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Homilía Mons. García Cuerva – Domingo XXVIII Tiempo Ordinario

por prensa_admin

EVANGELIO

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (22, 1-10)

Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: «Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas». Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: «El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren».
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.

Palabra del Señor.


Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Domingo XXVIII Tiempo Ordinario. 15 de octubre de 2023 – Catedral Metropolitana

En la primera lectura del profeta Isaías, y también en una de las estrofas del Salmo, nos dice que el Señor nos prepara una mesa.

Quisiera reflexionar sobre esta primera palabra, la mesa. Nos prepara una mesa con todos los detalles que expresan su amor por nosotros. Y entonces podemos pensar en las mesas familiares, en las mesas de amigos, en las mesas de Nochebuena o de Año Nuevo. En aquellas mesas preparadas con detalle, con delicadeza, con atención.

Cada detalle es una expresión de amor, el mantel, los arreglos florales, los platos. Incluso también podríamos pensar en detalles en mesas sencillas o en mesas de los más pobres. Recuerdo alguna vez una familia que vivía en una casa tan chiquita en el barrio que hacían de la cama una mesa. No tenían lugar para poner una mesa y entonces en algún momento sacaban las sábanas, ponían un mantel, prolijamente sentaban a los chicos alrededor del mantel y se transformaba en la mesa más hermosa del mundo. Porque también con delicadeza se podían poner gestos sencillos que expresan tanto amor. Pienso incluso en lo que son las Noches de la Caridad, esa hermosa acción de tantas comunidades que, llevando un plato de comida caliente a nuestros hermanos que están en la calle, al hacerlo con amor, con delicadeza, con dignidad, es como que preparan una mesa. Porque de eso se trata, se trata de cordialidad y de fraternidad.

Y se trata también de soñar con el profeta Isaías con la mesa del cielo, de esa mesa en la que todos nos sentimos hermanos. Y me imagino la mesa del cielo de forma redonda, porque en la mesa redonda todos nos podemos mirar a los ojos, en la mesa redonda nos damos cuenta enseguida si alguien falta, así me imagino la mesa del cielo.

Pero también no dejan de cuestionarnos las mesas vacías, atravesadas por la crisis económica, las mesas del hambre de millones de argentinos, mesas con alimentos poco nutritivos porque son imposibles de comprar por la inflación. Muchas mesas.

Pero hay otra mesa, una mesa pequeña, una mesa con algunas estampitas y rosarios, una mesa en el santuario de Pompeya, una mesa en la que el cardenal Luis Dri prepara cada día y es el confesionario.

Es la mesa de la misericordia de Dios donde todos los que llegan reciben el abrazo y la ternura de Dios; porque no hay ningún pecado más grande que el amor de Dios, como nos recuerda siempre nuestro querido Papa Francisco. Y el Padre Luis no solamente prepara esa mesa sencilla de Pompeya, sino que también nos hace saborear ese manjar suculento que es la infinita misericordia divina.

Gracias, cardenal, gracias su eminencia por preparar esa mesa en la que podemos llenarnos el corazón y la vida con ese manjar suculento, la misericordia de Dios.

La segunda palabra que aparece en las lecturas de hoy, la palabra banquete.

En el mundo judío, como también en otros pueblos, incluso para nosotros, la palabra banquete refiere a un evento social de primer orden, no es simplemente un tiempo destinado para comer. Banquete refiere a encuentro celebrativo, banquete refiere a fiesta, banquete refiere a alegría. Como bellamente también describe la primera lectura de Isaías. El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y dice más adelante, alegrémonos y regocijémonos de la salvación de Dios.

El Papa nos dice que la alegría es la respiración del cristiano y desde el comienzo de su pontificado nos invita a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría. Y nos advierte también en Evangelii Gaudium sobre la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos, dice el Papa, en momias de museo, desilusionados con la iglesia, desilusionados con la realidad, desilusionados con el mundo. Quejosos, apesadumbrados, se nos va apolillando el dinamismo apostólico, dice Francisco, y nos falta resurrección. Pero Jesús está vivo y Él es la razón de nuestra alegría más allá de todo.

El Cardenal Dri, en esa mesa sencilla de Pompeya, donde nos hace saborear el manjar suculento de la misericordia divina, también nos muestra que Él es un testimonio vivo de la alegría del resucitado. Lo hace con su sonrisa, lo hace con sus palabras llenas de contenido. “Buenos días, estoy muy bien, que tengas un hermoso día, gracias a Dios por el sol que hoy nos regala”. Y todos sabemos de sus años, y todos sabemos de sus achaques físicos, pero es una alegría profunda, es la alegría del resucitado, una alegría que va de la mano de la esperanza.

Por eso encontrarse con el Cardenal Dri en Pompeya es un banquete, es una fiesta, es salir recargados de pilas y de ganas de seguir en la vida.

Y la tercera palabra, todos.

Dice el Evangelio de hoy al final, los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.

En el corazón de Dios hay lugar para todos, como en esa sala nupcial con que Jesús compara hoy al reino de los cielos.

En el confesionario y en el corazón del Padre Dri también hay lugar para todos y todas. Nadie es excluido, nadie es discriminado, nadie es rechazado, nadie es dejado afuera. El Padre Luis encarna las palabras de Francisco que tanto calaron en los jóvenes de la Jornada Mundial en Lisboa. Decía allí el Papa, la Iglesia es el lugar para todos, y repitió, todos, todos, todos, y se lo hizo repetir también varias veces a los miles de jóvenes que allí lo escuchaban. Porque Dios nos ama y nos ama como somos, no como quisiéramos o como la sociedad quisiera que fuéramos, nos ama como somos, nos ama con los defectos que tenemos y con las ganas que tenemos de seguir adelante en la vida. Dios es un Padre que nos ama, un Padre que nos quiere, termina Francisco, y el Cardenal Luis Dri es testigo de todo eso.

Un Cardenal en la Iglesia es un estrecho colaborador del Santo Padre, y para eso podemos leer los cánones del Código de Derecho Canónico, los cánones 349 y siguientes. Recuerdo cuando estudié que la palabra Cardenal deriva de cardime, que significa eje, bisagra, punto de apoyo.

Hoy queremos darle gracias a Dios porque entre nosotros tenemos un eje, un punto de apoyo para la Iglesia Universal, que con sus 96 años es testigo de misericordia, de alegría y de que en la Iglesia hay lugar para todos.

Gracias por prepararnos la mesa en Pompeya, gracias por hacer del Sacramento de la Reconciliación un banquete, gracias porque todos tienen lugar, un pequeño anticipo del cielo.

Y termino, vuelvo al comienzo, en una mesa, en un banquete, no puede faltar el centro de mesa. De hecho, en general, en muchas fiestas, cuando nos sentamos en la mesa ya estamos diciendo quién se lo va a llevar el centro de mesa y medio que lo llevamos prestado.

Al Padre Luis le gustan los girasoles.

En momentos complicados hablamos mucho de los girasoles. Dice que los girasoles siempre buscan la luz del sol, pero en días nublados se miran unos a otros buscando la energía en cada uno del otro. En días nublados nos pudimos mirar a los ojos y tu energía, Padre Luis, me sostuvo.

Te quiero dar gracias de corazón y eso estoy seguro que le pasó a mucha otra gente.

Nos enseñaste a ser como los girasoles, cuando los días son nublados, a mirarnos a los ojos y darnos fuerza.

Por hoy, para que pongas en tu ventana en el dormitorio, como otras plantitas que tenés, en el centro de esta mesa de la reconciliación y en el centro de esta mesa de la Eucaristía, también quiero regalarte, seguramente en nombre de todos, un girasol.

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