Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 24-35
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿Cuándo llegaste?»
Jesús les respondió:
«Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es Él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello».
Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»
Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en Aquel que Él ha enviado».
Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Les dio de comer el pan bajado del cielo»
Jesús respondió:
«Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo».
Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan».
Jesús les respondió:
«Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed».
Palabra del Señor.
Homilía Monseñor Jorge García Cuerva – Domingo XVIII Tiempo Ordinario
Nos dice el evangelio de hoy que los judíos salen en busca de Jesús habían podido compartir con él ese momento maravilloso, grandioso, que habrá sido la multiplicación de los panes y entonces, la gente sale a buscarlo a Jesús. Que lindo esto de estar en búsqueda de Jesús porque buscar es hacer lo necesario para encontrar a una persona o para encontrar una cosa. Entonces, que podamos hacer todos nosotros, hacer lo necesario para encontrar a Jesús.
Buscarlo a Jesús insistentemente en la oración y entonces poder hacernos de ratos de oración personal cada día, buscarlo a Jesús en los hermanos descubriendo que en el rostro de mis hermanos está el mismo Cristo. Buscarlo al señor en distintas actividades ligadas por ejemplo a la caridad, entonces, descubriéndolo en el rostro de los que sufren, de los más pobres, buscarlo a Jesús en las celebraciones comunitarias de la eucaristía. Buscarlo a Jesús en su palabra, meditando el evangelio, buscar.
Creo que lo que no podemos perder es las ganas de encontrarlo y, por lo tanto, salir a buscarlo siempre. Muchas veces hay gente, incluso la que nos puede estar siguiendo en este momento por los medios de comunicación, que dice: “No lo siento a Dios, hace rato que creo que Dios me dejó. No l o encuentro”. No dejemos de buscarlo como aquel pueblo, como aquel gentío del pueblo judío que lo siguió buscando. Habían vivido ese momento espectacular de la multiplicación y quizá, con razones muy claras o no tan claras, pero salieron a buscarlo.
Busquemos a Jesús, no perdamos las ganas de encontrarnos con el señor. Y dice que lo encontraron en la otra orilla, para encontrarlo en la otra orilla el pueblo tuvo que poner en marcha. El pueblo tuvo que poner en camino, tuvieron que salir de sí mismos, tuvieron que hacer un recorrido. Podríamos decir que tuvieron que incomodarse, salir de la orilla en la que estaban nos tenemos que imaginar y entonces movilizarse a la otra orilla.
Podríamos decir que de alguna manera el pueblo se tuvo que poner en camino, no solamente con los pies, no solamente cruzando la otra orilla en las distintas embarcaciones, se tuvieron que poner en camino movilizando el corazón. Eso es ir a la otra orilla. Es salir de nosotros mismos, a veces estamos demasiado ensimismados. Demasiados soberbios, intolerantes, creyéndonos un poco dueños de la verdad, dueños de la situaciones. Demasiados seguros en lo que estamos, quizá, hasta por costumbre.
Es cuando a mi me gusta hablar de que tenemos una pachorra del espíritu, tenemos el alma demasiado estancada y entonces no hay movimiento. Y cuando no hay movimiento entonces no cruzamos a la otra orilla, no nos animamos a lo nuevo, no nos animamos a recorrer un camino para salir al encuentro de Jesús. Recuerdo siempre una frase del monje Mamerto Menapace que decía: “Caminar hacia Dios es abandonar seguridades y arriesgarse a lo sorpresivo”, “Caminar hacia Dios es abandonar seguridades y arriesgarse a lo sorpresivo”.
Y quizá, el problema es, que hemos perdido las ganas de encontrarlo al señor porque no tenemos más ganas de buscar, porque no queremos ir a la otra orilla. Porque no nos animamos a lo imprevisto, a lo nuevo, a lo distinto porque estamos demasiado estancados espiritualmente. Ir a la otra orilla también puede significar animarme a salir a buscar también otros horizontes, es propio de la gente soñadora, buscar otros horizontes. Animarme a más.
Pensaba en estos días en la comunidad de migrantes más importante de la Ciudad de Buenos Aires numéricamente son nuestros hermanos venezolanos. Miren si ahí no tenemos hermanos cruzar a la otra orilla. Animarse a buscar un destino mejor, animarse a buscar un nuevo horizonte, se han arriesgado, se han animado, han dado el gran paso. Con dolor, con sacrificio, con trabajo.
