Portada » Homilía Mons. García Cuerva – Domingo de Pascua de Resurrección

Homilía Mons. García Cuerva – Domingo de Pascua de Resurrección

por prensa_admin

EVANGELIO

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan (20, 1-9)

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor.


Homilía Mons. García Cuerva – Domingo de Pascua de Resurrección. 31 de marzo de 2024 – Catedral Metropolitana

Comienza el Evangelio de hoy diciendo: “el primer día de la semana de madrugada cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro”.

De madrugada, cuando todavía estaba oscuro y no solamente estaba oscuro afuera, no solamente era ese momento del día que era exactamente la madrugada y por lo tanto todavía podríamos decir que era de noche, sino que creo que también estaba oscuro en el corazón de María Magdalena.

El corazón de María Magdalena estaba de noche, el corazón de María Magdalena todavía estaba oscurecido por la tristeza, estaba oscurecido quizá por el dolor, por la angustia, por el miedo, por todas aquellas escenas de la crucifixión del Señor que había podido ver, que seguramente no iba a borrar jamás de su mente y de su corazón.

Todo el sufrimiento de Jesús, todo el dolor, todos los insultos, todas las burlas, todas las injusticias, el descender el cuerpo del Señor y ponerlo en brazos de su madre y el haberlo llevado a la tumba, cuantas escenas de sufrimiento que hacían que el corazón de María Magdalena también estuviera oscuro, como estaba oscuro aquella noche del primer día de la semana.

Creo que nosotros también, aún hoy, día de Pascua, podemos experimentar que nuestro corazón sigue a oscuras, podemos experimentar que nos sigue oscureciendo la vida, la tristeza, la desesperanza, la angustia, como también lo hacía con María Magdalena.

También quizá nosotros llevamos pesadas cruces o hermanos nuestros que llevan pesadas cruces que hacen que no podamos disfrutar de lo que significa la alegría pascual, porque también en el corazón es de noche.

Pero continúa esta oración del Evangelio de hoy diciendo que aquel día de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.

Parecería que la piedra sacada es luz de esperanza. La piedra sacada parece que es motivo de algo nuevo y distinto, porque significará que María Magdalena por lo menos deje de lado por un rato su oscuridad y su tristeza y corra al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo.

La piedra sacada, evidentemente, es como el punto central del Evangelio de hoy. Porque la piedra sacada significa algo.

La piedra sacada da la oportunidad de la buena noticia de la Resurrección.

Nosotros también tenemos que sacar la piedra del corazón si es que queremos disfrutar de la alegría pascual. Nosotros también tenemos que correr la piedra de nuestro corazón para que pueda entrar Jesús resucitado y que mi vida recobre la alegría y la esperanza, para que mi vida no quede oscura en la tristeza y la angustia.

¿Y qué es correr la piedra? Es también tomar la decisión de que quiero vivir la alegría de la Pascua, que no me quiero quedar hundido en la tristeza y en la angustia, que quiero de verdad dejar entrar a Jesús vivo a mi vida, que no me quiero quedar tirado, a veces no solamente porque no me pongo en movimiento físicamente y quizá entro en una depresión que no salgo de mi casa, sino porque a veces también se nos va achanchando el alma.

Vamos teniendo un quietismo espiritual que hace que ya no tengamos ganas de nada. La desesperanza y los brazos caídos parecen ganar. Por eso correr la piedra es una decisión que le pedimos a Jesús resucitado que nos ayude a tomar.

Correr la piedra es decidir que no me quiero quedar a oscuras. Correr la piedra significa llenar mi vida de esperanza y permitirle a Jesús vivo entrar y transformarme.

Y digo que María Magdalena no se quedó hundida o quieta en su tristeza porque aparece ahí inmediatamente por primera vez el verbo correr.

María Magdalena corrió al encuentro de los otros discípulos y después, cuando reciben la noticia de que el sepulcro está vacío, estos dos discípulos también corren.

Cuando uno busca el verbo correr en el diccionario significa andar rápidamente y con impulso. Podremos todos nosotros, que recibimos la noticia de que Jesús está vivo, andar rápidamente en la vida y con impulso, ponerle onda a la vida, ponerle pasión, ponerle entusiasmo en las pequeñas cosas de todos los días. Podremos realmente vivir con ganas, con entusiasmo, correr rápidamente. No es solamente hacer una carrera de atletismo, significa ponerle entusiasmo, alegría, buena onda a la vida porque eso también ayuda a correr las piedras que puedan estar hundiendo nuestra vida en la tristeza.

