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Homilía Mons. García Cuerva Domingo de Ramos

por prensa_admin

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     22, 66a; 23, 1b-49

Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante Pilato y comenzaron a acusarlo, diciendo:
S. «Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías».
C. Pilato lo interrogó, diciendo:
S. «¿Eres Tú el rey de los judíos?»
+ «Tú lo dices»
C. Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:
S. «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena».
C. Pero ellos insistían:
S. «Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí».
C. Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.

Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de Él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia.
Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos.

Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:
S. «Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad».
C. Pero la multitud comenzó a gritar:
S. «¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!»
C. A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
C. Por tercera vez les dijo:
S. «¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en Él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad».
C. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.

Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por Él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:
+ «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos! Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?»
C. Con Él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.

Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.

El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían:
S. «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»
C. También los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:
S. «Si eres el rey de los judíos, ísálvate a ti mismo!»
C. Sobre su cabeza había una inscripción: «Éste es el rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C. Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo».
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino».
C. Él le respondió:
+ «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó:
+ «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
C. Y diciendo esto, expiró.

Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:
S. «Realmente este hombre era un justo».
C. Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.

Palabra del Señor.


Homilía Mons. García Cuerva Domingo de Ramos 

La última oración de este relato de la Pasión según San Lucas, nos dice: “Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia contemplando lo sucedido”. 

Quería imaginarme cómo estarían los sentimientos de todos los amigos y las mujeres que habían acompañado al Señor desde Galilea. Que permanecían a distancia contemplando ese terrible espectáculo de ver al Señor crucificado donde todos se burlaban. Y pensaba ¿Cómo se sostenían unos a otros? ¿Cómo estarían aguantando tanto dolor? Quizá también, un poco de escrúpulo por no haber estado más cerca para defenderlo, por no haber tenido la valentía de enfrentar a los soldados, sino que a la distancia, desde Galilea, que lo habían acompañado permanecen estos amigos y estas mujeres. 

Y entonces vuelvo sobre aquella frase del cardenal Pironio que recordamos hoy en la bendición de los ramos. “Hay veces en que nos hace falta esperar con la esperanza de los amigos”. Seguramente estos amigos, estos discípulos, estas mujeres que habían acompañado a Jesús se estarían sosteniendo con la esperanza de los otros. Cada uno de ellos sería un poquito una razón de esperanza para los otros y por eso, pueden sostenerse en un momento de tanto dolor y tanto sufrimiento. 

En el hoy también vivimos momentos terribles, momentos duros. Cuando perdemos un ser querido, cuando no encontramos explicación a tanta injusticia, a tanto dolor, a tanto sufrimiento, a tanta violencia. Cuando experimentamos profundamente esa injusticia que nos lacera el alma. Y entonces, quizá, tengamos que volver a esperar con la esperanza de los amigos. Quizá la clave es que no nos quedemos sólos en aquellos momentos difíciles. Que como estos amigos y mujeres de Jesús, podamos estar acompañándonos, abrazándonos, sosteniéndonos los unos a los otros. 

No es tiempo para el individualismo, no es tiempo para el egoísmo, no es tiempo para transitar solos el dolor y el sufrimiento. No es tiempo para transitar solos la injusticia y la violencia. Nos tenemos que unir más que nunca como pueblo, como comunidad, como familia. Dejar de lado nuestras diferencias y definitivamente sostenernos en la esperanza de los amigos como hoy se sostienen estas mujeres y estos amigos del Señor ante el triste y terrible espectáculo de verlo a Él morir en la cruz. 

Al mismo tiempo, pensaba también que hoy Jesús también es el amigo que nos da razones de esperanza para seguir. Y pensaba entonces, por un lado, en las mujeres de Jerusalén. Esas mujeres que nos dice hoy el Evangelio están llorando, que se golpean el pecho y que se lamentan por el Señor. Esas mujeres, son sostenidas en la esperanza y consoladas por Jesús. Es Él el que les dice: “No lloren por mí. Lloren por ustedes y por sus hijos «,»Sigan adelante como madres luchadoras «,»Sigan adelante”. 

Y entonces, pienso también hoy como el Señor es la esperanza de tantas mujeres y de tantas madres que en nuestra sociedad y en nuestros barrios están, a veces ya, desesperanzadas, desalentadas, anímicamente por el piso, porque ya no saben qué hacer con sus hijos. A veces con problemas de conducta, a veces con problemas con las drogas, con el alcohol. Porque ven que no le pueden dejar un futuro mejor a sus hijos. Porque a penas le pueden llevar algo que comer y no les pueden dar la mejor educación que soñaban. Hoy Jesús también es razón de esperanza, así como lo fue para las mujeres de Jerusalén, para todas las mujeres de nuestro país, de nuestra Argentina. Para todas las mujeres y madres de nuestra ciudad de Buenos Aires. 

Y pensaba también en el Buen Ladron. Este hombre crucificado, seguramente viviendo la desesperanza profunda de creer que estaba todo perdido. Viviendo la angustia más grande de morir en la cruz acusado de un robo. Sin embargo, en medio de tanta oscuridad y tanto dolor, un gesto de profunda ternura. El ser capaz de pedirle ayuda a Dios, diciéndole: “Jesús acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu reino”. Con la poca fuerza y aliento que le queda le pide ayuda a Jesús y Jesús también para él será la esperanza de encontrarse definitivamente en el cielo cuando le responda: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” 

Quería entonces que cada uno de nosotros, iluminados por el texto de la Pasión, podamos sostenernos y esperar con la esperanza de los amigos. Que como aquellas mujeres y esos amigos de Jesús que están a lo lejos mirando lo que sucedió, podamos también nosotros sostenernos los unos a los otros. Es tiempo de unidad, es tiempo de fraternidad, es tiempo de comunión. No es tiempo de enfrentamiento ni de individualismo, ni de egoísmo. Sostengamos en estos momentos difíciles unos a los otros. 

