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Homilía Mons. García Cuerva Domingo de Ascensión del Señor

por prensa_admin

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     24, 46-53

Jesús dijo a sus discípulos:

«Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y Yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto».

Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.

Los discípulos, que se habían postrado delante de Él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.

Palabra del Señor.


Homilía Mons. García Cuerva Domingo de ascensión del Señor 

Celebramos hoy la ascensión del Señor y en la primera lectura que nos relata la ascensión del Señor nos dice que: “Una nube lo ocultó de la vista de ellos”. Es decir, esta idea de que la nube lo oculta de la vista de los discípulos a Jesús me parece que nos da la idea de que no es que Jesús desaparece. No es que Jesús huye, no es que Jesús se borra como diríamos vulgarmente. No es tampoco una nave espacial que despega hacia el cielo sino que esta idea de que esta nube que lo ocultó de la vista de ellos nos habla de una nueva presencia. De un nuevo modo de estar presente del Señor entre nosotros. 

Me gusta una frase que leía los otros días que decía: “No es que Jesús se va muy alto sino que se va muy adentro de nuestra vida. Se va muy adentro y muy profundo de nuestro corazón y de nuestra realidad”. 

Por eso en primer lugar me parece interesante poder volver a revisar cuál es la idea que tenemos de la ascensión del Señor. Porque nos lo podemos imaginar yéndose hacia arriba como una nave espacial y, en realidad, creo que esta idea de la nube que lo oculta de la vista, nos hace entender que no es que desaparece de nuestra vida. Que tampoco el cielo es ese lugar alto con nubes y sol o estrellas, que es el que a veces tenemos en el imaginario y es el que vemos, sino que estamos hablando de una nueva presencia del Señor entre nosotros. 

Estamos hablando de que su ausencia física se transforma en la presencia del resucitado. El resucitado que sigue entre nosotros; en la Palabra de Dios, en la Eucaristía, en la comunidad y por supuesto, en los más pobres como nos dice Mateo 25: “Estuve preso y me fuiste a ver, estuve enfermo y me visitaron, desnudo y me vistieron, con hambre y me dieron de comer”. Allí está el Señor también. Por eso, será que hasta el siglo V la fiesta de la resurrección y la fiesta de la ascensión eran la misma fiesta. Se celebraban juntas. Es decir, este nuevo modo de estar presente de Jesús resucitado que venció a la muerte para siempre, y la ascensión del Señor, se la celebraban juntas porque no es que Jesús resucitó y desapareció, al contrario. Sigue presente entre nosotros. Por eso es que le podemos pedir hoy a Dios con las palabras de Pablo a los Efesios en la segunda lectura que nos regale el espíritu de sabiduría y de revelación para que podemos descubrir al Señor en la vida cotidiana. Poder pedir ese espíritu de sabiduría y de revelación que nos habla la segunda lectura, que nos permita conocerlo verdaderamente. 

El desafío entonces es descubrir esta nueva presencia del Señor entre nosotros. Este nuevo modo de estar entre nosotros. Se me ocurría aquí también pensar en nuestros seres queridos difuntos. Por supuesto, que no los tenemos tampoco físicamente y entonces los extrañamos, indudablemente. Pero no deja de haber una nueva presencia de ellos en nuestra vida. ¿Quién, acaso, puede quitarlos de nuestro corazón? ¿Cuántas veces, en las cosas cotidianas, percibimos la presencia, en la memoria agradecida en los recuerdos, en la mirada de los hijos o de los nietos? Esos que no se terminan de ir porque. en realidad, siguen estando de otro modo entre nosotros. 

De algún modo y no deja de ser una comparación muy sencilla, podríamos pensar en Jesús que asciende a los cielos pero no se va del todo. ¿Por qué? Porque sigue presente, como les dije, que su ausencia física se transforma en presencia del resucitado. 

Por otro lado, tanto la primera lectura como el Evangelio insisten con que nosotros tendremos que ser testigos de la presencia de Jesús en la realidad. Nosotros tendremos que ser testigos de ese Señor resucitado que asciende a los cielos. Nos dice la primera lectura: “Serán mis testigos en Jerusalén, en Samaría y hasta los confines de la tierra”. Es decir, no hay límite de lugar o de realidad para ser testigos testigos del Señor”. Y nos dirá el Evangelio: “Ustedes son testigos de todo esto”. 

