Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 16, 1-8
Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro.
Y decían entre ellas: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?» Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande.
Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, pero él les dijo: «No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho.»
Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.
Palabra del Señor.
Homilía de Mons. Jorge García Cuerva en la Vigilia Pascual – Catedral Metropolitana, sábado 19 de abril de 2025
Comienza el Evangelio de hoy diciendo que las mujeres fueron al sepulcro con los aromas, con los perfumes. Seguramente lo hicieron para tapar el mal olor que se suponía que había en la tumba porque ya habían pasado unas cuantas horas de la muerte de Jesús.
Como nosotros, cuando a veces también queremos tapar los problemas o maquillarlos. Ellas fueron a tapar el mal olor y por eso llevaron los perfumes. Pero a veces nosotros tapamos problemas o escondemos problemas. No hablamos de lo que nos pasa, no reconocemos lo que nos pasa y utilizamos aquella famosa muletilla de «Está todo bien».
Y cuando nos preguntamos «¿Cómo estás?», enseguida decimos «¿Todo bien?» Porque, en realidad, parecería que no queremos enfrentar cuando tenemos problemas, dificultades. Cuántas veces en nuestras propias familias nos encontramos con problemas con los hijos, o una cuestión ligada a la violencia y no queremos hablarlo, preferimos taparlo.
Justamente la palabra «Adicto» significa «El sin palabra». Cuántas veces somos una sociedad adicta, una sociedad que no habla de lo que le pasa. Nosotros también tapamos. Así como ellas, con buena intención, iban a tapar el mal olor de la tumba, nosotros tapamos de distintas maneras los problemas y las dificultades que tenemos. El problema es que eso se transforma después como en una olla a presión. Porque aquello que no se habla se termina actuando, o aquello que no se enfrenta termina creciendo y el problema se nos hace más grande.
Al llegar a la tumba lo que le sorprende a las mujeres es que la piedra había sido corrida. Parecería que es necesario, para recibir la buena noticia de la Resurrección del Señor, que la piedra sea corrida. La piedra tiene que ser removida. Y entonces hoy también nosotros, quienes estamos aquí presentes en el templo, quienes nos siguen también por la televisión y por las redes sociales, queremos recibir la Buena Noticia de la Resurrección. Queremos ser sorprendidos como aquellas mujeres cuando iban a la tumba. Para eso, entonces, hay que correr la piedra.
Y cada uno podrá preguntarse cuáles son las piedras que tengo que correr de mi propio corazón. Me animo solamente a plantear algunas que seguramente son piedras colectivas, piedras sociales que tenemos que aprender a correr entre todos para recibir la Buena Noticia de la Resurrección del Señor:
- La piedra de la intolerancia: empezar a respetarnos con nuestras diversidades. Empezar a tratarnos bien. Seguramente será un signo de la vida, un signo de la Resurrección, si somos capaces de correr la piedra de la intolerancia.
- La piedra de la desesperanza: la piedra de tener los brazos caídos y creer que nada puede cambiar. Es necesario correr la piedra de la desesperanza para poder mirar el futuro con esperanza, con alegría, y animarnos al compromiso en el presente para transformar la realidad. Si la piedra de la desesperanza no la corremos, nos resultará vana la Resurrección del Señor y creeremos que está todo perdido. }
- Y la tercera piedra que me parece que tiene que ser corrida para recibir la Buena Noticia de la Resurrección es la piedra del individualismo. La piedra del sálvese quien pueda. Es un signo de la Resurrección del Señor hacernos más hermanos y vivir la fraternidad. Por lo tanto, para poder decirnos Felices Pascuas, deberemos mirarnos a los ojos y tratarnos como hermanos. Y me tiene que importar lo que le pasa al hermano. No puedo yo solo, necesito de los demás y los demás necesitan de mí.
Por eso entonces, igual que aquellas mujeres sorprendidas por la tumba vacía, nosotros queremos también que las piedras sean corridas. La piedra de la intolerancia, la piedra de la desesperanza, la piedra del individualismo. Solo allí podremos entonces aprender a respetarnos. Solo así podremos aprender a tener esperanza y mirar el futuro con alegría. Solo así podremos tratarnos como hermanos y vivir la fraternidad.
