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Homilía Mons. García Cuerva – V Domingo de Pascua

por Facundo Fernandez Buils

EVANGELIO

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     15, 1-8
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que Yo les anuncié. Permanezcan en mí, como Yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y Yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Palabra del Señor.


Homilía Mons. García Cuerva – Domingo Quinto de Pascua. 28 de abril de 2024 – Catedral Metropolitana

Quisiera detallar primero algunos aspectos de la primera lectura, esta lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles que nos cuenta que Saulo, el apóstol Pablo, que recién comienza su camino como discípulo de Jesús, trata de unirse a la comunidad. Y dice justamente esa primera lectura que trata de unirse a la comunidad porque tiene mucha resistencia, porque todos tienen desconfianza de Saulo, recordemos que había sido un perseguidor de cristianos y entonces no creían en él, no creían en su conversión y estaban sospechando que fuese un espía. De alguna manera, me quiero imaginar aquella primera comunidad cristiana que recibe a Saulo con un instrumento que doy por llamar el “discipulómetro”, como que estaban midiendo cuánto tendría de verdadero discípulo de Cristo Saulo. Entonces aquellos que se consideraban discípulos de Cristo con este medidor de discipulado, el “discipulómetro”, palabra que invento, sería como un aparatito como el que a nosotros nos medían la temperatura cuando entrábamos en épocas de COVID al supermercado, medían cuánto había de verdadero discípulo en Pablo. Creo que el problema es que a veces en nuestras propias comunidades parroquiales puede pasar que algunos también quieran utilizar este “discipulómetro” y entonces andamos midiendo cuánto de discípulo o cuánto de cristiano tiene el otro. Y así andamos con el aparatito viendo si es bautizado o si no es bautizado, si tiene o no el sacramento de la confirmación, si tiene la misma cantidad de cursos de formación que tenemos nosotros, cuántos años tiene de parroquia o cuántos años tiene de catequista. Cuidado… porque esto que está pasando con Saulo hoy en la primera lectura también nos puede pasar a nosotros, desconfiar de los que se acercan y medirlos, andar midiendo cuánto tiene de discípulo o cuánto no. Por suerte aparece Bernabé. 

Bernabé es este otro discípulo que da la cara por Pablo. Y no solamente da la cara sino que él se presenta delante de los apóstoles y cuenta un poco la historia de Pablo. Cuenta que se convirtió. Cuenta que escuchó la voz del Señor y que tuvo un encuentro personal con Cristo. Cuenta que fue el que predicó con valentía en Damasco. Es decir, relata la historia de Pablo. No se queda con una foto. No se queda con la foto del hecho de que Pablo en algún momento perseguía cristianos, sino que cuenta la película. 

Y aquí quizá está la clave para poder entendernos entre nosotros y recibirnos bien en las comunidades. De cada persona no nos quedemos con una foto. Tratemos de entender que mi vida y la vida de los demás es una película. Y entonces en el desarrollo de la película puedo llegar a entender distintos momentos de la vida. Y es verdad que Pablo fue perseguidor de cristianos. Pero también es verdad que Pablo tuvo un encuentro personal con Cristo y que se convirtió. Y es verdad también que Pablo predicaba valientemente el Evangelio en Damasco. Y es verdad que Pablo también hoy se quiere incorporar a la comunidad. Por eso poder mirar la vida de los hermanos como si fuese una película y no un momento congelado a través del cual lo juzgamos, lo criticamos, lo condenamos. 

