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Mons. García Cuerva: “Sean obispos con raíces, obispos cercanos a la gente”

por prensa_admin

Este sábado 4 de agosto en la catedral metropolitana de Buenos Aires se llevó a cabo la ordenación de los tres nuevos obispos auxiliares para la arquidiócesis porteña, ellos son: Sergio Iván Dornelles; Pedro Bernardo Cannavó y Alejandro Daniel Pardo.

La celebración tuvo inicio a las 10:30 hs y contó con la presencia del Arzobispo de Buenos Aires Mons. Jorge García Cuerva, una importante cantidad de feligreses que acompañaron, parte de la curia porteña y también el seminario metropolitano que se hizo presente. 

En la homilía, que fue presidida por Monseñor García Cuerva, el Arzobispo declaró: Hoy llegan con toda su vida, con toda su historia, con sus raíces, con su familia, con sus amigos, con sus comunidades. Y en este momento, Jesús quiere que todos ellos estén presentes.”

Además agregó: “Por eso, queridos hermanos, sean obispos con raíces, obispos cercanos a la gente, pastores en medio del pueblo, afectivos, amigueros. No dejen nunca de ser hijos, amigos, vecinos. En definitiva, no se la crean. Pedro era hijo de Juan; ustedes son hijos de este pueblo que hoy con alegría los acompaña y los apoya en su sí.”

En el marco de una celebración donde el agradecimiento y las emociones de quienes se hicieron presentes no faltó Mons. García Cuerva recordó: 

Seguramente también los sorprendió y los sigue emocionando recordar el momento del llamado a través de la voz de la Iglesia a ser obispos. Como dice el Papa Francisco: Que Dios los libre de convertir ese estremecimiento en algo estéril, o en domesticarlo y vaciarlo de su potencial desestabilizante. Dejen que las sorpresas de Dios los emocionen, que los asombren, que los desconcierten y los desestabilicen porque estoy convencido que eso es muy bueno para un obispo.”

También les hizo un pedido para el nuevo ministerio que la iglesia les confiere: “Estén siempre abiertos a las sorpresas de Dios. No sean obispos de estructuras y esquemas que no dejan lugar a la acción del Espíritu que, como ráfagas de viento, sopla y ventila las costumbres anquilosadas del siempre se hizo así.”

En esta celebración litúrgica se hicieron signos y ritos propios que corresponden a una celebración litúrgica de esta índole. La imposición de manos, la unción con el santo crisma y la entrega de libros de los santos evangelios, son algunos de los momentos que se llevaron adelante. También, se hizo entrega del báculo, el anillo y la mitra que representan insignias episcopales del oficio y responsabilidad que tendrán como nuevos obispos auxiliares de la iglesia católica

Tras la entrega de estos símbolos el Arzobispo se refirió a ellos: “Queridos Jano, Iván y Pedro, que el báculo sea el apoyo y sostén para los caídos que encuentren en el camino; que el anillo sea signo de la alianza con la Iglesia, un signo que nos haga sentir familia, hermanos, hijos de un mismo Padre que nos ama entrañablemente. Que la mitra, que nos da un poco de vergüenza usar, sea justamente signo de no sentirnos dignos de llevar títulos o cargos, porque el mayor poder es el servicio. Y que cada día al colocarse el pectoral en el pecho, recuerden a los crucificados de hoy y la entrega de Cristo por amor a todos.” 

En relación al signo pastoral que tienen con la iglesia en carácter de obispos auxiliares Mons. García Cuerva dijo: «Queridos Iván, Pedro y Alejandro, sean pastores heridos, curados por el amor del Señor que llevan ese tesoro en recipientes de barro (2 Cor 4, 7).”

“Apacentar significa dar alimento; nuestro pueblo tiene hambre, por eso procuren ser profetas de la justicia que ayuden a que el pan y el trabajo digno lleguen a todas las familias de la arquidiócesis, animando en la solidaridad y el compromiso especialmente con los que más sufren; pero también alimenten a nuestro pueblo con el Pan de la Vida, porque tenemos hambre de Dios y la Eucaristía es su respuesta al hambre más profunda del corazón humano

Para finalizar su mensaje el Arzobispo dijo a los nuevos obispos auxiliares: “Y en lo personal, permítanme decirles gracias por su sí y sumarse a esta desafiante misión que Dios nos encomienda de pastorear a nuestro pueblo; gracias por su cariño, por su buen humor, por su entrega generosa


Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Ordenación obispos auxiliares de Buenos Aires

Después de comer (vers. 15); así comienza el evangelio que proclamamos recién. El diálogo de Jesús con Pedro se da en la sobremesa, el momento en que generalmente hablamos de los temas más profundos e importantes. Habían comido juntos; dice el dicho “panza llena, corazón contento”. Pero faltaba aún llenar de alegría y amor el corazón de Pedro luego de las tres negaciones; por eso ahora Jesús habla directo a su corazón, iniciando el diálogo con la pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? (vers. 15)

En el comienzo de la pregunta, Jesús parece asumir toda la historia de Pedro diciéndole: Simón, hijo de Juan….