Lo otro interesante de estas mujeres es que son invitadas a levantar la vista del suelo. Ellas miraban al suelo. Era tanto lo que estaba pasando, tan sorpresivo todo, que miraban al suelo atemorizadas. Tenemos que levantar la mirada. No podemos ni quedarnos mirando el piso, ni quedarnos mirándonos el ombligo. Tenemos que animarnos a levantar la mirada como lo hicieron aquellas mujeres y escuchar la Buena Noticia a través de estos hombres de blanco que les decían «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?. Él ha resucitado. Él ha resucitado».
Y entonces dice que las invitan a ellas a recordar todo lo que Jesús les había enseñado. Y dos veces dice el Evangelio hoy la palabra recordar. Recordar es volver a pasar por el corazón. Qué lindo que podamos también nosotros levantar la mirada y pasar una vez más por el corazón estas palabras. «Ha resucitado». No busquemos entre los muertos al que está vivo. Y que podamos tenerlo como una letanía, una oración que podamos repetir durante todos estos días. Ha resucitado. No busquemos entre los muertos al que está vivo. Levantemos la mirada. Volvamos a pasar por el corazón el anuncio de la Pascua.
La alegría de estas mujeres es tan desbordante que las tratan de locas. Los apóstoles creen que están delirando. Sin embargo, fue necesaria esa alegría delirante para que hoy nosotros, dos mil años después, estemos aquí celebrando la Pascua. Solo con una alegría desbordante, solo con una alegría que las hacía pasar por locas o delirantes es la que hace llegar a toda la humanidad la Buena Noticia de la Resurrección.
Por eso creo que estamos llamados a tener un compromiso tan grande como el de aquellas mujeres. A poder, de verdad, anunciar que Jesús está vivo y hacerlo con alegría. Avisarle a nuestra cara, avisarle a nuestra mirada, avisarle a nuestro estado de ánimo. Jesús está vivo, y si ellas lo anunciaron con tanta alegría hace más de dos mil años, y hoy nosotros estamos aquí creyendo en Jesús Resucitado, tendremos que contagiarnos de esa alegría para que también dentro de dos mil años haya gente que siga creyendo que Jesús está vivo.
Depende de nosotros, depende de que, en serio, nos tomemos el anuncio de la Pascua y lo anunciemos con alegría. La alegría no es para guardarse, la alegría es para compartir. Por eso creo que estamos llamados a transformar el mundo con el anuncio de la Pascua. No solamente a celebrar. Sí, tenemos que celebrar. Jesús está vivo. Sí, tenemos que celebrar. Jesús venció a la muerte para siempre. Pero eso también tiene que ser un compromiso grande a que cada uno, con actitudes cotidianas, ayudemos a transformar el mundo y hacerlo vivir de acuerdo al proyecto del Reino de Dios.
Pidamos entonces, que no tapemos el mal olor de los problemas. Que al contrario, la Pascua nos ayude también a enfrentar las dificultades, a hablar de lo que nos pasa, no maquillar, sino reconocer lo que nos pasa. En segundo lugar, corramos las piedras para poder recibir la buena noticia de la Resurrección. Corramos la piedra de la intolerancia para respetar al distinto. Corramos la piedra de la desesperanza para llenarnos de esperanza en este jubileo del 2025. Corramos la piedra del individualismo para aprender a tratarnos como hermanos y vivir la fraternidad. Y hagámoslo levantando la vista. Y hagámoslo con una alegría desbordante. Y hagámoslo pasando por el corazón, una vez más, la hermosa noticia de que ha resucitado y que no tenemos que buscar entre los muertos al que está vivo.
Y que ese compromiso sea tan pero tan grande como el de aquellas mujeres. Para que dentro de dos mil años sigamos con la alegría que nosotros le contagiaremos a las generaciones siguientes. Y digan ellos también que ha resucitado. Y nos recuerden porque también nos trataron de locos delirantes que pudieron tener testimonio, que pudieron tener experiencia del Resucitado y lo anunciaron al mundo con alegría, con su vida, con sus actitudes. ¡Feliz Pascua para todos!
