En un clima de profunda solemnidad y emoción, se realizó la Santa Misa por el fallecimiento del Papa Francisco en San José de Flores presidida por Mons. García Cuerva. Ante una multitud de feligreses que se hicieron presentes en la basílica, autoridades del Gobierno Nacional y de la Ciudad de Buenos Aires la Eucaristía se ofreció por la vida y obra del Santo Padre Francisco. En oración, todo el Pueblo Fiel de Dios, rezó por su eterno descanso.
Francisco: Un padre
A la luz del Evangelio Mons. García Cuerva expresó: “Dije esta mañana que sentíamos todos que se nos murió papá, se nos murió el padre de todos. Se nos fue nuestro querido Papa Francisco. Y como si fuese un ritual familiar, hoy, después de haber vivido el impacto de la noticia, venimos aquí, a esta Basílica de San José de Flores, para como familia, como hermanos, como hijos, poder venir a esta, la casa del padre. La casa de papá, la casa en la que despertó su vocación, la casa en la que vivió desde chico, el barrio de su infancia”.
Luego subrayó: “El Evangelio de hoy nos dice, que era de noche, pero al mismo tiempo era el amanecer. Y así está nuestro corazón: en nuestro corazón es de noche, en nuestro corazón hay oscuridad. Está la oscuridad porque falleció nuestro querido Papa Francisco. Hay oscuridad porque hay tristeza, porque nos cuesta la pérdida. Hay oscuridad y es de noche porque sentimos la orfandad. Hay oscuridad porque también la muerte nos genera temor, nos genera angustia” .
Y luego agregó: “Pero al mismo tiempo, como en aquella lectura, dice que es el amanecer: porque no dejamos de tener una gran luz de acción de gracias, por lo que significó y por lo que significa la vida de Francisco, en nuestra vida, en nuestra Iglesia y en el mundo. No dejamos de tener una luz de esperanza, porque sabemos y estamos celebrando en esta Pascua, que la muerte no tiene la última palabra”.
Legado del Santo Padre
Contemplando el legado del Santo Padre mencionó: “Si hay algo que hizo el Papa Francisco, a lo largo de sus doce años de pontificado, fue no tapar los problemas, sino al contrario, poner los problemas sobre la mesa, para generar debate, para generar discusión, para darnos cuenta de lo que nos está pasando”.
Dirigiéndose al Pueblo Fiel de Dios que se hizo presente añadió: “Puso sobre la mesa y no tapó la necesidad de transparencia en la Iglesia, la necesidad de las reformas de la Iglesia que eran tan anheladas desde hacía tanto tiempo. Por eso quizá fue tan criticado, porque no silenció los problemas, sino que los puso sobre la mesa. No los tapó ni los maquilló, sino que le propuso a la humanidad hacernos cargo y reconocer que tenemos problemas y reconocer que hay situaciones que necesitan, indudablemente, seguir el primer paso para solucionarlos”.
Para concluir su homilía enfatizó: “Hoy decía a la mañana, para aquellos que tenemos hermanos, y somos varios, uno de los mayores dolores del viejo es cuando ve a sus hijos separados y divididos. Al mismo tiempo es una gran alegría para el viejo cuando nos ve unidos, cuando nos ve juntos, sabiendo que somos todos distintos y que de vez en cuando peleamos«.
Vivir su legado
«Que, ojalá, los argentinos, que tanto hemos hablado de Francisco, nos animemos a vivir su legado, viviendo la unidad que tanto necesitamos, viviendo verdaderamente como hermanos, tratándonos bien y haciendo entre todos lo que tanto predicó Francisco: la revolución de la ternura. Amén”.
Homilía Mons. García Cuerva en San José de Flores por el fallecimiento del Papa Francisco
Dije esta mañana que sentíamos todos que se nos murió papá, se nos murió el padre de todos. Se nos fue nuestro querido Papa Francisco.
Y como si fuese un ritual familiar, hoy, después de haber vivido el impacto de la noticia, venimos aquí, a esta Basílica de San José de Flores, para como familia, como hermanos, como hijos, poder venir a esta, la casa del padre. La casa de papá, la casa en la que despertó su vocación, la casa en la que vivió desde chico, el barrio de su infancia.
