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Mons. Jorge García Cuerva: «volver a escuchar historias»

por Justina Kleine

Monseñor Jorge García Cuerva consagró su ministerio como nuevo Arzobispo de Buenos Aires a Nuestra Señora de Pompeya en el Santuario de la ciudad.

Una mañana tranquila y agradable. En el Santuario de Nuestra Señora de Pompeya suena el órgano con la primera canción de la misa.

Los peregrinos cantan y Monseñor Jorge García Cuerva se acerca al altar con los monjes capuchinos para dar inicio a la celebración del domingo.

Es la III Jornada Mundial de los abuelos y de los mayores, y el Arzobispo recordó con emoción a los suyos. «¡Qué lindo volver a escuchar historias!», exclamó en su homilía.

«Las historias nos ayudan a despertar la imaginación, nos ayudan a soñar, nos ayudan a descubrir que hay un mundo hermoso que está más allá de los problemas de todos los días», afirmó García Cuerva.

«Jesús hoy cuenta historias sencillas que tienen significado profundo», dijo Jorge refiriéndose a las tres parábolas del Evangelio.

«La primera nos habla del trigo y la cizaña», repasó el Arzobispo, «Lo que Jesús nos quiere enseñar hoy es que hay que tener paciencia, hermano, en la vida no es todo blanco o negro. En la vida hay un poco de todo como en el propio corazón».

«La segunda historia nos habla de una mujer que pone un poquito de levadura en la masa», continuó, «Los que saben cocinar saben que con un poquito de levadura hacés maravillas. Creo que es la enseñanza de saber que con pequeños gestos podemos transformar el mundo».

La tercera parábola del Evangelio es la del pequeño grano de mostaza que al crecer es un gran arbusto. «Pensaba en los abuelos», reflexionó García Cuerva, «Una persona, como esa semilla de mostaza, que, de repente, la familia crece y crece y crece. Qué lindo disfrutar de los abuelos». 

«Me gustaría que volvamos a descubrir juntos el sabor de las historias que nos habrán contado nuestros abuelos y comprometernos a no cortar la cadena», exhortó el Arzobispo, «Contemos historias, nos hace bien a la cabeza y nos hace bien al corazón».

«Recordar a los abuelos es no dejarlos solos, es no marginarlos. Un pueblo que se olvida de sus abuelos no tiene futuro porque se olvidó de sus raíces», terminó su homilía García Cuerva.

La celebración continuó y, al momento del saludo de la paz, Monseñor Jorge invitó al altar a todos los niños que estaban en misa y los envió a abrazar a las personas mayores.

Un gesto que llenó de ternura a los abuelos, como afirmó Mario, un abuelo que desde el primer banco, participaba de la celebración con el corazón lleno de agradecimiento a la Virgen de Pompeya.

La comunidad pompeyana agradeció la visita del nuevo Arzobispo de Buenos Aires y le dio la bienvenida con un regalo especial: una imagen de Nuestra Señora de Pompeya.

La Iglesia porteña continúa peregrinando en la ciudad con la guía de su nuevo pastor.


Homilía Mons. Jorge García Cuerva – domingo 23 de julio de 2023 – Santuario Nuestra Señora de Pompeya

Jesús hoy cuenta historias, cuenta parábolas.

Las parábolas son historias sencillas que tienen un significado profundo y me hace acordar a mis abuelos, y estoy seguro que ustedes también tendrán esas anécdotas. Cuando éramos chiquitos y nos gustaba que nos cuenten un cuento. Casi que queríamos que nos leen un cuento o que nos cuenten una historia. A veces eran historias inventadas, porque poníamos condiciones. Decíamos: «contame una historia de un perro, de un oso y de una jirafa» y entonces el abuelo tenía que empezar a imaginar cómo combinar en el mismo cuento al perro, al oso y a la jirafa.

¡Qué lindo volver a escuchar historias! Porque las historias, los cuentos, las parábolas nos ayudan a despertar la imaginación. Nos ayudan a soñar, nos ayudan a descubrir que hay un mundo hermoso que está más allá de los problemas de todos los días. Nuestra cabeza todo el tiempo está ocupada con que, si podemos llegar a fin de mes, con que tengo que pagar el impuesto, con que aumentó mucho la leche, con que no sé a quién voy a votar, con que hoy justo viene mi suegra a comer y no sé qué hacer. Y, a veces, está bueno también dejar abrir la mente, abrir la imaginación y soñar más allá. El Papa Francisco muchas veces nos insiste con que tenemos que soñar a lo grande, no tenemos que tener, dice el Papa, vuelos rastreros o quedarnos en el chiquitaje.

