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Mons. García Cuerva: «la vida triunfó para siempre»

por prensa_admin

El arzobispo de Buenos Aires celebró la Santa Misa en el Cementerio de la Chacarita para rezar por el eterno descanso de los difuntos, especialmente los fallecidos durante la pandemia de Covid.

Llegando al fin de esta primera semana de recorrido pastoral, Mons. Jorge García Cuerva estuvo en el cementerio de Chacarita realizando responsos y celebrando la Santa Misa a las 11hs para pedir por el eterno descanso de los fieles que allí descansan, especialmente los fallecidos durante la pandemia.

En una homilía muy sentida, el nuevo arzobispo se refirió a la necesidad de transitar la muerte como parte de la vida. Además, destacó que: «A la muerte no hay que esconderla, a la muerte no hay que negarla, A la muerte hay que transitarla y llorarla, para después poder volver a tener la misma certeza que María Magdalena: Jesús está vivo. La muerte no tiene la última palabra».

Durante la celebración estuvo acompañado por el nuevo vicario general, Mons. Gustavo Carrara, por Mons. Ernesto Giobando y por el capellán del cementerio. «Nosotros hoy también nos vamos con la esperanza del reencuentro. Si la muerte y la vida se enfrentaron en un partido de fútbol, ganó la vida, ganó por goleada porque Jesús está vivo y María Magdalena lo sabe», dijo durante la prédica.

Víctimas de Covid

Una vez finalizada la celebración, Mons. Jorge se dirigió al especio donde están las primeras víctimas de Covid. Allí, además de rezar por ellos, resaltó la necesidad de la memoria agradecida por los que están aquí sepultados. Sin dejar de lado la importancia, también, de todos los que ha puesto el hombro durante aquellos momentos tan difíciles.

«La pandemia de emociones, la que todavía duele en el alma», dijo el obispo, es la que tenemos que superar con la esperanza de la vida eterna a la que nos invita Jesús y de la que María Magdalena fue testigo privilegiada.


Homilía Mons. Jorge García Cuerva – sábado 22 de julio de 2023 – Cementerio de Chacarita

Comienza el Evangelio de hoy diciendo: “el primer día de la semana, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena va al sepulcro de Jesús”. No solamente estaba oscuro afuera, seguramente estaba oscuro en el corazón de María Magdalena. Habían matado a su amigo, habían matado al Dios de la vida, que le había dado nuevamente sentido a su vida.

María Magdalena había vuelto a tener ganas de vivir y se había sentido respetada y amada por Jesús. Y a su amigo, a su hermano, lo habían matado terriblemente en la cruz.

Por lo tanto, no solamente había oscuridad afuera cuando va al cementerio, había oscuridad adentro. Estaba la oscuridad del dolor, la oscuridad de la tristeza, la oscuridad de la desesperanza, también la oscuridad quizá de la bronca ante tanta tortura y tanto sufrimiento por el que había tenido que pasar Jesús.

Y creo que, así como cuando María Magdalena va con estos sentimientos al cementerio, a la tumba de Jesús, también nosotros, en nuestro corazón, a veces estamos oscuras.

Estamos a oscuras por todo lo que nos significó la pandemia. Porque como digo siempre, hay una pandemia que gracias a Dios terminó, la pandemia de COVID-19, y le damos gracias a Dios y a los que estudiaron con la vacuna y nos pudieron salvar de esa pandemia. Pero hay otra pandemia que es la pandemia de emociones, la que todavía duele en el alma.

La pandemia de emociones por los abrazos que no pudimos dar, la pandemia de emociones por los seres queridos a los que no pudimos despedir, porque no nos dejaban ni siquiera acercarnos. Y todo eso tan inhumano, tan cruel, nos sigue doliendo. Por eso hoy también estamos aquí, como María Magdalena, un poco con el corazón a oscuras.

Y por eso me parece que esa misma pregunta que le hacen un par de veces a María Magdalena en el Evangelio es la que nos tenemos que hacer unos a otros entre nosotros: “¿Por qué lloras?”

Vivimos en una cultura en la que te dicen que no hay que llorar, en la que si se muere un ser querido hay que velar rápido, hay que cremar y chau, se terminó todo.

