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Homilía Mons. García Cuerva VI Domingo Tiempo Ordinario

por prensa_admin

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     6, 12-13. 17. 20-26

    Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles.

    Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón. Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:

    «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!

    ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!

    ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!

    ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban el nombre de ustedes, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!

    ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo!. ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!

    Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!

    ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!

    ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!

    ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

Palabra del Señor.


Homilía de Mons. García Cuerva – VI Domingo del Tiempo Ordinario 

El Papa Francisco nos dice que las bienaventuranzas son el navegador para la vida cristiana. Imaginémonos, cuando viajamos, la necesidad de tener claro hacia dónde vamos. Entonces, el Papa nos dice que, si vamos por el lado de las bienaventuranzas, seguramente no vamos a errar el camino. Con otras palabras San Agustín, hace ya muchos siglos, decía que “en las bienaventuranzas encontramos la más perfecta norma para la vida cristiana”. 

Con dos lenguajes distintos el Papa hoy y San Agustín nos dicen que las bienaventuranzas son el núcleo de nuestra Fe. Podríamos decir que son casi el corazón del Evangelio. Y seguramente por eso, por la importancia que tienen las bienaventuranzas, es que Jesús, antes de proclamarlas, reza toda la noche. No solamente eso, sino que también, fija su mirada en los discípulos antes de comenzar a hablar. 

Me parece una pista interesante para los momentos en que, quizá, nosotros tengamos que decir algo importante en la vida. Cuando tengamos que expresarnos y decirle algo fundamental a otra persona, me parece que esta clave es buena: rezar mucho previamente y mirar a la realidad de las personas o de persona a la que le vamos a hablar. Mirar al destinatario y mirar a Dios a la hora de decir algo importante. 

Como dije, las bienaventuranzas son el núcleo del Evangelio y podríamos dividirlas, en primer lugar, en los cuatro “Felices” que proclama Jesús y luego en los cuatro lamentos, en los “Ay”. Y ¿Cuál es el común denominador de estos cuatros felices, de estas cuatro bienaventuranzas?: felices los pobres, felices los que tienen hambre, felices los que lloran, felices cuando los odien a causa de mí. El común denominador, sin lugar a dudas, de estas cuatro realidades que describen las cuatro bienaventuranzas, es que son todos necesitados. 

Necesitados que no pueden solos, que son frágiles, que son vulnerables. Los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son calumniados y odiados a causa del Hijo del Hombre. Son personas débiles, frágiles, que no pueden solos. Que necesitan que se sienten incompletos. Entonces, podríamos recordar las palabras de San Pablo cuando dice: “Cuando soy débil entonces soy fuerte”. Porque justamente, los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son calumniados, experimentan la debilidad, la fragilidad, pero por eso confían en el Señor. Porque Él es su fortaleza, Él es la roca firme, Él es el baluarte que nos sostiene. 

Dios está cerca de los que sufren, por eso son felices. No es que sean felices porque viven realidades duras, sino porque, justamente, por vivir realidades duras, por experimentar la propia fragilidad y la propia vulnerabilidad, uno se siente necesitado. Necesitado de Dios y necesitado de los demás. Por eso recuerdo un estribillo de una canción que los peregrinos que bajaban de La Puna, cuando íbamos en el camino la Virgen del Milagro y al Señor de los Milagros en septiembre del año pasado, cantábamos todos. Una canción sencilla pero que dice mucho: “Yo necesito de ti, tú necesitas de mí, nosotros necesitamos de Cristo hasta el fin”. 

Conmovedor escuchar a nuestro pueblo más sencillo de la Argentina profunda experimentar esta debilidad como los pobres, como los que lloran, como los que tienen hambre, y cantar con mucha fuerza en el camino hacia Salta:  “Yo necesito de ti, tú necesitas de mí, nosotros necesitamos de Cristo hasta el fin”. Poder hacer de ese estribillo de aquella canción una oración diariamente. Nos ayudaría a tomar consciencia de que no podemos solos, nos ayudaría a tomar consciencia de que somos frágiles, de que necesitamos de los demás, y que tenemos que confiar nuestra vida al Señor. 

