En la tarde del Jueves Santo se celebró la Eucaristía y se realizó el gesto del lavado de pies en la parroquia Inmaculada Concepción de Villa Soldati. Allí, estuvo presente Mons. García Cuerva, Arzobispo de Buenos Aires que fue recibido por toda la comunidad en un clima de fraternidad y comunión.
Mesa redonda
A la luz del Evangelio, teniendo presente la última cena y el gesto del lavado de pies Mons. García Cuerva subrayó: “En la mesa de Jesús todos tienen un lugar. Jesús no deja afuera a los que piensan distinto. Jesús no deja afuera a los que son de otros partidos. Jesús no deja afuera a los que son muy pecadores. Al contrario, en la mesa de Jesús todos somos hermanos. Y por eso me parece lindo hoy que recordamos la última cena de Jesús, imaginarnos que nuestra patria, imaginarnos que nuestra comunidad, que nuestro barrio, que nuestra Iglesia de Buenos Aires tienen que ser también como una gran mesa en la que todos tengan lugar”.
Luego añadió: “Yo creo que nuestra mesa, como país, como comunidad, como barrio, tiene que ser una mesa redonda para que si alguien falta nos demos cuenta. Y no puede faltar nadie. Y hoy que vamos a lavar los pies a nuestros abuelos, a nuestros jubilados, ellos también tienen que sentarse a la mesa de todos. Ellos también tienen que tener un lugar. Como en esa última cena los discípulos, todos muy distintos, tuvieron un lugar. Eso primero.”
Dios te ama lavándote los pies
También expresó: “Por lo tanto cuando Jesús quiere lavar los pies, los discípulos no los pueden creer, porque Jesús es el Hijo de Dios. Dicen “¿Cómo vos no vas a lavar los pies a nosotros?” ¿Y saben qué? Jesús quiere representar otra cosa. No es que quiere lavarte los pies porque tenés tierra. Al lavar los pies te está lavando toda la mugre del corazón. Al lavar los pies Jesús te está abrazando de tu fragilidad, tu debilidad. Al lavar los pies Jesús te está diciendo que te ama mucho, porque está lavando y besando una parte de nuestro cuerpo que, en general, nos da un poquito de vergüenza andar mostrando”.
Como reflexión en su homilía agregó: “Estamos parados sobre los pies. Podríamos decir que los pies son como nuestras raíces para seguir parados. ¿Y saben qué? Yo me imagino que también nosotros tenemos que cuidar nuestras raíces, tenemos que cuidar aquellos en quienes nos apoyamos. Y nosotros nos apoyamos en nuestros abuelos, nosotros nos apoyamos en ellos porque nuestros abuelos y nuestros jubilados son nuestras raíces”.
Contemplando la lectura mencionó: “Quisiera en esta Misa entonces, en la que rezamos, en esta última cena de Jesús con los discípulos, que primero entonces, pensemos: ¿En la mesa de Jesús había lugar para todos? Si”. Luego agregó: “Lo segundo que dijimos, Jesús lavándote los pies, ¿Qué te quiere decir, que te ama o que no te ama? Que te ama. ¿Y te juzga o te condena? No. Lava tus pies, lava tu mugre, lava tu pecado, lava tu culpa. Él te ama y por eso abraza con tranquilidad. Así como nosotros queremos abrazar a nuestros abuelos y a nuestros jubilados. Por eso, junto con ellos, y no por oportunismo político, porque eso no nos interesa como Iglesia, nosotros queremos que tengan una vida digna, nosotros queremos que tengan una jubilación digna, nosotros queremos que también sean reconocidos como aquellos que construyeron nuestra patria antes que nosotros”.
Cuidar las raíces
Concluyó diciendo: “Hay que cuidar a los abuelos, por eso hay que cuidar a nuestros jubilados, porque entre todos queremos tener futuro. Que Dios nos bendiga y ahora vamos a hacer el gesto del lavatorio de los pies. Les voy a lavar los pies a los abuelos y vuelvo a decir, es el signo de que queremos cuidar nuestras raíces, es el signo de que queremos cuidar la fragilidad de nuestra sociedad, es el signo de que los últimos para Jesús son los primeros”.
