EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan (2, 13-25)
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio.»
Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?»
Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.»
Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y Tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero Él se refería al templo de su cuerpo.
Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que Él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: Él sabía lo que hay en el interior del hombre.
Palabra del Señor.
Homilía Mons. García Cuerva – Domingo Tercero de Cuaresma. 03 de marzo de 2024 – Catedral Metropolitana
El Evangelio de hoy lo podemos dividir como en dos partes. Por un lado, la primera parte que va del versículo 13 al versículo 17 inclusive, y la segunda parte.
¿Por qué digo esto? Porque en la primera parte Jesús se muestra indignado, se muestra enojado. En la primera parte Jesús se muestra en una acción muy fuerte en el templo, marcada por algunos verbos importantes. Nos dice esta primera parte del Evangelio que Jesús hizo un látigo, que echó a los mercaderes, que desparramó las monedas, que derribó sus mesas y que dijo a los vendedores de palomas: “saquen esto de aquí, no hagan de la casa de mi padre una casa de comercio”.
Esos verbos nos muestran a un Jesús enojado, a un Jesús indignado.
La segunda parte del Evangelio de hoy nos muestra a Jesús ya más tranquilo, en un diálogo con los judíos, en el que les dice que Él es el templo de Dios. Ellos no terminan de comprender, pero justamente lo que dice Jesús es, este templo lo pueden destruir y a los tres días este templo será nuevamente levantado.
En la primera parte entonces Jesús indignado, enojado, echa a los mercaderes del templo. En la segunda parte un Jesús que entra en diálogo con los judíos.
Y creo que en realidad lo que nos quiere mostrar hoy Jesús, y nos plantea como fuerte idea, es cuál es el vínculo que tenemos nosotros también hoy con el dinero. En realidad, el templo se había transformado en un gran negocio, incluso un negocio con los pobres. Por eso Jesús es tan duro cuando plantea a aquellos que venden palomas y les dice saquen esto de aquí, no hagan de la casa de mi padre casa de comercio. ¿Por qué? Porque la paloma justamente era la ofrenda sencilla, la ofrenda que compraban los pobres para llevar al templo. Por lo tanto, lo que Jesús está planteando es basta de comercio, basta de negocio incluso con los pobres.
Plantea entonces cuál es también el vínculo que tenemos como sociedad con el dinero. ¿Cuál es el vínculo que tenemos personalmente con el dinero? ¿Cuál es el vínculo que nuestras comunidades parroquiales tienen con el dinero? En primer lugar, pensaba en nuestra sociedad el culto que se le da al dinero. Nuestras economías han dejado de tener rostro humano y muchas veces parecería que el dinero mal habido es el motor de la historia y de la sociedad. Pienso en el dinero del tráfico de drogas, pienso en el dinero de la corrupción, pienso en el dinero del tráfico de armas y de la guerra.
Esta economía sin rostro humano que se pueda ver hoy cuestionada por el evangelio porque, así como estaban aquellos mercaderes del templo hoy también podemos pensar en los mercaderes de la muerte. Los mercaderes de la muerte de muchos que son víctimas de la exclusión por el narcotráfico, por la venta de armas, por la corrupción.
En segundo lugar, planteaba si en esta sociedad que a veces está tan endiosando al dinero podemos realmente pensar que somos una sociedad feliz y creo que en realidad hemos experimentado fundamentalmente después de la pandemia, porque lo sufrimos duramente en ese tiempo, que la felicidad no tiene precio, que en ningún supermercado podemos comprar salud, en ningún supermercado, por más dinero que tenga, puedo comprar amistad o puedo comprar perdón.
Leía el otro día preparando esta homilía que podremos comprar la mejor cama con el mejor colchón, pero no vamos a poder nunca comprar un sueño reparador o una conciencia tranquila que nos deje dormir bien. Podremos comprar la mejor casa con la mejor edificación, pero no hay dinero posible para comprar un hogar familiar feliz. Podremos comprar un montón de cosas materiales, pero en definitiva el dinero no todo lo resuelve y es lo que hemos experimentado como dije en la pandemia.
También podemos pensar la relación del dinero con nuestras comunidades parroquiales. ¿Cuántas veces se nos va la vida en la comunidad parroquial, en las reuniones de consejo, en las reuniones de comunidad hablando de plata, hablando de dinero, hablando de cómo hacemos para juntar plata para esto o para aquello? Y no es que no sea importante, pero me pregunto si la misma energía le ponemos a preparar una ficha de catequesis o a pensar el proyecto pastoral para este año. Se nos ha ido colando este Dios dinero que se nos mete por todos lados.
Y pensaba entonces en la segunda parte del evangelio donde Jesús se pone a dialogar con los judíos y les dice: “destruyan el templo y en tres días lo volveré a edificar”. Ellos creen que se refiere al templo de material, de ladrillos, de cemento y entonces le dicen: “tardamos 46 años en construirlo, vos lo vas a edificar en tres días”.
Pero en realidad Jesús se refiere a su propio cuerpo y también nosotros somos templo de Dios. También cada uno de nosotros es un poco ese templo de Dios que tenemos que cuidar. Y también ahí se coló una vez más el Dios dinero y el cuerpo humano ha sido también visto como una gran mercancía. El cuerpo de los seres humanos ha sido visto como mercancía y por eso tenemos el tema de la trata de personas. Por eso entonces tenemos la explotación infantil. Por eso a muchos no les importa hacer negocio con la droga, con las armas porque el cuerpo del otro no pasa a ser más que una mercancía.
Por eso quería que hoy le podamos pedir juntos a Dios que, así como la primera lectura nos dice que nuestro único Dios es el Dios de Israel, que podamos verdaderamente darle al dinero, el lugar que le corresponde en nuestra sociedad para que nuestras economías tengan rostro humano. En nuestras comunidades parroquiales para que no perdamos el eje y el centro que es el evangelio, pero también en nuestra vida personal. Que quizá hoy le tengamos que pedir a Dios que entre en nuestros corazones, que también quizá tenga que pegar algún latigazo y sacudir todo y tirar todo, que nos desparrame Jesús un poco la vida con la confianza de que queremos ser vulnerables, queremos mostrarle nuestros pecados, queremos mostrarles nuestras heridas, queremos convertirnos en definitivamente y decir que en nuestro corazón el que gobierna es Dios, decirle que en nuestro corazón el que tiene el primer lugar es el Señor.
Termino con un texto que ya tiene más de 10 años del Papa Francisco, un punto de la exhortación Evangelii Gaudium, referida a esta cuestión del dinero. Dice el Papa, “no a la idolatría del dinero. Una de las causas de la situación de exclusión se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y sobre nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica, la negación de la primacía del ser humano. Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro del éxodo ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a la finanza y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y sobre todo la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades, el consumo”.
Pidamos a Dios que el Evangelio de hoy nos interpele personalmente, comunitariamente y socialmente.
Que nuestro Dios sea Jesucristo, que nuestro Dios no sea el dinero.
Amén.