EVANGELIO
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (14, 12-16. 22-25)
El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»
Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: «¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?» Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario.»
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo.»
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.»
Palabra del Señor.
Homilía Mons. García Cuerva – Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. 01 de junio de 2024 – Catedral Metropolitana
En esta Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, toda la primera parte del Evangelio que proclamamos, está dedicada a los preparativos de la última cena de Jesús con sus discípulos. Parecería que el tema de la preparación de la comida pascual es muy importante, no es un detalle menor, porque la Eucaristía no es un delivery que pedimos por una aplicación; es un banquete que necesita del compromiso y la participación de todos.
En estos preparativos de la comida Pascual hay dos preguntas: la primera pregunta la hacen los discípulos: ¿dónde querés que vayamos a prepararte la comida pascual? (Mc 14, 12). La otra pregunta está en boca de Jesús: ¿Dónde está la sala en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos? (Mc 14, 14)
Si prestamos atención, en la primera pregunta parece que el que va a comer sólo es Jesús: ¿Dónde querés que vayamos a prepararte a vos, Jesús, la Pascua? Mientras que en la pregunta que hace Jesús y las respuestas que da, el Señor ve la comida como algo comunitario. Por eso dice «¿Dónde voy a comer la comida Pascual con mis discípulos?» Jesús no entiende esa comida como algo de Él solo, esa comida es con todos, es el mejor antídoto contra la gran pobreza de la ciudad: la soledad. No es una relación intimista o privada que nos aleja de los hermanos y de la realidad. La Eucaristía es verdadera comida con sabor a todos.[1]
El lema de este año es Eucaristía, la alegría de la mesa compartida. Una comida que nos hace hermanos, una comida que nos reúne en torno a la mesa de la comunidad. No es una comida para pocos; Cristo quiere sentarnos a todos y que celebremos juntos la alegría de ser hermanos, todos hijos del Padre; la alegría profunda del corazón, la alegría de tener la certeza de que Dios nos ama y entregó su vida por amor a cada uno de nosotros, porque para Él todos somos importantes. Es la alegría de que con su resurrección, Jesús venció a la muerte para siempre, la alegría de sabernos familia y hermanos con quienes podemos compartir, momentos felices para que se multipliquen, y momentos dolorosos para hacerlos más llevaderos.[2]
Continuando la lectura del evangelio de hoy, Jesús dice a los discípulos: «Vayan a la ciudad y allí encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo» (Mc 14, 13), un hombre que lleva un cántaro de agua… No tenemos el nombre de esta persona. Seguramente era un hombre de pueblo, un hombre sencillo, que quizás, rutinariamente, casi de manera aburrida, iba al pozo a buscar agua para llevarla a la casa de su patrón. Sería un siervo, un esclavo. Debía cargar el agua en el pozo, lugar donde se reunían los vecinos, como en la actualidad nos juntamos en las plazas de los barrios, o en los centros comerciales, o en las ferias, o también, y por lo menos hasta hace algunos años, en las canillas comunitarias de las villas. El pozo es el lugar de los encuentros y desencuentros, el lugar de la amistad y de las discusiones, el lugar de los diálogos fraternos y de los silencios atravesados por la soledad. Y así, siguiendo a aquel hombre del cántaro, los discípulos fueron del pozo a la mesa preparada para la comida pascual. Así también hoy nosotros vamos de la realidad personal, social, económica, familiar, a la mesa del altar, cargando toda la vida hasta la mesa eucarística, porque es en ella donde todo se renueva, donde todo recobra sentido, donde el pan se convierte en Su Cuerpo que nos alimenta, y desde allí nos envía, como decía un lema de esta misma fiesta arquidiocesana hace unos años: de la Eucaristía a las periferias.
Los cántaros eran llevados por las mujeres; los hombres cargaban dos tarros grandes unidos por un trozo de madera. Era una tarea femenina, no era propio de los varones hacerlo. Por lo tanto, nos podemos imaginar si a este hombre lo discriminarían por hacer una tarea que era propia de las mujeres en aquella cultura ¿Cómo se sentiría él con todo eso? A pesar de ello, para Jesús es alguien importante. Este hombre es tan valioso que es el indicado para ser seguido por los discípulos y llegar a preparar la comida Pascual. Que en este tiempo en el que tantos hermanos sienten que su esfuerzo no es valorado, en este tiempo en que tanta gente hace cosas por los demás solidariamente y no aparece en la tapa de ningún diario, puedan sentir que para Jesús son importantes; tu esfuerzo, tu trabajo, tu vida, para Jesús, son significativas y valiosas.
