EVANGELIO
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 8, 27-35
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesárea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy Yo?»
Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas».
«Y ustedes, ¿Quién dicen que soy Yo?»
Pedro respondió: «Tú eres el Mesías». Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.
Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará».
Palabra del Señor.
Homilía Mons. Jorge García Cuerva – Domingo XXIV Tiempo Ordinario
En el Evangelio de hoy Jesús hace dos preguntas: “¿Qué dice la gente sobre el hijo del hombre?” y luego dice: “Ustedes, ¿Quién dicen que soy?”. Parecería que Jesús necesita saber qué es lo que los discípulos piensan y qué es lo que la gente piensa de Él. Pero no porque a Jesús le interese la opinión de los demás sino porque quizá estaba queriendo saber cuánto habían podido comprender de su mensaje y entonces, si daban la respuesta correcta quiere decir que sabían de quién se trataba.
El tema de la identidad no deja de ser un tema importante y mucho más donde Jesús hace estas preguntas. Jesús hace estas preguntas en Cesárea de Filipo, una ciudad que justamente tuvo varias identidades. Me ocupé de buscar, en algunos libros de historia, y nos dice que Cesárea de Filipo era en algún momento una ciudad helenista, que después también fue una ciudad judía y que también fue una ciudad romana. De hecho, tuvo varios nombres se llamó en algún momento “Paneas” por el culto al dios griego Pan, que es el dios del miedo, de ahí viene la palabra pánico. Se llamó también Cesárea de Filipo para distinguirla de otra Cesárea que estaba sobre el Mar Mediterráneo y también se llamó “Neronia” en la época de los romanos por el emperador Nerón y hoy en la actualidad se llama Banias.
Es decir, la misma ciudad que pasó por distintas culturas, distintos imperios, distintos nombres y en esa ciudad justo Jesús viene a preguntar por su identidad. La necesidad de saber quienes somos, la necesidad de saber quién es Jesús. Hoy el que contesta la pregunta, por lo menos al principio muy bien, es Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” e indudablemente Pedro pudo responder porque lo conocía a Jesús, porque había compartido con Él distintos momentos, porque había estado cerca, porque habría compartido la oración, porque había compartido los milagros, habría podido ver los gestos de ternura de Jesús con los más pobres, lo habrá escuchado con sus enseñanzas.
Parecería que estar cerca del Señor es el mejor modo de conocerlo y por eso Pedro puede decir lo que dice. Porque estaba cerca de Jesús, por supuesto que después cuando el Señor empieza a anunciar también su Pasión ahí ya Pedro no entiende nada, ahí ya Pedro da un paso al costado pero en la primera parte del Evangelio Pedro da la respuesta exacta: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Pedro conoce a Jesús, porque está cerca de Jesús.
Pensaba, nosotros no vivimos en Cesárea de Filipo pero también vivimos en una sociedad cosmopolita, los que estamos aquí en Buenos Aires, una sociedad enorme una sociedad con un montón de gente de distintos orígenes, con distintas corrientes migratorias, una ciudad en la que en estos momentos nuestros hermanos venezolanos son el grupo migratorio más numeroso, distintos barrios. Barrios más pudientes, barrios más pobres, parecería que Buenos Aires no tiene una sola identidad sino que Buenos Aires es el conjunto de muchas identidades.
En esta ciudad, entonces también, en esta sociedad tan diversa Jesús también a nosotros nos pregunta: “¿Ustedes quién dicen que soy?”. Y quizá, para poder dar una respuesta precisa como la que da Pedro en la primera parte del Evangelio, tengamos que estar cerca de Él. Tengamos que estar cerca de Jesús, estar cerca de Jesús en la escucha de su palabra. ¿Cuántas veces el Papa Francisco nos ha insistido con que pongamos el oído y el corazón a la lectura diaria de la palabra de Dios?
Estar cerca de Jesús en la Eucaristía, poder compartir comunitariamente la Celebración Eucarística cada domingo y ¿Por qué no, si podemos, en la semana?. Estar cerca de Jesús en nuestros hermanos más pobres, en los que sufren, en los que están solos, en los ancianos, en la gente que está en la calle. Distintos modos de estar cerca de Jesús para que igual que Pedro podamos nosotros también en esta ciudad tan diversa decir: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios”.
Y pensaba también que a la hora de pensar sobre la identidad de Jesús podemos también pensar sobre nosotros. ¿Cuántas veces nosotros también agotamos la idea que tenemos del otro por lo que me contaron? Creemos que el otro es como yo digo porque lo vi una vez, por lo que escuche en los medios, casi que nosotros hablamos de la identidad de los demás creyendo que la vida del otro es una foto cuando en realidad la vida de todos nosotros es una película con final abierto.
Creo que está bueno que nosotros hoy podamos decir, a la hora de pensar en la propia identidad y en la identidad de los demás: “No te quiero poner cartelitos”, “No quiero hablar de los demás por prejuicios” “No quiero encasillar a los demás por las opiniones que me dieron sino que la vida de cada uno de nosotros es extremadamente rica, compleja y no deja de ser un misterio, incluso, para nosotros mismos”. Hoy Pedro da la respuesta exacta: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” sin embargo, cuando Jesús sigue hablando y anuncia la Pasión Pedro queda descolocado. Esa parte de Jesús Pedro no la conocía.
A nosotros nos pasa lo mismo, ¿Cuántas partes de los demás no conocemos? Y sin embargo, con tanta facilidad hablamos de todo el mundo. Con tanta facilidad hablamos de todo el mundo, con tanta facilidad etiquetamos a la gente, con tanta facilidad con prejuicios por conocer, un poquitito de la vida del otro, ya definimos quién es. Pidamos al Evangelio de hoy que una vez más nos anime a conocer a Jesús y el mejor modo como dijimos estar cerca de Él como estaban Pedro y los discípulos, sin embargo, seguramente el Señor nos tendrá guardada alguna sorpresa y aunque creamos conocerlo, siempre hay mucho más por conocer de su vida.
Del mismo modo nos pasa con lo que creemos conocer de los demás. No acotamos la vida de los demás por los prejuicios y por un cartelito, no encasillamos a nadie. Cuando incluso, nosotros mismos somos un misterio para nosotros mismos, somos mucho más que lo que dice el otro. Somos mucho más que lo que parece. Somos mucho más porque como Hijo de Dios, fuimos creados a su imagen y semejanza.
Quiero terminar con una oración que tiene que ver con esto de quién es Jesús, quién es Dios, qué decimos nosotros de Dios y este autor dice así: “Tengo un Dios que es un Dios único, nada ni nadie se le compara, tengo un Dios que se me revela, tengo un Dios que se hace carne, tengo un Dios que se hace pobre, tengo un Dios que me perdona y me perdona siempre. Tengo un Dios que me quiere sin maquillaje y eso me tranquiliza. Tengo un Dios que me da vida porque yo no tengo. Tengo un Dios que no me juzga, no me agobia, no me pide cuentas, sino que me anima y consuela en el camino. Tengo un Dios que me espera, todo el tiempo que haga falta. Tengo un Dios disponible a todas horas y en todo momento. Tengo un Dios que se me entrega siempre, todos los días. Yo tengo un Dios inigualable, nada ni nadie se le compara”. Amén.