Tres veces en el Evangelio aparece el verbo correr.

Que ojalá la resurrección de Jesús también nos haga andar apasionados, entusiastas, con buena onda. Que podamos cada día levantarnos dándole gracias a Dios y descubriendo que en ese día Jesús resucitado acompaña a mi vida y que estoy llamado a transformar también la vida de tantos otros que viven oscuras, que no han podido correr la piedra de sus vidas y que por lo tanto están quietos, están durando en la vida porque no la están viviendo con compasión.

Cuando los discípulos llegan al sepulcro no lo ven a Jesús cara a cara resucitado, como tampoco lo vemos nosotros, pero ven signos de que Jesús resucitó. Las vendas en el suelo y el sudario enrollado en un lugar aparte.

No lo ven a Jesús, pero se dan cuenta que algo pasó.

Nosotros también, qué lindo sería que podamos tener una mirada nueva y descubrir signos de Jesús resucitado en nuestra vida. Descubrir que más allá de todo el Señor está entre nosotros. Está en cada gesto de fraternidad, está en cada gesto de justicia, está en esa alegría del encuentro entre los amigos, está en un gesto de reconciliación y de perdón.

El Señor resucitado está en nuestra vida y creo que el enorme desafío es descubrir sus signos, signos quizás sencillos, signos que quizás son como esas vendas en el suelo o ese sudario enrollado, pero que nos dicen que algo nuevo está pasando.

En la carta pastoral que escribí este año llamada La Revolución de la Alegría digo que una señora que había vivido situaciones muy difíciles en su vida, sin embargo, todos los días sonreía. Un día le pregunté por qué, cómo hacía a pesar de todo y me dijo: “padre, todas las noches antes de dormir escribo en mi libretita tres cosas lindas que me pasaron ese día. Hoy voy a anotar entre esas cosas lindas que estoy hablando con usted”. Esa gente sencilla que puede descubrir cosas lindas, pequeñas, alegres en medio de la cotidianidad de la vida.

Qué hermoso sería que nosotros también como aquella señora o como los discípulos podamos encontrar signos de la alegría pascual, signos de Jesús resucitado en la vida cotidiana.

Ojalá nos compremos una libretita y anotemos. Serán cosas pequeñas, sencillas, pero si realmente le ponemos onda a la vida las vamos a encontrar todos los días, aún los días más difíciles.

Termino, como dije, escribí una carta pastoral que se llama La Revolución de la Alegría porque estoy convencido que en tiempos difíciles es más fácil ser profeta de calamidades, es más fácil tirar mala onda, es más fácil criticar todo y es muy revolucionario tener alegría y esperanza. Una alegría y una esperanza que no se sustenta en cualquier cosa, sino que fundamentalmente está sustentada en lo que hoy celebramos.

Nuestra fuente de alegría se llama Jesús resucitado. Jesús está vivo y venció a la muerte para siempre.

“El cristiano, nos dice Francisco, no anestesia el dolor, ni siquiera el dolor más grande que hace vacilar la fe, y no vive la alegría y la esperanza como si fuese un carnaval. Porque la alegría cristiana no es euforia, no es éxito, no es placer, no es un optimismo ingenuo ni es siempre estar bien. La verdadera alegría tiene que ver con el sentido de la vida, con la experiencia de tener un horizonte. Se basa en la certeza que nos da la fe de que, a pesar de todas las injusticias, Dios ha vencido al mundo con su muerte y su resurrección. Su resurrección no es algo del pasado, entraña una fuerza de vida que ha penetrado en el mundo. Cada uno de nosotros, testigos de la alegría y de la resurrección, que más allá de que a veces en nuestra vida es de noche, como en la vida de María Magdalena, queremos correr todas las piedras que nos imposibilitan encontrarnos con Jesús vivo. Queremos salir al encuentro de nuestros hermanos, queremos en la vida correr, ponerle garra, pasión y buena onda, y queremos, por, sobre todo, tener una mirada nueva y descubrir que Jesús está vivo en los pequeños gestos cotidianos”.

Felices Pascuas, que podamos descubrir que el Señor está vivo. No nos quedemos en el sepulcro porque está vacío.

Él vive para siempre.

Amén.

Banner antes del título

También te interesará

Dejar comentario

Holaaaaa

Abrir chat
Hola! Quiero suscribirme!