Casi como un ritual, volvemos los hijos, para terminar de despedir a nuestro padre. Y entonces, venimos a la casa paterna. Y volvemos con un estado de ánimo muy contradictorio. El Evangelio de hoy nos dice, que era de noche, pero al mismo tiempo era el amanecer. Y así está nuestro corazón: en nuestro corazón es de noche, en nuestro corazón hay oscuridad.
Está la oscuridad porque falleció nuestro querido Papa Francisco. Hay oscuridad porque hay tristeza, porque nos cuesta la pérdida. Hay oscuridad y es de noche porque sentimos la orfandad. Hay oscuridad porque también la muerte nos genera temor, nos genera angustia.
Pero al mismo tiempo, como en aquella lectura, dice que es el amanecer: porque no dejamos de tener una gran luz de acción de gracias, por lo que significó y por lo que significa la vida de Francisco, en nuestra vida, en nuestra Iglesia y en el mundo. No dejamos de tener una luz de esperanza, porque sabemos y estamos celebrando en esta Pascua, que la muerte no tiene la última palabra. Y que así como resucitó Cristo, también resucitaremos todos, y nos encontraremos en aquella casa grande del cielo, donde hay lugar para todos, como nos dice el capítulo 14 del Evangelio de Juan.
Por eso en el corazón es de noche, pero también es un poquito el amanecer. Hay mucha oscuridad y tristeza, pero no perdemos la esperanza del reencuentro. Y al mismo tiempo, como su vida y su magisterio, siguen siendo una luz, siguen siendo un faro, en medio de la oscuridad, no está todo perdido.
Las mujeres del Evangelio de hoy, dicen que van a la tumba con perfumes, porque van a tapar el mal olor que se supone que tenía el cuerpo de Jesús, después de varias horas de muerte. Creo que la gran tentación de la humanidad, es tapar los problemas. No taparlos con perfume, pero si a veces maquillarlos. Y creo que si hay algo que hizo el Papa Francisco, a lo largo de sus doce años de pontificado, fue no tapar los problemas, sino al contrario, poner los problemas sobre la mesa, para generar debate, para generar discusión, para darnos cuenta de lo que nos está pasando.
Porque no hay nada peor que no reconocer los problemas, que taparlos o que maquillarlos. Y entonces, puso sobre la mesa problemas como fue la ecología, y darnos cuenta de lo que significaba el calentamiento global, y la necesidad de que nos preocupemos porque la tierra es la casa de todos, es la casa común, que tenemos que cuidar por nosotros, pero también y especialmente por las generaciones venideras.
Puso arriba de la mesa, y no quiso tapar, el problema de la exclusión. Francisco decía en Evangelii Gaudium, que la exclusión es la causa de todos los males sociales. Y entonces, nos alertó siempre sobre la cultura del descarte, nos alertó siempre sobre la necesidad de buscar a los hermanos que están tirados al borde del camino, que nos salvamos juntos y nos necesitamos como hermanos.
Puso en la mesa el tema de la guerra, y fue quizá una de sus preocupaciones hasta el último instante, como lo escuchamos ayer. La necesidad de construir la paz. Y puso sobre la mesa lo que significaba el negocio de las armas, el tráfico de armas. Y parar con la guerra también significaba para Francisco invertir donde había que invertir, en los sectores más marginados y más pobres del mundo.
Puso sobre la mesa a nuestros jóvenes. No quiso tapar que desgraciadamente para nuestros jóvenes el futuro a veces es muy incierto. Y entonces los animó una y mil veces a soñar, a soñar en grande, a no quedarse en vuelos rastreros o en el chiquitaje, sino a creer que ellos pueden transformar la realidad. Y por eso nos animó siempre a soñar.
Puso sobre la mesa y no tapó la necesidad de transparencia en la Iglesia, la necesidad de las reformas de la Iglesia que eran tan anheladas desde hacía tanto tiempo. Por eso quizá fue tan criticado, porque no silenció los problemas, sino que los puso sobre la mesa. No los tapó ni los maquilló, sino que le propuso a la humanidad hacernos cargo y reconocer que tenemos problemas y reconocer que hay situaciones que necesitan, indudablemente, seguir el primer paso para solucionarlos.