No, hermano, la pandemia nos enseñó que a la muerte hay que transitarla y que la muerte parte de la vida. Y que lo que no lloras hoy, lo vas a llorar más adelante. Pero, así como tenemos que aprender a volver a llorar de risa, porque la vida tiene un montón de cosas lindas. También tenemos que animarnos a llorar a nuestros muertos y tenemos que tener un lugar para hacerlo. Y para eso están los cementerios. No están para hacer una fiesta de quince ni para pasarla bárbaro. Están para llorar a nuestros muertos. Porque también llorar a nuestros muertos nos libera.

Porque, como dice el Papa Francisco más de una vez, “cuando uno llora, fabrica lágrimas”. Y si fabricás lágrimas, limpias la mirada. Y si limpias la mirada, ves un poco más claro. Y si ves un poco mejor, quizá encuentres la esperanza.

Hoy María Magdalena, llorando junto al sepulcro, fabrica lágrimas y su oscuridad se transforma en esperanza y en alegría porque con los ojos limpios por las lágrimas es capaz de descubrir la presencia de Jesús resucitado. Y entonces su vida cambia para siempre. Entonces descubre nuevamente la alegría que había perdido.

Nosotros también lloramos, pero lloramos para fabricar lágrimas y limpiar la mirada. Lloramos y lloramos a nuestros muertos porque también los queremos homenajear. Porque la vida no empezó con nosotros ni va a terminar con nosotros. Este cementerio también nos recuerda la vida de la ciudad, nos recuerda a nuestros antepasados que se merecen todo nuestro respeto y homenaje.

A la muerte no hay que esconderla, a la muerte no hay que negarla, A la muerte hay que transitarla y llorarla, para después poder volver a tener la misma certeza que María Magdalena: Jesús está vivo. La muerte no tiene la última palabra.

Me imagino la alegría de esa mujer. La trataron de loca, porque habrá salido exultante. Nosotros también hemos podido experimentar, más allá de la pandemia y de nuestros seres queridos que partieron, que ni la muerte nos pudo quitar del corazón, porque el amor es más fuerte. Y porque, como digo siempre y lo decía hoy en los responsos, la vida tiene como tres partes.

La primera parte es en la panza de mamá y dura nueve meses. Y dicen las mujeres que después viene el parto, que es bastante doloroso. Mi mamá a veces nos decía a nosotros, somos muchos varones en mi casa, “ustedes no saben lo que es el dolor, porque ustedes no parieron un hijo”. Dice que lo más parecido es un cálculo renal. Lo más parecido. Pero es verdad que las madres transitan ese dolor del parto, pero el dolor del parto se transforma en alegría porque enseguida nace un bebé.

Y después viene esta parte de la vida en la que estamos nosotros, que como digo, merece también un montón de cosas lindas que a veces habrá que llorar de risa, pero también tiene momentos difíciles y duros como ha sido la pandemia. Y después viene otro momento de dolor que es la muerte.

Pero la muerte es como si fuera un parto, porque la persona que muere, nace a la vida eterna, a la tercera parte de la vida, a la mejor, a la que dura para siempre.

Por eso, nosotros hoy también nos vamos con la esperanza del reencuentro. Si la muerte y la vida se enfrentaron en un partido de fútbol, ganó la vida, ganó por goleada porque Jesús está vivo y María Magdalena lo sabe.

La muerte metió un solo golpe, nos quitó la presencia física de nuestros seres queridos y eso duele. No vamos a negarlo, eso duele. Y por eso venimos al cementerio. Y por eso lloramos, porque nos metieron un gol y lo extrañamos, lo queremos tocar y lo queremos abrazar. Y es verdad. Por eso el cementerio es lugar de oración.

Que María Magdalena interceda por cada uno de nosotros. Que, si hoy en tu corazón hay mucha oscuridad, te lleves la luz de la esperanza de que Jesús está vivo y que con tu ser querido te vas a volver a reencontrar y abrazar.

Que podamos llorar sin vergüenza. No nos pongamos esos anteojos oscuros que nos disfrazamos de mosca para no llorar cuando te dicen no hay que llorar, no hay que llorar. ¿Por qué no llorar? Sí, hay que llorar y regar con lágrimas mi vida para limpiar la mirada e igual que María Magdalena saber que la muerte no tiene la última palabra y que la vida triunfó para siempre.

Pedimos hoy por todos nuestros seres queridos difuntos que Dios les conceda el descanso eterno y brille para ellos la luz que no tiene fin. Amén.

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