Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 23-29
Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos:
«El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes». Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que Yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean».
Palabra del Señor.
Homilía Mons. Alejandro Giorgi VI Domingo de Pascua
Los que tenemos algunos años, siempre recordamos ese deseo, esa oración de construir una patria de hermanos. En este día patrio eso sigue siendo algo que palpita dentro nuestro, de que realmente podamos construir una patria de hermanos.
Y lo traemos hoy al altar porque hay dos razones fundamentales para seguir bien alto con ese deseo. La primera es que Dios a todos nos mira como hijos. Inclusive parafraseando las cartas del Apóstol San Juan nos mira como hijitos, hijitas. Somos mirados por Dios así, somos amados, somos queridos por Dios así. Y la alegría más grande que puede tener un padre, una madre, es ver a sus hijos unidos y reunidos, haciendo fiesta, contentos. Y tal vez el dolor más grande es verlos desunidos.
Pero hay otra cosa también que precisamente a partir del Evangelio de hoy me parece que es lindo refrescar. Ahora nosotros en la Misa vamos a comulgar y comulgamos siempre con el cuerpo y la sangre de Cristo, del mismo Cristo. Esto es una cosa que decían las catequesis de Jerusalén de los primeros siglos del cristianismo: nosotros, entre nosotros y con Cristo somos consanguíneos, tenemos un vínculo de consanguinidad.
A los abogados esto les parecería realmente un poco sorprendente porque los vínculos de consanguinidad son aquellos vínculos fuertes que hacen a los legados, a las herencias, etc., los vínculos más fuertes. Bueno nosotros, entre nosotros, los bautizados, con Cristo tenemos ese vínculo de consanguinidad, un vínculo fraterno que es muy fuerte, que está en la base de lo que es la Iglesia, la familia de Dios. Por eso somos realmente familia, no es simplemente una comparación.
Pero hoy el Evangelio nos dice algo más sorprendente ¿no? que dice: “El que me ama será fiel a mi palabra mi padre lo amará, iremos” -de pronto Jesús dice algo en plural-, “iremos y habitaremos en Él”.
Y esto es algo que me parece que es hermoso un misterio hermoso de Fe, que es que nosotros estamos habitados por la trinidad, porque cuando dice “iremos” se está refiriendo a la trinidad al Padre al Hijo y al Espíritu Santo, que nos habitan desde el día del bautismo.
Muchas veces estamos realmente desolados, sentimos que Dios está tan tan lejos, que a lo mejor Dios no se olvidó de nosotros, que tiene, a lo mejor, otras cosas más importantes que yo para ocuparse ¿No?, o que a lo mejor me merezco que Dios, está mal mal pensado mal dicho pero, a lo mejor, uno puede pensar me merezco que Dios se haya olvidado de mí por tan pecador que soy. Un padre jamás se olvida de sus hijos, especialmente cuando están peor.
Pero a veces lo pensamos así y empezamos a buscar a Dios por tantos lados, y yo siempre le digo a los chicos, especialmente en la Misa de niños, el lugar donde Dios está y se siente más cómodo es acá dentro. Somos sagrarios, somos templo. Por supuesto que Dios está en el pan de vida con el cual ahora comulgaremos en el Santísimo Sacramento del altar, en los sagrarios, pero está presente realmente en nosotros.
Somos, como decían también en los primeros siglos de cristianismo, somos teóforos, eso lo decía San Ignacio de Antioquía, somos teóforos, portadores de Dios, sagrarios. Y muchas veces yo a las personas también les digo bueno, correspondería que uno le pudiera decir a otro hermano o hermana: “Ay sos divino” o “Sos divina”. Nosotros lo decimos porque a lo mejor está bien vestido, producido como para una fiesta ¿Eh? Y entonces le digo, “¡Ay, estás divino, estás divina!” ¿No? Pero nosotros somos divinos, somos consanguíneos, por nuestras venas circula la sangre de Dios, la sangre de Cristo también, porque nosotros estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Y Dios en el bautismo se ha metido en nuestro ADN.