Y seguimos junto a los discípulos preparando la comida pascual… El dueño de casa les muestra una sala. (Cf. Mc 14, 15-16) Una sala en la que pueden celebrar la Pascua; esa sala es una pieza grande donde hay lugar para todos. Así tienen que ser nuestras Eucaristías. Que realmente todos se sientan protagonistas. También describe el evangelio que esa sala está en el piso alto. Se me ocurre pensar que nuestras eucaristías estén por arriba de nuestras ideologías, discusiones, y enfrentamientos, por eso en el piso alto. Porque con la Eucaristía tenemos que volar alto, haciendo realidad el sueño de la fraternidad universal. Y está arreglada con almohadones, es un lugar cómodo. Un lugar en el que todos nos podemos sentar, donde podamos descansar nuestras penurias, podamos allí poner nuestras tristezas, podamos allí descansar de tanto esfuerzo, podamos allí descansar nuestras fatigas. Por eso con almohadones. Así también tienen que ser nuestras celebraciones, en las que cada uno pueda descansar su vida y la ponga desnudamente y sin vergüenza sobre el altar.
Y el evangelio también dice que esta sala grande, en el piso alto, con almohadones, ya está dispuesta. (Cfr. Mc 14, 15) Es decir, está todo listo, sólo tenemos que acercarnos y alegrarnos de compartir el Pan de Vida, para luego ser testigo del Señor en la vida cotidiana. Justamente San Oscar Romero decía: Nos faltan muchos cristianos de esos, que vivan de verdad la Eucaristía (…) Si creemos de verdad que Cristo, en la Eucaristía de nuestra Iglesia, es el pan vivo que alimenta al mundo, y que yo soy el instrumento como cristiano que creo y recibo esa hostia y la debo llevar al mundo, tengo la responsabilidad de ser fermento de la sociedad, de transformar este mundo. Eso sí sería cambiar el rostro de la Patria, cuando de veras inyectáramos la vida de Cristo en nuestra sociedad, en nuestras leyes, en nuestra política, en todas las relaciones. ¿Quién lo va hacer? ¡Ustedes! Si no lo hacen ustedes los cristianos, no esperen que el país se componga. Sólo el país será fermentado en la vida divina, en el Reino de Dios, si de verdad los cristianos se proponen a no vivir una fe tan lánguida, una fe tan miedosa, una fe tan tímida; sino que de verdad como decía San Juan Crisóstomo: “Cuando comulgas, recibes fuego; debías de salir respirando la alegría, la fortaleza de transformar el mundo”.[3]
Nos llevamos entonces el enorme compromiso de hacer realidad el lema de este año: Eucaristía: la alegría de la mesa compartida. Hacer realidad la alegría, no ser cristianos protestones, quejosos y apesadumbrados, porque como digo en la carta pastoral, es fundamental renovarnos en la alegría de la fe que nos libera de la queja constante, de la desesperanza y del desaliento, evitando transformarnos en profetas de calamidades, en testigos “mala onda” que sólo desparraman pánico y angustia.[4]
Hasta el día en que bebamos el vino nuevo en el Reino de Dios (Mc 14, 25), anticipamos en Buenos Aires la mesa de la fraternidad y de la justicia celebrando unidos esta Eucaristía preparada con el compromiso de todos, porque queremos hacer de nuestra sociedad una mesa con lugar para todos, y de la ciudad, una mesa familiar, donde, al mirarnos nos demos cuenta si falta alguien, y salgamos a su encuentro como hermanos.
Porque como decía hace unos años el Papa Francisco: La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es escuela de caridad y solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano. Y hoy, lo sabemos, este es un problema cada vez más grave.[5]
[1] Cfr. GONZALEZ BUELTA, Benjamín, Salmos para gustar y sentir internamente, Madrid 2004
[2] Cfr. GARCÍA CUERVA, Jorge, Carta pastoral La revolución de la alegría, Buenos Aires 2024
[3] ROMERO, San Oscar Arnulfo, Homilía, Cristo, el Pan Vivo que da Vida al mundo, San Salvador 28 de mayo 1978
[4] Cfr GARCÍA CUERVA, Jorge, Op Cit
[5] FRANCISCO, Ángelus, Ciudad del Vaticano 7 de junio 2015