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«Una vida compartida» Recordando al Padre Mugica

por Nelson Espindola

El padre Domingo Bresci tiene 86 años y 62 como sacerdote. Ingresó al seminario menor de Villa Devoto en 1954, cuando apenas tenía 16 años, y cuando pasó al seminario mayor compartió con Carlos Mugica los últimos cuatro de seminario. “Mugica tenía 22 años cuando decide su vocación como sacerdote”, comparte el padre Domingo. “En ese entonces compartíamos el mismo edificio, ciertos recreos, los jueves el fútbol”. “En el año 1965 termina el Concilio Vaticano II y se comienzan a organizar los equipos interdiocesanos donde nos reuníamos para enterarnos como era la renovación postconciliar y como se aplicaba…. teníamos profesores como Lucio Gera y otros que estudiaron en Europa y nos alimentábamos de eso; el Concilio no surge espontáneamente, había años de trabajo teológico y pastoral previo. Y ese espíritu del Concilio se reafirmó con la venida de Pironio como rector en 1960 donde pone una impronta especial al seminario, tanto en la vida comunitaria interna como en la proyección del seminario hacia afuera, la pastoral de los seminaristas. Comienza una movida de Pastoral Universitaria donde colaboró por el mundo de lo social y Mugica se engancha como asesor universitario. Ahí empezamos a conocernos más”. Domingo sostiene que un capítulo en la vida del padre Carlos es lo que se podría llamar la conversión de Mugica al pueblo. “Carlos venía de una familia oligárquica, muy acomodada, y en su búsqueda profunda del Evangelio empiezan a sucederle varias cosas. Él era muy amigo del padre Iriarte que estaba en la Parroquia Santa Rosa de Lima y siendo seminarista, junto con Iriarte comienza a visitar conventillos del barrio y descubre otra realidad, distinta a su mundo. Pudiendo elegir seguir una carrera eclesiástica que estaba a su alcance por su clase social tuvo una vocación de servicio. Luego cuando se ordena su amigo es obispo de Reconquista adonde Carlos va y conoce la realidad de los campesinos. Cuando vuelve, dos años después, lo nombran secretario de Caggiano y colabora en la parroquia del Socorro. Ahí empieza a ir a la villa para celebrar misa y cada vez se va involucrando más. Él mismo expresaba que fue descubriendo al pueblo en todas sus dimensiones, de pobreza material, de falta de derechos. Y empieza a caminar su vocación por ese lado mientras sigue trabajando en pastoral universitaria, siendo profesor en la universidad del Salvador, y asesor de grupos de matrimonios”. El padre Bresci comparte que como Carlos había un montón de otros curas en todo el país que estaban en la misma orientación con el empuje que había dado el Concilio Vaticano II. “Vivíamos una Iglesia en salida como dice Francisco. Éramos muchos, Mugica era parte de un todo. Fuimos descubriendo el sentido teológico y el compromiso evangélico con el pobre. Jesús nació pobre y compartió su vida con los pobres. Muchos de los que nos formamos en ese espíritu después concretamos en acciones nuestras opciones. Y en el año 1968”, continúa el padre Domingo, “se realiza la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín. Medellín era nuestra bandera. Había una efervescencia en América latina en todos los órdenes”. “Dieciocho obispos que habían participado del Concilio se juntan y redactan un documento para ver cómo aplicar el Concilio, qué tiene una mirada universalista europeísta, a nuestros pueblos del tercer mundo: Asia, África, Oceanía y América Latina. Ese documento aterriza aún más la mirada de apertura del Concilio a nuestra realidad”, asegura Bresci, “y todos esos curas que estábamos dispersos, empezamos a adherir. A partir de un encuentro en Córdoba en 1968 se decide poner en marcha una organización que irá creciendo: El Movimiento de Curas para el Tercer Mundo. Las inquietudes teológicas pastorales y sociales que compartíamos con Carlos hicieron que ambos participáramos en este Movimiento. También Mugica formó parte del Equipo de Pastoral Villera, cuyo referente era el padre Botán. El Equipo de Pastoral Villera era parte del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Y si bien su figura tenía peso propio, en especial ante la opinión pública, Carlos era orgánico, consultaba la opinión de otros y era respetuoso de los acuerdos tomados en conjunto”. El padre Domingo amplia el pensamiento que se compartía entre los curas “Lo social no estaba desconectado de la política. No bastaba el asistencialismo. Para la promoción humana se necesitaba cambiar las estructuras, y las estructuras se cambian desde una conducción política que tenga otros objetivos. Eran los planteos de la época. Nos tocó vivir un tiempo difícil donde a estos grupos y movimientos de la Iglesia Católica se los veía como un factor de desestabilización en América Latina. Junto al padre Carlos, durante los años oscuros mataron a otros 21 sacerdotes, más los religiosos y religiosas. Y hay registro de cien curas, presos, torturados y expulsados del país. Varios de nosotros fuimos amenazados, se vivía ese clima casi con naturalidad. El asesinato de Mugica fue parte de un operativo de intimidación más amplio contra referentes sociales y políticos. El tema era implantar el terror”, reflexiona el sacerdote. Como expresa el padre Bresci en el prólogo del libro Una vida para el pueblo con escritos de Mugica (Compilado por Jorge Vernazza), “Carlos ha quedado para siempre incorporado a la lista de aquellos que, como el obispo Angelelli, siguieron a Cristo teniendo ‘un oído puesto en el Evangelio y otro en el pueblo’, y lo hicieron ‘metiendo los pies en el barro’ y entregando sus vidas”. A 25 años del martirio de Mugica, el Cardenal Bergolgio fue a la misa en San Francisco Solano, era el primer obispo que fue a una misa por Mugica y fue quien se encargó de que se trasladaran sus restos a la parroquia Cristo Obrero. 25 años después García Cuerva, el nuevo arzobispo, menciona a Carlos en la Misa Crismal “En pocos días estaremos recordando los 50 años del asesinato del padre Carlos Mugica, un hermano sacerdote, con sus luces y sombras, (como todos nosotros), que entregó su vida por Jesús y el Evangelio, en una Argentina convulsionada y violenta. (…) En una ocasión el padre Mugica decía que cuando cosificamos al otro, hay pecado; que cuando utilizamos al otro, hay pecado; que cuando respetamos a la persona del otro, hay amor. No dejemos que la figura de nuestro hermano sacerdote Carlos Mugica sea usada o cosificada; en este año damos gracias al Señor por su testimonio, y como Iglesia de Buenos Aires hacemos memoria agradecida por su vida.

Artículo publicado en la Revista Comunicarnos de MAYO-JUNIO 2024

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