Nosotros no tenemos solamente, eso es el gran misterio que San Pablo, especialmente en la Carta a los Romanos, nos habla, ¿No? Nosotros no tenemos solamente una vida natural, la vida, esta vida terrena, ¿No? Un cuerpo terreno. Sino que también nuestro cuerpo ya está resucitando, está preparado para resucitar. A pesar de que nosotros veamos que se disuelve en la tierra, pero eso es semilla de eternidad, ¿No? Tenemos vida sobrenatural, una vida natural, y la gracia, que nosotros decimos “Es la gracia sobrenatural”, es eso que Dios nos da en nuestro bautismo, ¡Qué grande que es eso!
Y por eso, porque nosotros estamos habitados por Dios, año tras año le pedimos al Espíritu Santo que nos enseñe, que tome más nuestro corazón en sus manos, porque la obra de la santidad la hace Él, si nosotros lo dejamos, y que nos enseñe, que nos ilumine. Que podamos entrar más en ese misterio de luz, porque el misterio es algo de luz. No son las películas de misterio que son todas oscuras, negras, ¿eh? Es un misterio de luz, un misterio incandescente como el sol, más que el sol, y donde el Espíritu Santo, a través de su obra, como dicen los chicos hoy, nos van haciendo caer fichas. ¿Quién soy yo? ¿Quién es Dios? ¿Cuánto nos ama Dios?
En este sexto domingo de Pascua, porque la Pascua es tan importante que la celebramos durante 50 días de fiesta de Pascua, ¿no? Bueno, la oración inicial que hace el sacerdote, ahí al principio de la misa, dice “que nosotros podamos prolongar en nuestra vida el misterio de Fe que recordamos”, el misterio que estamos celebrando, el misterio de la Pascua, pero que lo podamos prolongar en nuestra vida. Que Dios nos vaya sumergiendo más, cada día más, en su muerte, pero fundamentalmente en su resurrección. En la muerte a todo lo malo, “Yo he vencido al mundo”, nos dice Él. Y en el misterio de su resurrección, vivir como resucitados, que es vivir del Espíritu Santo, vivir bajo el impulso, bajo esa brisa suave, pero que nos empuja, del Espíritu Santo. Y bueno, se lo tenemos que pedir. Vivir así como resucitados bajo el impulso del Espíritu Santo.
Termino. ¿Cómo se nota eso? Yo diría que alguien que vive bajo el impulso del Espíritu Santo es un santo. Aquí hay santos, los que nos están también siguiendo por las redes. Lo intentamos cada día, ¿No? Somos santos. San Pablo no dudaba de decirle a las comunidades cristianas, los santos, ustedes.
Entonces, ¿Cómo se nota que alguien está así, transido, empujado por el Espíritu Santo? Y más que nada pienso, que por los frutos. Si uno abre la Carta de San Pablo a los Gálatas en el capítulo 5, versículo 22, ahí pone nueve frutos del Espíritu Santo, que son las cosas que se le notan a los santos, a ustedes.
Pero los tres primeros creo que son los más importantes. El amor, ojo que el otro día, en una de sus primeras palabras, el papa León XIV dijo que: “Es la hora del amor, de la caridad de Cristo”. Ha llegado el momento de que nos juguemos amando a los demás con el amor de Cristo. Este es el momento, es la hora. El amor, la alegría, la alegría, que la tenemos que contagiar al menos con la sonrisa, no la sonrisa dibujada, sino la verdadera sonrisa que nace del Espíritu Santo, y la paz.
Otra de las cosas en las que el Papa empieza así su ministerio Petrino, de ser Papa, “La paz del Señor resucitado sea con ustedes”. Es lo primero que dijo cuando apareció ahí en el balcón. ¡Vaya si necesitamos la paz de Dios en nuestros corazones y en este mundo! ¿No?
De modo que sea, esta sea el hall de entrada al cielo. En la segunda lectura se nos habla de la Jerusalén celestial, de lo que nos espera, ¿no? Pero este es el hall de entrada. Viviendo así, hacemos de esta tierra un cielo. Hay personas que piensan que esta tierra es un infierno. No lo es, no lo debería ser. Y nosotros estamos aquí para hacer de esta tierra un hall de entrada al cielo.
Bueno, que Dios nos haga esa gracia tan increíble, que a veces a nosotros nos parece tan lejana, pero está muy cerca, de ser verdaderamente hermanos, construir una patria de hermanos y hacer de esta tierra un hall de entrada al cielo. Que así sea.
