanto. Perdimos justicia, perdimos fuentes laborales, perdimos oportunidades, pero acá estamos. Seguimos buscando, no nos vamos a resignar, porque
buscamos de la mano de María.
Madre, bajo tu mirada, buscamos la unidad: Tu manto celeste y blanco nos incentiva a seguir buscando la unidad entre los argentinos, a no resignarnos al enfrentamiento constante, a profundizar las grietas y heridas. Frente a las crisis, los sabios buscan soluciones, los mediocres culpables. Hay muchos mediocres que frente al lacerante y doloroso 52,9% de
pobreza se pusieron a buscar culpables. Desde la casa de María, les pedimos: Por favor únanse detrás de dos o tres temas importantes para los todos los argentinos. Pidamos la humildad de trabajar con otros, de generar consensos y acuerdos y de tender puentes porque lo más valiente que podemos hacer es pedir ayuda y eso no es signo de rendirse, es justamente lo contrario, es negar a rendirse. No nos rindamos a ser hermanos, a buscar soluciones juntos, a construir una Patria más justa y más fraterna, a liberarnos de prejuicios, odios y enfrentamientos estériles, a seguir confiando nuestras vidas a la Virgen de Luján, que desde hace 50 años el primer fin de semana de octubre, recibe a cientos de miles de peregrinos a quienes abraza con su corazón de Madre, y nos anima a seguir caminando en la vida, cansados, pero no abatidos, golpeados, pero con esperanza y sin bajar los brazos.
¡Viva la Virgen! ¡Viva la Virgen de Luján!
[1] Mensaje de la primera peregrinación a pie a Luján, 1975
[1] BERGOGLIO, Jorge cardenal, Homilía, Luján 1999