Homilía Mons. García Cuerva en la parroquia Inmaculada Concepción de Soldati en Jueves Santo
Vamos a imaginarnos un minuto lo que acabamos de leer recién en el Evangelio que leía el Padre Adrian. Nos dice que Jesús está reunido ¿Con quienes está reunido Jesús? Con los discípulos. Los discípulos de Jesús son sus amigos. Jesús está compartiendo con ellos. Y están sentados a la misma mesa. Y esto es, me parece, la primera idea interesante. Jesús sienta a su mesa a todos sus discípulos.
Recordemos que son todos muy distintos. Algunos habían sido cobradores de impuestos, traidores, los acusaban todos. Otros habían sido, como Pedro, pescadores y después se transformarán en pescadores de hombres. Otros eran más de grupos revolucionarios, como el zelote. Otros eran, como Juan, eran todos muy distintos. Y también tenía lugar en esa mesa Judas. ¿Por qué quiero decir esto primero? Porque en la mesa de Jesús todos se pueden sentar. Y esto me parece que es importante.
En la mesa de Jesús todos tienen un lugar. Jesús no deja afuera a los que piensan distinto. Jesús no deja afuera a los que son de otros partidos. Jesús no deja afuera a los que son muy pecadores. Al contrario, en la mesa de Jesús todos somos hermanos. Y por eso me parece lindo hoy que recordamos la última cena de Jesús, imaginarnos que nuestra patria, imaginarnos que nuestra comunidad, que nuestro barrio, que nuestra Iglesia de Buenos Aires tienen que ser también como una gran mesa en la que todos tengan lugar.
Una mesa en la que nadie quede afuera. Una mesa en la cual busquemos lo que nos une y no lo que nos divide. Una mesa en la que podamos mirarnos a los ojos y descubrir que somos hermanos más allá de nuestras diferencias. Yo siempre digo que me gustan las mesas redondas. Porque en las mesas redondas cuando alguien falta nos damos cuenta rápido. Y en las mesas redondas nos miramos a los ojos. En cambio, las mesas con caballetes, esas mesas largas pero largas, cuando alguien no está ni te das cuenta si vos estás sentado en la otra punta.
Yo creo que nuestra mesa, como país, como comunidad, como barrio, tiene que ser una mesa redonda para que si alguien falta nos demos cuenta. Y no puede faltar nadie. Y hoy que vamos a lavar los pies a nuestros abuelos, a nuestros jubilados, ellos también tienen que sentarse a la mesa de todos. Ellos también tienen que tener un lugar. Como en esa última cena los discípulos, todos muy distintos, tuvieron un lugar. Eso primero.
Segundo, ¿Qué es lo que hace Jesús hoy en esta última cena? Lavó los pies. Y eso es algo muy raro que lo haga Jesús. ¿Saben? En la época de Jesús la gente andaba con sandalias o con ojotas. Y entonces, como los caminos eran de tierra y de barro, cuando llegaban a las casas había que lavarles los pies, porque después todos se sentaban en el piso para comer.
Entonces los pies del otro le quedaban muy cerca a mí. Con lo cual había que lavarse los pies antes de sentarse a comer. ¿Vieron que hoy le decís a alguien que va a comer, le decís primero lávate las? Manos. Pues en aquella época era primero ¿Lávate los? Pies, porque después nos sentábamos y tus pies estaban sucios. Entonces había una persona que se ocupaba de eso, que era un esclavo, un sirviente, que se ocupaba de lavar los pies.
Por lo tanto cuando Jesús quiere lavar los pies, los discípulos no los pueden creer, porque Jesús es el Hijo de Dios. Dicen “¿Cómo vos no vas a lavar los pies a nosotros?” ¿Y saben qué? Jesús quiere representar otra cosa. No es que quiere lavarte los pies porque tenés tierra. Al lavar los pies te está lavando todas la mugre del corazón. Al lavar los pies Jesús te está abrazando de tu fragilidad, tu debilidad. Al lavar los pies Jesús te está diciendo que te ama mucho, porque está lavando y besando una parte de nuestro cuerpo que, en general, nos da un poquito de vergüenza andar mostrando.
Vieron que en general cuando te dicen a ver sacáme un zapato y vos lo primero que pensás es: “¿Habré venido con las medias agujereadas?”. “¿Y será que tengo olor a pata?”. “Uy se me va a ver esa uña que la tengo negra y se me van a notar los callos”. En general uno no anda mostrando los pies. Por eso cuando Jesús le lava los pies a los discípulos le dice: “Yo te amo como sos, te amo con todo, con todo lo lindo y con todo lo feo”. Jesús es incondicional, nos ama con locura a todos y esto es otra cosa importante que no nos podemos olvidar.
