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Homilía Mons. García Cuerva – Misa contra la trata

por prensa_admin

EVANGELIO

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas  (10, 25-37)

Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás». Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: «Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.» ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo».

Palabra del Señor


Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Misa contra la trata. 08 de octubre de 2023 – Estación Constitución

Alguna vez el Cardenal Bergoglio dijo que a Buenos Aires le hacía falta llorar; pidió a Dios que purifique con el llanto a esta Ciudad, y que no se haga tanto la distraída.

Fue en el año 2005, en ocasión del primer año de la tragedia de Cromañón.

Hoy me animo a pedir a Dios nuevamente que Buenos Aires aprenda a llorar: a llorar tanta desigualdad; a llorar tanta exclusión; a llorar a tantos hermanos que deambulan por nuestras calles; a llorar a tantos hermanos esclavos del negocio de la droga; a llorar a tantos hermanos víctimas de la precariedad del conocido como “trabajo esclavo”; a llorar a quienes son víctimas de la trata, “ese crimen que hace de las personas mercancía”; a llorar a quienes ofrecen su cuerpo obligados por necesidad a sobrevivir.

Sí, a Buenos Aires le hace falta llorar. Porque al llorar, fabricamos lágrimas, y con las lágrimas limpiamos la mirada y vemos más claro; vemos los rostros concretos, con nombre y apellido, de seres humanos mercantilizados, desfigurados en su dignidad y avasallados en su libertad.

Hace pocos días el Papa decía que: “El verdadero mal social no radica tanto en el crecimiento de los problemas, sino en el declive de la atención”.  Y de eso se trata el evangelio de hoy; de no prestar atención al hombre herido, víctima de la inseguridad como tantos en la ciudad y en el conurbano, que queda tirado al borde del camino, despojado de todo, maltrecho y abandonado. Y nos dice el versículo 30, al final: “que lo dejaron medio muerto”.

El levita y el sacerdote lo vieron y siguieron su camino, pasaron de largo. En cambio, el samaritano lo vio y se conmovió.

¿Por qué si los tres lo vieron, solo el último se detuvo? ¿Qué había de diferente entre el “ver” del sacerdote y el levita y el “ver” del samaritano?

Como dije antes: al hombre lo dejaron al borde del camino “medio muerto”. El sacerdote y el levita lo vieron así, medio muerto y entendieron que ya no había nada que hacer.

Pero si estaba medio muerto, quiere decir que también estaba medio vivo.

El samaritano vio la parte media viva del hombre asaltado; por eso se detuvo, por eso se conmovió y lo ayudó.

Me animo a decir que el samaritano debe haber llorado mucho en su vida; debe haber llorado cada vez que lo conmovía el dolor de los heridos de la vida, de los pobres y excluidos, y por eso, con la mirada limpia por las lágrimas, pudo ver mejor, pudo ver con mayor nitidez que el hombre estaba medio vivo; entonces se detuvo, se acercó y vendó sus heridas.

Hoy, víctimas de las distintas formas modernas de esclavitud y trata de personas, hay hermanos, hay ciudadanos todavía “medio vivos”, que piden que los miremos con los ojos llenos de lágrimas porque hacemos nuestro su dolor; que nos acerquemos, que vendemos sus heridas con ternura, con escucha, y con un compromiso profético, que una vez más y desde esta plaza, triste reflejo de la injusticia y la marginación gritemos sin miedo que seguiremos luchando por una sociedad sin esclavos ni excluidos, seguiremos comprometiéndonos estando cerca de las víctimas de manera constante y eficaz, seguiremos tratando de curar sus llagas abiertas y dolientes, que también son la llagas de Jesús; seguiremos adelante, a pesar del silencio cómplice y de los que miran para otro lado.

Lo volvemos a denunciar y con fuerza haciendo nuestras las palabras de Francisco: “¡La trata de personas es un crimen contra la humanidad; es un crimen mafioso y aberrante!”.

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