Dice que Pablo también tuvo algunos encontronazos con algunos judíos de lengua griega, que dice que incluso trataban de matarlo. Y pensaba que quizá en nuestras comunidades no tenemos judíos de lengua griega, así como dice la primera lectura. Pero podemos tener hermanos cristianos con lengua muy larga y hablan mucho de los demás. Podemos tener cristianos con lo que digo yo, lengua “karateka”, con lo cual golpeamos a los otros con los descalificativos que tenemos de ellos. Como ha dicho varias veces el Papa Francisco, el terrorismo de la lengua que habla mal de los otros y también es un modo de matar. Cuántas veces en nuestras comunidades, cuántas veces en nuestros grupos sociales de amigos o familiares es la lengua la que termina dividiéndonos, es la lengua la que nos termina enemistando para siempre. Poderosa arma que tenemos entre los dientes. Por eso, creo que también así como podemos aprender a no medir cuánto de discípulo, cuánto de cristiano tiene el hermano, así como podemos aprender que tenemos que mirar la vida de los demás como si fuese una película y no una foto, y condenarlo por un momento instantáneo de su vida, hoy también la primera lectura nos enseña: cuidado con la lengua. Porque a veces lo que decimos comúnmente chusmeando nos destrozamos los unos a los otros y nos terminamos matando. 

A pesar de esto, también la primera lectura nos dice hoy que el Evangelio se seguía predicando y que la Iglesia se iba consolidando. Y uno dice, con tantos conflictos en los vínculos, ¿cómo puede ser que la Iglesia siga creciendo y se siga sosteniendo y se siga consolidando? Que en realidad el crecimiento de la Iglesia es obra de Dios, guiada por el Espíritu Santo, más allá de nuestras fragilidades, más allá de nuestras debilidades y pecados. Como dice el dicho, “Dios escribe derecho con renglones torcidos” y a veces los conflictos en las comunidades, los conflictos entre nosotros, no son más que una oportunidad para descubrirnos a pesar de las diferencias como hermanos. Y Dios sigue actuando en la historia y Dios sigue actuando en la Iglesia. Por eso no nos podemos dejar abatir por los conflictos vinculares, no podemos dejarnos abatir por esas dificultades propias de las parroquias o de los grupos, “de que habló mal de mí”, “de que tenemos problemas de comunicación”, “de que a este no lo aguanto”, sino que tenemos que confiar en que Dios, a pesar de nosotros, sigue construyendo su Iglesia como lo relata también la lectura de los Hechos. 

Y por último, una idea del Evangelio con esta hermosa imagen de la vid y de los sarmientos. Dice que el viñador es el Padre, Dios Padre es el viñador, creo que aquí también podemos tener claro que nosotros no somos los viñadores, es Él al que le corresponde la poda, es Él al que le corresponde ordenar la viña. Quizá a veces el problema en las comunidades también es que nosotros nos ponemos en el lugar del viñador. Ese lugar es para Dios Padre, nosotros somos los sarmientos. Y entonces busqué en el diccionario qué significa esto de los sarmientos. Y dice la definición: un sarmiento es un tallo largo, nudoso que sirve de vástago. Un sarmiento es un tallo largo, nudoso que sirve de vástago. Y entonces tuve que inmediatamente buscar también en el diccionario la palabra vástago. Y el vástago es un tallo nuevo que brota de la planta. El vástago es un tallo nuevo que brota de la planta. Por lo tanto el sarmiento es el soporte que permite que después surja el tallo nuevo. De eso se trata el sarmiento, de ser un poco el soporte en la planta para que surja algo nuevo. 

Qué lindo que nosotros podamos también tomar conciencia que hay un viñador que es Dios Padre. Que hay una viña que es Cristo y nosotros como sarmientos, como ese tallo que da lugar a lo nuevo, damos lugar también en las comunidades a los nuevos que se acerquen. A los Saulos, a los Pablos que quieran acercarse a nuestras comunidades. 

Recordamos hoy especialmente también a nuestros pueblos originarios. A los que a veces no les hemos dado lugar en nuestra sociedad. A los que hemos dejado afuera. A los que también hemos discriminado como le ha pasado en la comunidad de los Hechos de los Apóstoles con Saulo. Pidamos también al Señor por los pueblos indígenas y pidamos por todos nosotros. Para que iluminados por las lecturas de hoy y revisando la vida de nuestras comunidades podamos confiar en Dios, el único viñador, el que a pesar de nuestras fragilidades sigue consolidando a su iglesia. Amén.

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