Y fíjense, cuando Jesús le daba los pies a los discípulos no les pregunta de dónde venís, mirá venís por algún camino equivocado, ¿Por dónde estuviste metido? No. Jesús no nos condena, no nos juzga, Jesús nos ama. Abraza nuestra fragilidad, abraza nuestra debilidad. Jesús lavando los pies te dice que te ama mucho, de eso no te podés olvidar más. ¿Hasta ahí estamos? Eso me parece como segundo.
Y tercero. Ahora nosotros, yo estoy parado, los que estamos parados, ¿A dónde estamos parados? Sobre los pies. Estamos parados sobre los pies. Podríamos decir que los pies son como nuestras raíces para seguir parados. ¿Y saben qué? Yo me imagino que también nosotros tenemos que cuidar nuestras raíces, tenemos que cuidar aquellos en quienes nos apoyamos. Y nosotros nos apoyamos en nuestros abuelos, nosotros nos apoyamos en ellos porque nuestros abuelos y nuestros jubilados son nuestras raíces.
El Papa Francisco dice: “Que el pueblo que se olvida de sus raíces no tiene futuro”. Porque si nos olvidamos de las raíces, ¿Un árbol sin raíces puede crecer? No. ¿Una persona que no tiene los pies sobre la tierra puede caminar? No. Por eso tenemos que cuidar a nuestros abuelos y a nuestras raíces, por eso tenemos que cuidar a nuestros jubilados, porque son frágiles como nuestros pies, pero son súper necesarios e importantes en una sociedad que quiere abrirse con esperanza hacia el futuro.
Quisiera en esta Misa entonces, en la que rezamos, en esta última cena de Jesús con los discípulos, que primero entonces, pensemos: ¿En la mesa de Jesús había lugar para todos? Si. Tiene que haber lugar para todos en la mesa de los argentinos, tiene que haber lugar para todos en la mesa de nuestro barrio. Y ojalá nos imaginemos que nuestra sociedad es como una gran mesa redonda, todos nos sentamos alrededor y si alguien falta nos damos cuenta. Nadie puede faltar, y mucho menos pueden faltar nuestros abuelos.
Lo segundo que dijimos, Jesús lavándote los pies, ¿Qué te quiere decir, que te ama o que no te ama? Que te ama. ¿Y te juzga o te condena? No. Lava tus pies, lava tu mugre, lava tu pecado, lava tu culpa. Él te ama y por eso abraza con tranquilidad. Así como nosotros queremos abrazar a nuestros abuelos y a nuestros jubilados. Por eso, junto con ellos, y no por oportunismo político, porque eso no nos interesa como Iglesia, nosotros queremos que tengan una vida digna, nosotros queremos que tengan una jubilación digna, nosotros queremos que también sean reconocidos como aquellos que construyeron nuestra patria antes que nosotros.
Y algún día nos tocará a nosotros también. Por eso los queremos cuidar. Y hoy les queremos lavar los pies como signo de que estamos a sus pies. Que los queremos, que los reconocemos, que los acompañamos, no que los usamos, sino que los acompañamos. Como acompañamos toda vida frágil, como acompañamos todas las vidas, la vida de nuestros pibes, la vida de nuestros jóvenes, la vida de las familias, la vida de los que sufren. Acompañamos también la vida de los abuelos.
Y lo último que decía era, un pueblo que se olvida de sus raíces, ¿Tiene futuro? No. Por eso hay que cuidar a los abuelos, por eso hay que cuidar a nuestros jubilados, porque entre todos queremos tener futuro. Que Dios nos bendiga y ahora vamos a hacer el gesto del lavatorio de los pies. Les voy a lavar los pies a los abuelos y vuelvo a decir, es el signo de que queremos cuidar nuestras raíces, es el signo de que queremos cuidar la fragilidad de nuestra sociedad, es el signo de que los últimos para Jesús son los primeros, y que en la mesa de los argentinos tiene que haber lugar para todos, como aquella última cena en la que Jesús sentó a todos sus discípulos, todos muy distintos, pero todos hermanos. Amén.