Pensemos también en Jesús como razón de esperanza de tantas madres y mujeres de nuestro pueblo. Que a pesar de no dar más siguen adelante pensando en dejar un mejor futuro para sus hijos. Y pensemos también en cómo Jesús es razón de esperanza para tantos crucificados de hoy como el Buen Ladrón. Tantos hermanos que cargan pesadas cruces y que en la oscuridad de su sufrimiento no dan más, pero siguen creyendo que Dios puede escuchar su clamor y por eso, como este hombre dicen: “Jesús acuérdate de mí”. 

Como el Señor es nuestra esperanza, Él es el que nos dice: “Hoy te aseguro que estarás conmigo en el paraíso”. Él sigue siendo la razón de nuestra esperanza en la vida. Que celebrar juntos este Domingo de Ramos y la Semana Santa, sea motivo para sostenernos en la esperanza los unos a los otros. Y cuando no demos más, recordemos a esos amigos de Jesús que se sostienen unos a otros. Recordemos a esas mujeres que no dan más, pero que se dejan consolar por el Señor. Recordemos a este hombre crucificado que no da más, pero clama al cielo y obtiene de Jesús todo su amor, toda su misericordia y la promesa de encontrarse con Él en el paraíso. Amén. 


 Palabras de Mons. Jorge García Cuerva al comienzo de la Misa de Ramos

Nos dice hoy uno de los textos de los párrafos del Evangelio que leímos: “Todos los discípulos llenos de alegría comenzaron a alabar a Dios en altavoz por todos los milagros que habían visto”. Hoy también nosotros, llenos de alegría, queremos alabar a Dios en altavoz y por eso levantamos nuestros ramos por eso es que lo aclamamos al Señor en esta entrada triunfal a Jerusalén 

Los ramos, entonces, son una expresión de nuestra alegría y nuestra esperanza. Seguramente lo pondremos en la puerta de nuestras casas, en el umbral; seguramente lo pondremos junto a alguna imagen. Y la idea es que sean un signo de esa alegría y de la esperanza a lo largo del año. 

Es verdad que también con el paso de los meses el ramo de olivo se irá secando, pero lo que no puede secarse es lo que los ramos representan. Representan esa alegría y esa esperanza que no se pueden apagar y que radica en Jesús. Nuestra alegría y nuestra esperanza se llaman Jesús de Nazaret. Él es nuestra roca firme, Él es nuestro baluarte, Él es el ancla firme que a lo largo del año nos va a sostener en medio de las tormentas que nos toque atravesar.

Por eso, por un lado, como expresión de la alegría y de la esperanza, como aquellos discípulos que aclamaban y alababan al Señor, nosotros pondremos estos ramos en algún lugar visible de nuestras casas. Y recordemos, el ramo se irá secando, pero lo que no puede secarse, lo que no puede apagarse, es nuestra alegría y nuestra esperanza, que se sostienen en Cristo. 

En este año jubilar, insistimos una y mil veces con que el símbolo de la esperanza es el ancla. Imaginemos estos ramos como si fuesen ese ancla. Ese ancla que es la que nos sostiene en momentos de tormenta. En los momentos de tormenta que nos toque vivir en el año, poder mirar los ramos y recordar que más allá de las dificultades que vivamos, el Señor es nuestra Esperanza. A Él hemos alabado en este Domingo de Ramos, a Él le hemos dicho que lo queremos seguir a lo largo de la vida. 

Y por otro lado, también es costumbre de nuestro pueblo llevar algún ramo, a algún vecino, a algún familiar, a alguna persona que no va a la Misa, a algún enfermo, a alguien que no puede salir. Y entonces, qué lindo que podamos también nosotros ser testigos de esa alegría y de esa esperanza. Que podamos llevarle el ramo y con nuestros gestos de ternura, con nuestra presencia, con nuestra cordialidad, decirle: “Te acompaño, te sostengo, no te dejo solo”. 

Que podamos entonces expresar, también en esa visita en la que llevamos el ramo, que nosotros también queremos ser testigos de alegría y de esperanza para tantos hermanos desalentados, para tantos hermanos que la están pasando mal, para tantos hermanos que bajaron los brazos y dicen: “No doy más”. 

Como decía el Cardenal Pironio, hay veces que hay que esperar con la esperanza de los amigos. Seguramente hay muchos que van a tener que esperar con nuestra esperanza. Seamos capaces de contagiarla. Y el modo de hacerlo, llevándole un poco del ramo de olivo a aquella persona que lo necesite. 

Insisto una vez más, el ramo se irá secando a lo largo del año, pero lo que no se puede apagar será la esperanza y la alegría. Como nos dice nuestro querido Papa Francisco, no nos dejemos robar la esperanza, no nos dejemos robar la alegría. Sigamos sosteniéndonos en medio de las tormentas, y el ramo nos recordará todos los días que hay que seguir adelante, hay que seguir al Señor y lo hacemos también compartiendo esa esperanza con aquellos hermanos que la están pasando mal.

 

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