Hoy también, a ustedes, les habla al corazón y les dice: Alejandro, hijo de Maxi y Carmen; Iván, hijo de Vilma y Jorge; Pedro, hijo de María Cristina y Antonino Pedro… ¿me aman? Porque hoy llegan con toda su vida, con toda su historia, con sus raíces, con su familia, con sus amigos, con sus comunidades. Y en este momento, Jesús quiere que todos ellos estén presentes. Quizás el Señor perciba que su pregunta ¿me amas? es demasiado grande y comprometida, y que necesitan del apoyo de muchos para responder con fuerza: Sí, Señor, tu sabes que te quiero.

Por eso, queridos hermanos, sean obispos con raíces, obispos cercanos a la gente, pastores en medio del pueblo, afectivos, amigueros. No dejen nunca de ser hijos, amigos, vecinos. En definitiva, no se la crean. Pedro era hijo de Juan; ustedes son hijos de este pueblo que hoy con alegría los acompaña y los apoya en su sí. Porque como obispos necesitamos de la familia y de quienes acompañan el camino de la vida; seguramente ellos han sido sus mejores maestros, sus consejeros, quienes se habrán alegrado con sus logros, quienes habrán acompañado los fracasos, y quienes se habrán animado a decirles las cosas de frente para corregirlos fraternalmente. Qué triste cuando un obispo olvida sus raíces o se aleja de los afectos para rodearse de una corte de aplaudidores. Me animaría a decir que se deshumaniza, que deja de ser pastor, para ser príncipe que mira desde arriba y a la distancia. Sean siempre hombres de pueblo, que consagrados por la unción se entregan de lleno a ese mismo pueblo, que como dice la conocida canción: “los crió de potrillo”.

Seguramente a este encuentro con el resucitado a orillas del mar de Tiberíades, Pedro no podía separarlo en su memoria del primer encuentro con Jesús a orillas del lago de Genesaret, cuando le dijo al Señor: En tu nombre, echaré las redes. Y aunque no habían pescado nada aún, grande fue la sorpresa al sacar las redes llenas de peces y a punto de romperse. A ustedes también, Jesús los ha pescado con el anzuelo de su infinita misericordia. Seguramente también los sorprendió y los sigue emocionando recordar el momento del llamado a través de la voz de la Iglesia a ser obispos. Como dice el Papa Francisco: Que Dios los libre de convertir ese estremecimiento en algo estéril, o en domesticarlo y vaciarlo de su potencial desestabilizante. Dejen que las sorpresas de Dios los emocionen, que los asombren, que los desconcierten y los desestabilicen porque estoy convencido que eso es muy bueno para un obispo.

Estén siempre abiertos a las sorpresas de Dios. No sean obispos de estructuras y esquemas que no dejan lugar a la acción del Espíritu que, como ráfagas de viento, sopla y ventila las costumbres anquilosadas del siempre se hizo así. No se encierren en programas pastorales de escritorio que apagan las llamas de fuego del Espíritu y nos hacen perder el calor de la pasión por el Reino, convirtiéndonos, en términos futbolísticos, en obispos pecho frío.

Tú lo sabes todo: (vers. 17) Vos Jesús sabés todo de cada uno de nosotros. Sabés, como de Pedro, nuestras negaciones; sabés de nuestras debilidades y pecados. Tú lo sabes todo, sabés que a veces como él, también juramos defenderte hasta el final y después por cobardía nos quedamos a mitad de camino. Sabes que como Pedro nos traicionan los impulsos y reacciones y nos tornamos soberbios y violentos. Tú lo sabes todo, y sin embargo nos llamas a seguirte y a apacentar tu rebaño porque nos amas infinitamente, hasta dar la vida. El amor cura las negaciones de Pedro como cura las nuestras; porque su misericordia cura toda herida. Queridos Iván, Pedro y Alejandro, sean pastores heridos, curados por el amor del Señor que llevan ese tesoro en recipientes de barro (2 Cor 4, 7). Muéstrense frágiles y siempre comprensivos de las caídas de la gente, porque ustedes tienen las propias; que nadie, al entrar en vínculo con ustedes, tema ser juzgado, condenado o rechazado, porque cada uno de ustedes ha experimentado el amor de Dios, que lo vio y se conmovió profundamente4, como aquel Padre misericordioso cuando el hijo volvía a la casa.