Por eso, me gustaría hoy que volvamos a descubrir juntos el sabor de las historias que nos habrán contado nuestros abuelos y comprometernos a no cortar la cadena. A que nosotros también podamos animar en la imaginación y en los sueños a nuestros hijos, a nuestros nietos, a nuestros bisnietos, a nuestros alumnos, a los chicos de la catequesis.

Contemos historias. Nos hace bien a la cabeza y nos hace bien al corazón.

Hoy Jesús cuenta tres historias. La primera de ellas nos habla del trigo y la cizaña. Nos habla de que alguien sembró trigo y después apareció otro que sembró cizaña. Dice que son dos plantas muy parecidas. ¿Y la tentación cuál es? Y arranquemos la cizaña, terminemos con el mal. Y en realidad, lo que Jesús nos quiere enseñar hoy es que hay que tener paciencia, hermano, si el trigo y la cizaña crecen en el propio corazón. ¿O acaso hay algún lugar donde todo está bien y otro lugar donde todo está mal? La vida no es un River-Boca, la vida no es un blanco-negro. En la vida hay un poco de todo, como en mi propio corazón. Y por lo tanto, lo que hoy Jesús dice es tranquilos, paciencia. Nada de creer que los buenos estamos de un lado y los malos están del otro. Nosotros somos del equipo del trigo y los otros son equipo de la cizaña. Cuidado porque la realidad es complicada, la realidad es compleja, la realidad es una mezcla.

Por lo tanto, en esta primera historia que Jesús cuenta, me parece que la paciencia es un valor importante. Tranquilos, tranquilos, no arranquemos cizañas, porque aparte nosotros no somos justicieros. Nosotros no somos los del dedito que anda diciendo que está bien y que está mal.

La segunda historia nos habla de una mujer que pone un poquito de levadura en la masa y mezcla. Y los que saben cocinar, saben que con un poquito de levadura hace maravillas. Creo que es la enseñanza de saber que con pequeños gestos podemos transformar el mundo. Viste cuando a veces decís, «trato de hacer las cosas bien y nadie se da cuenta». Las cosas pequeñas que trato de hacer todos los días no aparecen en la tapa de ningún diario. ¿Vale la pena ser buena gente? ¿Vale la pena la sonrisa, la solidaridad? ¿Vale la pena tener paciencia o perdonar? ¿Será que sirve para algo lo poquito que yo puedo hacer? El cuento de la levadura dice que sí, vale la pena. Los pequeños gestos que cada uno de nosotros ponga por construir un mundo mejor vale la pena, aunque no parezca. Igual que la levadura que en el medio de la masa no se ve.

Y la tercera historia nos habla de una semillita pequeñita de mostaza que cuando crece es una gran planta donde se cobijan todos los pájaros. Y pensaba entonces en los abuelos. Hoy es el día de los abuelos, hoy es el día de las personas mayores. ¿Cuántas veces hemos visto a estos abuelos rodeados de sus hijos, rodeados de sus nietos, rodeados de sus bisnietos? Una persona, como esa semilla de mostaza, que de repente la familia crece y crece y crece. ¡Qué lindo disfrutar de los abuelos!

Hoy, como dije, es la tercera jornada de los abuelos y las personas mayores. Así pidió el Papa, que recemos y prestemos atención especialmente hoy a las personas mayores. Creo que los cuentos de hoy nos ayudan a pensar en nuestros abuelos. Primero, porque los abuelos son los que cuentan historias y los que nos abren a la imaginación. Segundo, porque los abuelos son los que tienen paciencia y te dicen «¡esperá, no te enojes! ¡No arranques la cizaña! ¡Esperá! ¡Yo ya viví! ¡Para un poquito! ¡Esa situación yo ya la viví! ¡Tranquilo! ¡Paciencia!». Los abuelos son los que saben que con pequeños gestos se pueden convertir corazones y se pueden hacer maravillas.

Me acuerdo siempre mi abuela que cuando iba yo a comer a la casa, siempre compraba un pedazo de queso Roquefort, que a mí me encanta, y jamón, y capaz que había otra cosa de comer, pero como iba el nieto, la abuela compraba eso. Era un gesto muy sencillo, pero a mí me transformaba el corazón. Y aún hoy recordar eso me emociona. Un poquito de queso y un poquito de jamón. Nada más.

Y lo tercero, recordar a los abuelos es no dejarlos solos, recordar a los abuelos es no marginarlos. Un pueblo que se olvida de sus abuelos no tiene futuro, porque se olvidó de sus raíces. Por eso, les pido que especialmente en la misa de hoy recemos por ellos. Abuelos, gracias porque nos cuentan historias. Abuelos, gracias porque nos enseñan lo que es la paciencia. Abuelos, gracias, porque nos enseñan lo que es la fuerza de los pequeños gestos. Abuelos, gracias, porque con un árbol grande, protegen a las nuevas generaciones y nos enseñan tanto.

 

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