Si uno piensa en el testigo, ¿Quién es el testigo? El testigo es quien tiene un conocimiento directo y verdadero de algo. Uno es testigo porque escuchó. Uno es testigo porque vio. Uno es testigo porque experimentó. Uno es testigo porque con algunos de los sentidos fue parte de algo que pasó. Creo que en realidad nosotros también tenemos que volver a tener en cuenta nuestra condición de testigos de Jesús. El testigo de Jesús es el que experimentó la presencia de Dios en la propia vida. Es esto de sentirlo al Señor de verdad, como nos dice el documento de Aparecida en el número 29: “Conocer a Jesús es el mejor regalo, haberlo conocido nosotros es lo mejor que nos pasó en la vida y darlo a conocer con nuestras palabras y obras es nuestro gozo”. 

Habiendo experimentado todo lo que Jesús hizo en nuestra vida, habiendo experimentado cómo la transformó, habiendo conocido a Jesús en su palabra, en la Eucaristía, en la experiencia de la vida comunitaria y en la realidad de los más pobres, entonces podemos ser testigos de Él. 

Me llama siempre la atención que cuando hay alguna noticia importante los medios salen a las calles y preguntan, por ejemplo, si sucedió algo en una casa, “¿Usted conocía a las personas?” Y no deja de aparecer algún vecino que por un minuto de gloria en la televisión dice: “No, una vez escuche algo de ellos. Me dijeron que me dijeron”. Esos no son testigos, el testigo es el que experimentó en la propia vida, el testigo es el que conoce de verdad. Nosotros no queremos ser de los que dicen que dicen que dijeron sobre Jesús. 

Nosotros queremos compartir lo que significó que Jesús haya transformado nuestras propias vidas. Y entonces, estamos desafiados en esta realidad cotidiana a ser un poquito Jesús y transformar la realidad. 

Celebramos hoy, este fin de semana, la Jornada mundial de las Comunicaciones. Pensaba que esa es un área difícil en la que tenemos que ser testigos del resucitado. En las que tendremos que animarnos a ser presencia de Jesús en un mundo tan difícil que le cuesta tanto aprender a comunicarse de verdad. El último mensaje para la Jornada de las Comunicaciones que escribió el Papa Francisco para este año, lo había escrito en el mes de enero, tiene algunas definiciones importantes que me gustaría compartir. 

Nos dice el Papa Francisco en este documento que dejó escrito:“ Hoy en día con mucha frecuencia la comunicación no genera esperanza, sino genera miedo y desesperación, prejuicio y rencor, fanatismo e incluso odio. Muchas veces se simplifica la realidad para suscitar reacciones instintivas; se usa la palabra como un puñal; se utiliza incluso informaciones falsas o deformadas hábilmente para lanzar mensajes destinados a incitar los ánimos, a provocar, a herir. Ya he afirmado -nos decía Francisco- en varías ocasiones la necesidad de “desarmar” la comunicación, de purificarla de la agresividad”. 

¡Qué misión que tenemos los testigos de la comunicación entonces de desarmar la comunicación!, de poder purificarla de la agresión del odio que parece algo tan normal y común entre nosotros. Y termina este mensaje de esta Jornada mundial de la Comunicación diciendo el Papa: “Sueño con una comunicación que sepa hacernos compañeros de camino de tantos hermanos y hermanas nuestros, para reavivar en ellos la esperanza en un tiempo tan atribulado. Una comunicación que sea capaz de hablar al corazón, no de suscitar reacciones pasionales de aislamiento y de rabia, sino actitudes de apertura y amistad; capaz de apostar por la belleza y la esperanza aun en las situaciones aparentemente más desesperadas; capaz de generar compromiso, empatía, interés por los demás. Una comunicación que nos ayude a «reconocer la dignidad de cada ser humano y a cuidar juntos nuestra casa común»”. 

En este día, entonces, de la ascensión del Señor, que tenemos que aprender a descubrir el nuevo modo de estar presente de Jesús entre nosotros, porque su ausencia física es presencia del resucitado. No es que el Señor se fue para arriba sino que se fue bien adentro nuestro, bien profundo en nuestra realidad y en nuestros corazones. Animarnos a ser sus testigos; no por lo que nos dicen que dijeron sino porque lo experimentamos en la propia vida. Y hoy, en la Jornada mundial de la Comunicación, si hay un ámbito donde podemos ser testigos del resucitado, aunque nos resulte difícil y complicado anunciando el Evangelio, es en este ámbito de los vínculos y del diálogo y del aprender a comunicarnos entre nosotros. Algo que tanto cuesta pero que tanto necesita de los valores del Evangelio. Amén. 

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