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Homilía Mons. García Cuerva – VI Domingo de Pascua

por Facundo Fernandez Buils

EVANGELIO

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     15, 9-17

Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.
Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; Yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí, sino Yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, Él se lo concederá.
Lo que Yo les mando es que se amen los unos a los otros.»

Palabra del Señor.


Homilía Mons. García Cuerva – Domingo Sexto de Pascua. 05 de abril de 2024 – Catedral Metropolitana

La primera lectura de hoy nos relata el encuentro de Pedro con el centurión Cornelio. Cornelio era un soldado romano, era pagano, y en el diálogo, en el encuentro, Pedro es capaz de abrir su cabeza, de abrir su corazón, y entiende que el Espíritu Santo es derramado sobre todos, y entiende que no tiene que hacer acepción de personas. Se da cuenta que el mensaje de Dios es para todos. Pedro, el judío, Pedro, el miembro del pueblo de Israel, empieza a entender que el mensaje de Dios es un mensaje para todos, un mensaje universal, y entonces, en el encuentro con el pagano centurión Cornelio, descubre que efectivamente lo que tiene que primar es la fraternidad, y descubrir que Dios no hace acepción de personas y, por lo tanto, tampoco lo tenemos que hacer nosotros. 

Al leer esta lectura, recordaba un documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, que el Papa Francisco firmó con las máximas autoridades del Islam, allá por febrero del 2019, cuando hizo su viaje apostólico a los Emiratos Árabes Unidos. ¿Y por qué rescato aquel documento de Francisco? Por un lado, para que volvamos a descubrir cómo tiene tanta vigencia su magisterio. Habló de esto hace cinco o seis años y, sin embargo, parece tan actual. 

Pero en algún momento de este texto hay algún párrafo que quisiera compartir con ustedes, y dice así: “El diálogo, la comprensión, la difusión de la cultura, de la tolerancia, de la aceptación del otro y de la convivencia entre los seres humanos contribuirían notablemente a que se reduzcan muchos problemas económicos, sociales, políticos y ambientales que asedian a gran parte del género humano. El diálogo entre los creyentes significa encontrarse en el enorme espacio de los valores espirituales, humanos y sociales, comunes, e invertirlo en la difusión de las virtudes morales más altas, pedidas por todas las religiones. El diálogo significa evitar las discusiones inútiles”. Hasta aquí el texto de Francisco, en ese documento sobre la fraternidad humana, donde el Papa vuelve a insistir que tenemos que buscar los puntos en común, que tenemos que generar la cultura del encuentro, y cómo la aceptación del otro, la tolerancia, la convivencia, resuelve tantos de nuestros problemas económicos, sociales, políticos. 

De alguna manera, la figura de Pedro y la figura de Cornelio nos invitan una vez más a nosotros a tampoco hacer acepción de personas, a descubrir que el otro es mi hermano, que tenemos necesidad del encuentro, que tenemos necesidad de buscar puntos en común y que tenemos fundamentalmente necesidad de diálogo. 

Durante el año 2020 sufrimos la terrible pandemia de COVID-19. También hace poco tiempo hemos sufrido un brote epidémico importante de dengue. Ahora baja un poco la temperatura y parecería que los casos disminuyen. Pero más allá del COVID-19, más allá del dengue, me animo a decir que también estamos infectados de una peste que está ligada a la intolerancia, que está ligada a la falta de diálogo, que tiene esa profunda y gran herida a la que llamamos comúnmente grieta. Y esa peste de intolerancia, esa peste de no buscar puntos en común, nos hace encontrarnos siempre con el otro para pelear. Y nos vamos reuniendo solamente con los que pensamos parecido. De alguna manera, solamente parece que buscamos división, mayor fragmentación, que lo único que hace es profundizar la grieta o la herida. 

Por eso creo que las lecturas de hoy nos son muy iluminadoras. Por un lado, la actitud de Pedro de descubrir humildemente que el Evangelio es para todos, que Dios convoca a la fraternidad universal y por eso acepta como hermano al centurión Cornelio. Pero por otro lado, también pensaba la segunda lectura, porque así como me animo a usar esta imagen de la peste de intolerancia o de falta de diálogo o de fragmentación entre nosotros, me animo entonces a decir que la segunda lectura nos propone la vacuna. Y la vacuna frente a esa peste de intolerancia, de falta de diálogo, de no respeto del distinto, sin lugar a dudas, es ni más ni menos que el amor. Por eso la segunda lectura dirá, “amémosnos los unos a los otros porque Dios es amor”. Allí está lo que tenemos que tratar de vivir entre nosotros. Descubrir que Dios es amor y estamos invitados a amarnos los unos a los otros, que fuimos creados a su imagen y semejanza. 

