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Homilía Mons. García Cuerva I Domingo de Cuaresma

por prensa_admin

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     4, 1-13

Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre. El demonio le dijo entonces: «Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan». Pero Jesús le respondió: «Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan».

Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: «Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si Tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá». Pero Jesús le respondió: «Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto.»

Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Él dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.

Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra».

Pero Jesús le respondió: «Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios».

Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de Él, hasta el momento oportuno.

 

Palabra del Señor.


Homilía Mons. García Cuerva I Domingo de Cuaresma 

En este primer domingo de cuaresma, Jesús va conducido al desierto. Y dice que en el desierto, después de cuarenta días de no comer, tiene hambre. Y me parece que no es un detalle menor pensar esta situación de desierto y esta situación del hambre. El desierto no sólo lo tenemos que imaginar como un lugar geográfico. Lo tenemos que pensar también como una experiencia de soledad, una experiencia de aridez, una experiencia de sequedad, una experiencia de cansancio, una experiencia de desgano. 

Quizá, después de todos estos días de calor, podemos recordar cómo cada uno de nosotros se sintió, en esos días tan duros de temperatura. Y de alguna manera creo que eso es lo que nos puede pasar en el desierto. Cuando perdemos las ganas, cuando no damos más, cuando estamos agotados, cuando no tenemos fuerza, cuando perdemos el ánimo. 

Y al mismo tiempo, agrega el Evangelio de hoy, que Jesús también sintió hambre. Creo que es el momento oportuno para que aparezca el demonio. Porque justamente, estamos más frágiles, entonces parecería que tenemos mayor predisposición para caer en las tentaciones, para que se nos presenten distintas tentaciones. Y al estar más vulnerables, al estar más frágiles, entonces, posiblemente, podamos caer. 

Y ¿Quién es el demonio? Y creo que tenemos que pensarlo siempre como un seductor que se va a aprovechar de nuestra curiosidad y también se va a aprovechar de nuestra vanidad. Indudablemente es un derrotado porque lo derrotó Cristo para siempre con su muerte y su resurrección. Pero es un derrotado que actúa y se mueve como si fuera un victorioso, como si fuera un vencedor. Sabe hablar y por eso las propuestas que le hace a Jesús. Sabe lo que nos pasa y por eso sabe cómo decirnos las cosas. Por eso siempre se insiste con que no hay que dialogar con el demonio, porque también es seductor en el modo en el que nos presenta las tentaciones. 

Los padres del desierto lo representaban como un perro rabioso encadenado al que no había que acercarse. Por eso, entonces, creo que tenemos que estar advertidos de que estamos frente a alguien que se va a disfrazar de algo que nos gusta y nos atrae pero que nos quiere separar del camino y del proyecto de Dios. Alguien muy seductor, alguien que sabe hablar y por eso no dialoguemos con él. Recordemos tan solo lo que le pasó a Eva, la primera mujer, que dialoga con la serpiente y entonces cae. Lo mismo le sucede a Adán. Un perro rabioso al que no hay que acercarse, con el demonio no se juega. 

Las tres tentaciones, que son las que hoy tiene Jesús en el Evangelio, son tres tentaciones que también podemos tener nosotros. En primer lugar ante el hambre el demonio le plantea: “Manda que esa piedra se convierta en pan”. Esa es la tentación del apego, la tentación de querer reducir todo a pan, de satisfacer nuestras necesidades inmediatamente. La tentación que tenemos todos en esta sociedad moderna del consumismo. De cumplir nuestros deseos, nuestras necesidades, de querer todo ya, pensando en mí mismo nada más. Esa es la tentación del apego, la tentación que también se le presenta hoy a Jesús de que resuelva rápidamente el tema de su hambre con el pan que le proponía el demonio. Que convierta la piedra en pan. Jesús, como dije no hay que dialogar con el demonio, no dialoga con él, Jesús le responde con la Palabra de Dios y esto lo hace en las tres tentaciones. 

La segunda, la tentación que le presenta del poder. Esta tentación del poder de presentarle el esplendor de los reinos y decirle: “Si te postras delante de mí, todo te pertenecerá”. Creo que una de las enormes tentaciones del hombre hoy es el poder. Y cómo frente, al poder mal entendido, no el poder como un servicio, muchos se postran. Se postran con la corrupción, se postran con el dinero malhabido. ¿Cuántos, por poder, se pueden llegar a postrar delante de otros poderes del demonio que son el narcotráfico, el tráfico de armas, la destrucción de los demás? Parecería que el poder es una adicción, una adicción que, evidentemente, destroza. Y destroza a nuestras sociedades, porque en definitiva, cuando no se ve al poder como servicio, como lo propone Jesús, indudablemente, quien detenta ese poder busca más poder a costa del pueblo. 

Y en tercer lugar, la tentación de la desconfianza. Desconfiar de Dios. Porque en la tercera tentación el diablo le propone a Jesús que se tire desde los techos del templo y le dice: “Si está escrito que va a dar órdenes a sus Ángeles para que te rescate”. “Si está escrito también que te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra, ¿te animás?” Es la tentación de “¿Será que Dios va a cumplir lo que dice?” “¿Será que la palabra de Dios es verdadera?” Esta tentación de la desconfianza que nosotros también podemos tener. 

Por eso, creo que hoy, en primer lugar tenemos que experimentar todos que a veces, en los momentos de aridez espiritual, en los momentos de desgano y de cansancio, en los momentos en los que tiene hambre nuestro corazón, es cuando más somos tentados porque estamos más débiles. Y el demonio es astuto, es seductor, este derrotado que actúa como vencedor. Este que se disfraza de lo que nos gusta, que nos atrae y nos arruina la vida. Con el que no hay que dialogar porque es muy vivo. En todo caso, hay que responder con la Palabra de Dios como lo hace Jesús. Al que no hay que acercarse porque es como un perro encadenado y rabioso, como decían los padres del desierto. 

Y en segundo lugar, pensar bien cuáles son esas tentaciones. Como se le presentaron a Jesús y a nosotros también. La tentación del apego y del querer resolver todas nuestras necesidades con un consumismo enfermizo. La tentación del poder, del poder que pueden detentar los políticos, pero también el poder que a veces ejercemos en nuestros trabajos, en las escuelas, en la parroquia. El poder mal entendido por el que somos capaces de postrarnos delante de cualquier cosa o cualquiera. En tercer lugar, la tentación de la desconfianza, desconfiar si es real o no la Palabra de Dios como se la presenta el diablo a Jesús. 

En el Padre Nuestro, más de una vez rezado de memoria y casi de manera automática, decimos: “No nos dejes caer en la tentación”. A veces, para que se entienda mejor, tendríamos que pensar, “en la tentación no nos dejes caer”. Todos las tenemos, pero pidamos a Dios que con la oración, con el ayuno, con la entrega, la limosna, el dar a los demás, puedan ser herramientas para vencer las tentaciones que se nos presentan todo el tiempo. Todos las tenemos.

Y por otro lado, acercarnos a nuestra madre, como cuando eramos chicos. Cuando algo nos asustaba, cuando algo nos daba miedo, cuando nos generaba desconfianza, salíamos corriendo y nos poníamos en la falda de mamá y le pedíamos ayuda. Cuando tengamos tentaciones, pidamos con fuerza en la oración, la presencia de la Virgen que como madre nos abraza, que como madre, ella también, venció al demonio para siempre.

 

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