Me pregunto también, cuáles son los cuatro común denominadores de los cuatro lamentos. Los lamentos también tienen un común denominador y es, recordando los ricos: “Ay de ustedes los ricos”, “Ay de ustedes los que ahora están satisfechos”, “Ay de ustedes los que ahora ríen”, “Ay de ustedes cuando los elogien”. ¿Cuál es el común denominador?: que depositan su confianza en cosas materiales y en cosas pasajeras. 

Lo malo no son las riquezas, en realidad lo malo es el apego, la idolatría del dinero y la idolatría de la riqueza. Tiene que ver con los que ríen superficialmente y muchas veces se ríen también de los demás y de sus desgracias. Tiene que ver con los satisfechos que creen que no necesitan nada y que todo lo pueden hacer solos porque se creen perfectos. Tiene que ver con la vanidad de aquellos que todos los elogian porque tienen una corte de aplaudidores. 

El Papa Francisco al respecto dice que estos cuatro lamentos tienen unos peldaños que nos llevan a la perdición. El apego a los bienes, el primer peldaño, la saciedad, el sentirnos satisfechos, que no necesitamos de nada ni de nadie; y la vanidad, que todos nos aplaudan y nos elogien. 

Por eso, pensaba que la intolerancia, que el desprecio del otro, que la insensibilidad, que el egoísmo que mucha veces vivimos como sociedad, tienen que ver con esa autosuficiencia de creernos perfectos, de creernos dueños de la verdad y que rompe toda fraternidad entre los hombres. Por eso, leyendo una vez más la bienaventuranzas me animo a decir: “Bienvenida la fragilidad, bienvenida la debilidad”. Por eso son felices los pobres, los que lloran, los que tienen hambre”. Porque necesitamos confiar en Dios porque nada podemos solos. 

Necesitamos pedir ayuda y comprender la fragilidad del otro que es tan débil como yo. Porque entonces, la fragilidad nos va a permitir encontrarnos desde nuestras propias heridas, tratarnos mejor y perdonarnos. Pienso que, quizás, más que nunca hoy, las bienaventuranzas pueden ser una línea directriz para la vida de los argentinos. Descubrir que nada podemos solos, que el otro es mi hermano, que es tan frágil como yo, que nadie es dueño de la verdad y que, en realidad, el sentirnos satisfechos, el reírnos de la desgracia ajena o, en todo caso, creernos dueños de todo, de idolatrar al dinero, lo único que hace es enemistar y profundizar en la tan tristemente conocida grieta.

Término, recordamos hoy a Mons. Zaspe Arzobispo de Santa Fe, cura del clero de Buenos Aires, que fue párroco de la parroquia de Lourdes de Belgrano, el primer párroco, quienes hoy nos acompañan junto al padre Néstor en esta Misa, y me parece que Zaspe tiene algunas palabras iluminadoras que en un mensaje dominical en 1980 decía: 

“Algunos admiten que el Evangelio tenga que ver con el aborto, con el homicidio, con el adulterio, con los robos, pero rechazan que el Evangelio tenga que ver con la empresa, con el estudio profesional, con los planes económicos, con los cargos públicos, con los negocios y los negociados, con el soborno, con el desempleo, con los sueldos, con el alza de los precios”.

Me parece que es verdad, a veces creemos que el Evangelio y las bienaventuranzas solamente tienen que ver con nuestro corazón y con nuestra vida privada o particular. Hoy más que nunca creo que le tenemos que dar lugar a las bienaventuranzas en la dimensión más pública de nuestra sociedad. Porque, más que nunca, como argentinos, tenemos que aceptar y reconocernos frágiles y necesitados los unos a los otros para, entonces, entre todos, construir una patria de hermanos. 

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