Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 13, 31-33a. 34-35
Durante la Última Cena, después que Judas salió, Jesús dijo:
«Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto.
Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes.
Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como Yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros».
Palabra del Señor.
Homilía Mons. García Cuerva V Domingo de Pascua
En el Evangelio de hoy según San Juan, Jesús durante la última cena cuatro veces utiliza la palabra “Glorificar”. Dice: “Ahora el Hijo del Hombre ha sido glorificado y Dios lo ha glorificado en Él”, luego dice: “Si Dios ha sido glorificado en Él, también lo glorificará en sí mismo”. Glorificar aparece en este Evangelio cuatro veces.
Si uno busca en el diccionario la palabra glorificar: “se dice de quien es ensalzado o alabar a una persona por sus éxitos, por su fama, hacerla digna de prestigio”. De eso se trata glorificar. Pero cuando uno piensa si es esto lo que Jesús quiere decir, indudablemente no es eso. A Jesús no le interesa ser ensalzado o alabado por sus éxitos, por su fama. Recordemos que estamos en el contexto de la última cena, por lo tanto, en poco tiempo más será condenado a muerte y morirá en una Cruz junto con dos malhechores. Para Jesús, glorificar es otra cosa.
Para Jesús glorificar es servir, es servicio, es desapego, es entrega. Justamente glorificar significará para Jesús ese momento en que entregará la vida por amor a nosotros. De eso se trata glorificar, se trata justamente de entregar la vida por amor, de entregar la vida en un servicio, en ser desapegado de esta vida y entregar la vida. Por eso justamente San Irineo decía: “La gloria de Dios es que el hombre viva”, justamente, Jesús se entrega para que el hombre viva, para que tengamos vida y vida en abundancia.
San Romero de América, Arzobispo del Salvador, utilizará esta frase de San Irineo y dirá él: “La gloria de Dios es que el pobre viva”. Justamente también, glorificar a Dios esa entrega profunda de Dios, ese servicio, ese desapego de Dios. Ese morir en la cruz por todos nosotros, es también para que los más pobres tengan vida y vida en abundancia.
Por eso me parece que primero nos tiene que quedar esta idea de lo que significa glorificar según lo que nos dice Jesús. Y entonces también nosotros pensar en nuestra vida como un servicio, en nuestra vida como una entrega, en nuestra vida como un desapego; o a veces entendemos y buscamos ser alabados, ser ensalzados por prestigios, por éxitos, por la fama.
Jesús dirá también en el Evangelio que nos reconocerán como discípulos de Jesús si nos amamos los unos a los otros. Parecería que hoy Jesús también quiere, en esta última cena, decir cuál es la identidad de los cristianos. La identidad de los cristianos no es la confesión de una doctrina, ni el cumplimiento de determinados ritos. En realidad, la identidad de los cristianos parece que es vivir el mandamiento del amor. Que se note que somos cristianos por como nos amamos los unos a los otros.
Y aquí recuerdo a un emperador, sobrino del emperador Constantino en el siglo IV, se llamaba Juliano el Apostata. Y Juliano el Apostata perseguía a los cristianos. No los quería nada a los cristianos, sin embargo, reconoce cómo se aman los cristianos. Descubre cuál es la identidad de los cristianos por cómo se aman. Y dice en algún momento: “Es una vergüenza para nosotros ver cómo los cristianos no ejercen su misericordia sólo con los que comparten su Fe sino también con los que rinden adoración a los ídolos”. Repito esta frase que escribió Juliano: “Es una vergüenza para nosotros ver cómo los galileos no ejercen su misericordia sólo con los que comparten su Fe sino también con los que rinden adoración a los ídolos”. Es decir, un gobernante del siglo IV que no quería nada a los cristianos, sin embargo, reconoce que aman y que aman no solamente a los que piensan lo mismo o a los que creen lo mismo, sino que aman a todos.
¿Podrán hoy decir de nosotros lo mismo? ¿Podrán decir que reconocen que somos cristianos porque nos amamos? ¿Por qué amamos a los que piensan distinto? ¿Por qué amamos a los que piensan en algo distinto? Que fuerte es esta identidad de los cristianos que nos propone Jesús en el Evangelio. “En esto reconocerán que ustedes son mis discípulos. En el amor que se tengan los unos a los otros”. ¿Cómo será entonces ese amor que nos tenemos los unos a los otros? Ojalá sea tan pero tan entregado como en el siglo IV que sorprendía incluso a los gobernantes que no creían en Cristo.
En la segunda lectura, en el libro del Apocalipsis, se dice que una voz potente desde el cielo dice: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Pidamos entonces hoy a Dios, que haga nuevo Dios nuestro corazón, que podamos entonces, tener un corazón nuevo, un corazón que ame profundamente. Un corazón que quiera vivir este mandamiento que hoy Jesús nos regala, el de amarnos los unos a los otros. En un mundo difícil, un mundo donde parece primar la diferencia.
Y entonces recordaba una escena terrible de estos días cuando en un casino murió una mujer aquí en Argentina y la mujer quedó tirada junto a las máquinas en las que se apostaba y lo que hicieron fue taparla. Y mientras tanto, los que jugaban, siguieron jugando. El casino no se cerró. Las personas que estaban jugando pudieron seguir apostando tranquilas. Que fuerte la cultura de la indiferencia en la que vivimos. Por eso nuestro querido y recordado Francisco insistía siempre denunciando la cultura de la indiferencia y animándonos a construir entre todos la cultura del encuentro.
Parece en este mundo donde tenemos que tener un corazón nuevo también primar la violencia y por eso será que el Papa León XIV desde los primeros días de su pontificado insiste con la paz. Nos dice León XIV: “La paz comienza por cada uno de nosotros, por el modo en el que miramos a los demás, por el modo en el que escuchamos a los demás, por el modo en el que hablamos de los demás. Debemos decir `No´ a la guerra de las palabras y a la guerra de las imágenes”. Por eso, hoy pedimos junto con el Apocalipsis que queremos que Dios haga nuevas todas las cosas, que haga nuevo nuestro corazón para que podamos vivir el mandamiento del amor en este mundo en donde la cultura de la indiferencia, la cultura de la violencia parecen ganar.
Que podamos ser identificados como cristianos no por las cruces que nos colgamos o por las estampitas que llevamos en la billetera, sino porque nos amamos los unos a los otros, con tanta fuerza y con tanta intensidad, que aún los que no creen en Cristo queden sorprendido como Juliano el Apostata allá en el siglo IV. Y que podamos realmente glorificar a Dios entendiendo que la glorificación es servicio, es desapego, es entrega.
Termino con un pedacito del texto del Apocalipsis que me parece que también nos tiene que llenar de esperanza porque a veces creemos que está todo perdido. Parece que la cultura de la indiferencia y de la violencia ganó y entonces pedirle a Dios que cambie nuestro corazón y vivir el mandamiento del amor parecería que es casi ridículo. Sin embargo, el libro del Apocalipsis nos dice que oyó una voz potente que decía desde el trono de la ciudad santa: ”Esta es la carpa de Dios entre los hombres Él habitará con ellos. Ellos serán su pueblo y el mismo Dios será como ellos, su propio Dios. Él secará todas sus lágrimas y no habrá más muerte, ni pena, ni queja ni dolor porque todo lo de antes pasó. Y El que estaba sentado en el trono dijo: `Yo hago nuevas todas las cosas´”. Le pedimos a Dios que haga nuevo nuestro corazón para vivir este hermoso mandamiento del amor que Jesús nos propone hoy en el Evangelio.