Las mujeres se encuentran, hay dos personas vestidas de blanco, y a esas dos personas vestidas de blanco le dan la mejor noticia: le dicen que ha resucitado y que no busquen entre los muertos el que está vivo. Y les dicen “levanten la cabeza”. Y hoy también se nos dice a nosotros, levanten la cabeza, levanten la mirada. No nos quedemos hundidos en la tristeza ni tampoco nos quedemos en el recuerdo de que bueno que fue Francisco, de que yo lo conocí, de que tomé el subte con él. Buenísimas esas anécdotas para una charla de café o para un mate, pero ahora tenemos un compromiso que es levantar la mirada y mirar hacia adelante y ver cómo entre todos construimos todo lo que el Papa nos enseñó a lo largo de los años.
Justamente, nos decía el Papa en el Adviento del año pasado, es decir, unos días antes de la mirada del 2024: “Jesús nos invita en cambio a levantar la cabeza, a confiar en su amor que nos quiere salvar y que se hace cercano en cada situación de nuestra existencia”. Jesús nos invita a levantar la cabeza y a hacer un espacio en nuestro corazón y en nuestra vida para volver a encontrar la esperanza. Por eso creo que es tan importante que levantemos la cabeza como aquellas mujeres y que no nos quedemos encerrados en la tumba o en los problemas.
También pensaba que estas mujeres enseguida salen a buscar, corriendo, a los apóstoles. Porque tienen una alegría que quieren compartir, tienen una alegría que no se la quieren guardar para ellas. Y Francisco ha sido también el Papa de la alegría, que nos invitó a compartir esa alegría. La alegría del Evangelio, la alegría de que Jesús está vivo, la alegría de que los cristianos no pueden tener cara de vinagre, la alegría de que no podemos hacer de la Iglesia un museo de recuerdos, la alegría de que tenemos que vivir y transmitir el Evangelio, que es Buena Noticia. Con nuestra cara, con nuestras actitudes, con nuestros gestos y con nuestro compromiso.
Esas mujeres, hace dos mil años, tenían tanta y tanta alegría que el Evangelio nos dice hoy también que las trataron de locas, de delirantes. Al Papa también lo han tratado de loco, pero nos han compartido esa alegría del Evangelio y nosotros tenemos que hacerlo ahora.
Dicen que el mejor homenaje para un padre es que sus hijos traten de hacerle caso en algo de todo lo que nos enseñó. Quisiera proponerles dos textos breves, como herencia, como legado de Francisco, que creo que nos sirven mucho para los argentinos.
Como les dije entonces, en nuestro corazón hoy es de noche, pero también es un poquito madrugada. Creo al mismo tiempo que Francisco puso los problemas sobre la mesa y será hora de que ahora nos tengamos que hacer cargo entre todos, no de ser especialistas en diagnósticos, sino buscar soluciones a esos problemas. Creo que nos invitó a levantar la mirada, no quedarnos y hacer de la Iglesia un museo de recuerdos y al mismo tiempo a testimoniar con alegría el Evangelio.
Y como legado, porque estamos en esta que fue su casa de niño, de adolescente y de joven, me parece importante compartir estos dos pequeños textos, uno de la Encíclica Laudato Sí y el otro de la Encíclica Frattelli Tutti.
Dice el primero: “Hace falta volver a sentir que nos necesitamos los unos a los otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos”. Qué sencilla la frase del Papa y qué contundente. “Hace falta volver a sentir que nos necesitamos los unos a los otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos”.
Y el otro texto: “Soñemos con una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos. Cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, pero todos humanos”. Repito, “Soñemos con una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, (Aplausos del público) como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos. Cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, pero todos humanos”.
Hoy decía a la mañana, para aquellos que tenemos hermanos, y somos varios, uno de los mayores dolores del viejo es cuando ve a sus hijos separados y divididos. Al mismo tiempo es una gran alegría para el viejo cuando nos ve unidos, cuando nos ve juntos, sabiendo que somos todos distintos y que de vez en cuando peleamos.
Que, ojalá, los argentinos, que tanto hemos hablado de Francisco, nos animemos a vivir su legado, viviendo la unidad que tanto necesitamos, viviendo verdaderamente como hermanos, tratándonos bien y haciendo entre todos lo que tanto predicó Francisco: la revolución de la ternura. Amén.