Creo que también cada uno de nosotros tiene que pensar ¿Cuál es la otra orilla a la que tengo que animarme a dar el paso? A veces son decisiones que venimos atrasando hace rato, decisiones porque no nos animamos a tomarla, porque al final casi terminamos acostumbrados a vivir mal, no. Animémonos a seguir buscando una mejor calidad de vida. No perdamos las ganas de buscar. Tengamos ganas de encontrarnos con el señor y con su proyecto del reino y por lo tanto que cada uno pueda pensar ¿Cuál es esa otra orilla a la que me tengo que animar a llegar?
Creo que para llegar a la otra orilla, es decir, para ponerme en camino, tenemos que tener un alma aventurera. Un alma aventurera que fue laque perdió el pueblo judío en la primera lectura. En la primera lectura el pueblo judío, en el relato del éxodo, nos dice que justamente el pueblo había salido de Egipto en busca de la libertad y en el camino empezaron a añorar las ollas con carne que comían en Egipto. Tenían hambre en la panza y por el hambre de la panza estaban dispuestos a sacrificar su libertad. No querían seguir adelante, no querían llegar a la tierra prometida, estaban dispuestos a sacrificar todo. Perdieron el espíritu de búsqueda.
Seguramente tenemos que descubrir que no solamente para salir a buscar y encontrar al señor lo hacemos por el hambre de la panza como lo hicieron el pueblo que lo buscaba que era por la multiplicación de los panes sino que Jesús hoy en el evangelio lo que nos quiere ayudar a descubrir es hay un hambre mucho más profunda, hay un hambre que está ligada al hambre de la justicia, al hambre de la esperanza, al hambre de la dignidad, al hambre de una educación mejor para nuestros hijos, al hambre de un futuro mejor. Y cuando hay ese hambre profunda de adentro es cuando uno se anima a movilizarse, es cuando uno se anima a arriesgarlo todo como decía, por ejemplo, de tantas familias venezolanas que llegaron a nuestras tierras.
Hay una frase de San Agustín que dice: “Nos hiciste señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en tí”,“Nos hiciste señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. De eso se trata, de descubrir que nuestro corazón está inquieto, que nuestro corazón está en búsqueda. Que nuestro corazón quiere encontrarse con Jesús, que nuestro corazón tiene hambre, ese hambre profunda de una vida mejor y por eso nos animamos a arriesgar. Por eso, queremos llegar a la otra orilla, por eso no nos queremos quedar estancados, por eso no nos queremos conformar con poco como el pueblo judío que quería volver a las ollas del imperio egipcio.
En definitiva, tenemos hambre de Dios por eso dice el pueblo al final del evangelio danos siempre de ese pan. Jesús es el pan de vida, la eucaristía es el pan de vida y la eucaristía es la respuesta de Dios al hambre más profunda del corazón humano. Termino con un texto del documento de Aparecida, el número ciento setenta y seis que justamente dice como nuestras parroquias, centradas en la eucaristía, el pan de vida, esa respuesta de Dios al hambre profunda del corazón humano tienen que también estar cerca del hambre de dignidad que tiene nuestro pueblo, del hambre de trabajo que tiene nuestro pueblo, del hambre de pan que tiene nuestro pueblo.
Y el texto dice así: “La eucaristía signo de la unidad con todos, que prolonga y hace presente el misterio del Hijo de Dios hecho hombre (cf. Fil 2,6-8) nos plantea la exigencia de una evangelización integral. La inmensa mayoría de los católicos de nuestro continente vive bajo el flagelo de la pobreza, esta tiene diversas expresiones: económicas, físicas, espiritual, moral, etc.
Si Jesús vino para que todos tengamos vida en plenitud, la parroquia tiene la hermosa ocasión de responder a las grandes necesidades de nuestros pueblos. Para ello, tiene que seguir el camino de Jesús y llegar a ser buena samaritana como Él. Cada parroquia debe llegar a concretar en signos solidarios su compromiso social en los diversos medios en que ella se mueve, con toda la imaginación de la caridad.
No puede ser ajena a los grandes sufrimientos que vive la mayoría de nuestra gente y que, con mucha frecuencia, son pobrezas escondidas.
Toda auténtica misión unifica la preocupación por la dimensión trascendente del ser humano y por todas sus necesidades concretas, para que todos alcancen la plenitud que Jesucristo ofrece”.
Jesucristo ofrece saciar el hambre más profunda de nuestro pueblo, nosotros como discípulos misioneros, queremos animarnos a no dejar de buscar para encontrarnos con él. Cruzando a la otra orilla, es decir, arriesgándonos por Jesucristo y animándonos a saciar el hambre profunda de nuestra gente también desde nuestras comunidades parroquiales como nos dice este texto del documento de Aparecida. Amén.