Abracemos la fragilidad de nuestro pueblo y lloremos con él, porque como escribió San Juan Crisóstomo una sola lágrima es capaz de apagar un brasero de culpas.5 La profundidad de nuestro ser pecadores revela la realidad infinitamente más grande de nuestro ser perdonados, la alegría de ser perdonados. Como Pedro, no olvidemos nuestras negaciones para redescubrir siempre la gratuidad del amor de Dios para con todos, corderos y ovejas, pequeños y grandes; con la totalidad del rebaño, porque el amor de Dios no conoce de fronteras ni ideologismos, es universal. Y el llorar les posibilitará limpiar la mirada con las lágrimas y ver más claro, porque cada rincón de la realidad porteña se puede transformar en sacramento de la presencia de Dios para hablar de Él con un vocabulario sencillo, de objetos concretos y rincones conocidos, de rostros con nombre y apellido, de aromas y colores que podemos encontrar cada día en el ir y venir contemplativo por las calles de la ciudad, ya que volvemos a afirmar con fuerza: Jesús vive en nuestras calles, en nuestros barrios, en cada hermano y hermana que nos cruzamos en la vida vertiginosa de la ciudad. Y en el caminar, recordemos las palabras de Francisco, cuando nos dice que, el sacerdote es el primer prójimo del obispo, indispensables colaboradores de quienes hay que buscar el consejo y la ayuda, y a quienes hay que cuidar como padres, hermanos y amigos. Entre las primeras tareas que tenemos está el cuidado del presbiterio, las necesidades humanas de cada sacerdote, sobre todo en los momentos más delicados e importantes de su ministerio y de su vida. Nunca es tiempo perdido el que se pasa con los sacerdotes.

Apacienta mis ovejas (vers 17), apacentar significa dar alimento; nuestro pueblo tiene hambre, por eso procuren ser profetas de la justicia que ayuden a que el pan y el trabajo digno lleguen a todas las familias de la arquidiócesis, animando en la solidaridad y el compromiso especialmente con los que más sufren; pero también alimenten a nuestro pueblo con el Pan de la Vida, porque tenemos hambre de Dios y la Eucaristía es su respuesta al hambre más profunda del corazón humano; por eso el Señor en la última cena nos dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes8. Entréguense poniendo el propio cuerpo en el pastoreo en medio de la ciudad. Así como el Señor en cada Eucaristía se parte y reparte, nos invita también a nosotros a partirnos y repartirnos con Él y ser parte de ese milagro multiplicador que quiere llegar y tocar todos los rincones de la ciudad con un poco de ternura y compasión.

Queridos Jano, Iván y Pedro, que el báculo sea el apoyo y sostén para los caídos que encuentren en el camino; que el anillo sea signo de la alianza con la Iglesia, un signo que nos haga sentir familia, hermanos, hijos de un mismo Padre que nos ama entrañablemente. Que la mitra, que nos da un poco de vergüenza usar, sea justamente signo de no sentirnos dignos de llevar títulos o cargos, porque el mayor poder es el servicio. Y que cada día al colocarse el pectoral en el pecho, recuerden a los crucificados de hoy y la entrega de Cristo por amor a todos.

Y en lo personal, permítanme decirles gracias por su sí y sumarse a esta desafiante misión que Dios nos encomienda de pastorear a nuestro pueblo; gracias por su cariño, por su buen humor, por su entrega generosa. Caminemos unidos, especialmente junto a nuestros hermanos sacerdotes, en la hermosa aventura de anunciar la Buena Noticia del Evangelio, para que, como pastores de esta Iglesia porteña, al final de nuestras vidas podamos decir de Jesús, lo que dice un tango que tan lindo cantaba Gardel: «Era para mí la vida entera, Como un sol de primavera, mi esperanza y mi pasión Sabía que en el mundo no cabía, Toda la humilde alegría de mi pobre corazón».

Mons. Jorge García Cuerva
Arzobispo de Buenos Aires
3 de agosto de 2024

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