Y también nos dice esa segunda lectura que Dios nos amó primero. Y aquí recuerdo al Papa Francisco cuando utiliza ese verbo que un poco inventó de primerear. Dios sale a nuestro encuentro primero y nos ama primero. ¿Seremos capaces en esta Argentina tan dividida de primerear y ser nosotros los primeros que tendamos la mano a los distintos? ¿Seremos capaces de primerear e ir al encuentro de aquel que hasta ahora fue mi enemigo, mi adversario, aquel a quien no puedo mirar a los ojos ni siquiera hablar porque estamos siempre en discusión? ¿Seremos capaces de ser los primeros y empezar a generar diálogo? 

Es muy común hoy en las mesas argentinas primerear y antes de comenzar a comer decir: “acá no se habla ni de política, no se habla de religión, no se habla de fútbol”. ¿De qué hablamos entonces? El problema es que no sabemos escuchar la diversidad. Que entonces seamos capaces de primerear pero para animarnos al diálogo, para animarnos igual que Pedro a reconocer al distinto como mi hermano. 

Creo que nos está siendo cada vez más fácil construir desde los prejuicios, porque al construir desde los prejuicios la realidad se divide entre los buenos y los malos, la realidad se divide entre los que piensan como yo y los adversarios. Tenemos una realidad muy maniquea, muy dividida entre buenos y malos, siempre ubicándonos nosotros del lado de los buenos y de los que tenemos la razón. Por eso creo que igual que Pedro tendremos que dejar de lado los prejuicios para reconocer, como nos decía la primera lectura, que Dios no hace acepción de personas. 

El Evangelio también nos habla de esta vacuna frente a la peste de la intolerancia y de la falta de diálogo y por eso Jesús en el contexto de la última cena, cuando en general uno en las despedidas se dice las cosas más importantes, antes de subir al micro, antes de darnos el abrazo último, nos decimos quizá aquello que no nos animamos a decir en los días en que estuvimos compartiendo con alguien. Allí nos decimos que nos queremos, nos decimos que nos vamos a extrañar, allí nos decimos cuánto vale el otro para nosotros. De algún modo Jesús en la última cena también en un contexto de despedida dice las cosas más importantes y entre otras vuelve a insistir y a decir “aménse los unos a los otros”. Jesús sabe que ese es el remedio frente a toda fragmentación y falta de diálogo y de tolerancia y de respeto entre nosotros. “Aménse los unos a los otros”. 

Hace unos días los obispos argentinos escribimos un mensaje, el 19 de abril, terminando nuestra asamblea plenaria, un mensaje a todo el pueblo de Dios y allí recordábamos a un santo chileno, San Alberto Hurtado. San Alberto Hurtado decía que en tiempos difíciles no nos tenemos que cansar de amar a los demás y de alegrar sus vidas. Y aquel documento dice: “Amar a los demás… un amor con gestos, porque nuestros gestos son el modo de demostrarle a nuestro pueblo que entendemos su dolor. Advertir sus heridas y vivirlas en proximidad y cercanía. Tomar partido por los más frágiles, defender su dignidad, implicarnos personalmente en sus gozos y esperanzas, en sus sufrimientos y problemas”. 

Y más adelante aquel documento de los obispos argentinos dice: “estamos convencidos que el amor con gestos concretos y la alegría son el anuncio más explícito del Evangelio en una sociedad que parece vivir en el constante enfrentamiento donde priman el individualismo y una libertad sin amor”. Y ojalá las lecturas de hoy toquen nuestro corazón, que igual que Pedro nos animemos a aceptar al distinto porque Dios no hace acepción de personas. Que podamos reconocer la necesidad que tenemos de fraternidad, de diálogo, reconociendo que estamos atravesados por la peste de la intolerancia, de la falta de respeto y de ver al otro como mi enemigo porque no piensa como yo. Y que podamos todos vacunarnos con el amor que nos propone Jesucristo, que nos propone la segunda lectura que nos insiste con que nos amemos los unos a los otros y que lo hace Jesús en el Evangelio de Juan insistiéndonos con que así como nos amó el Padre, nosotros también nos tenemos que amar entre nosotros. 

Y para esto los animo a todos a primerear, a que igual que Dios que nos amó primero, demos el primer paso. Si pudiésemos tener todos un gesto concreto de respeto, de diálogo, de entrar por lo menos en comunicación con aquel que hasta hoy traté como enemigo porque no piensa como yo. Si todos los argentinos nos animamos a primerear, si nos animamos a entrar en diálogo y a generar la cultura del encuentro, empezaríamos a construir desde hoy un país distinto. Amén.

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